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lunes, 26 de agosto de 2019

Leyendo por encima de mis posibilidades.


La semana pasada sufrí un acceso de simpatía desproporcionado. Mi pie derecho (posiblemente celoso de la fibromatosis plantar que tengo en el izquierdo), también dio muestras de fatiga y se estropeó. Nada preocupante, imagino. Fascitis plantar, algún tipo de itis o simplemente porque sí, porque tenía un antojo. Como soy un osado pensé en ir al médico, pero en seguida  se me pasó la tontería, y en vez de hacer eso fui al híper mercado. Allí, casualidades de la vida, me topé con un tocayo que jugó en el Depor (advierto que el Depor es un equipo) allá por los años 50. ¿Y quién sabe más de itis que un ex futbolista? Como es  natural, le pregunté. Escucha, Luisiño, tengo molestias en este pie. Y se lo enseñé. Por aquí y por allí. Ante la vista de mí pinrel, el antiguo futbolista, ahora reconvertido en doc Luisiño, diagnosticó: eso es una tendinitis aquilea, ándate con cuidado. Reposa. Y reposé, ¡caray si reposé!. De hecho me hice tantos largos de cama, que el domingo, ayer, también me dolía la espalda.
Y leí, leí una novela de Norman Mailer (Los tipos duros no bailan), otra de John Updike (Corre, conejo), y también a las premios Pulitzer Jennifer Egan y Donna Tartt (El jilguero y El tiempo es un canalla), y mejoré. Os lo prometo, no sé si por la bacanal de tanta lectura, o por haber echado sobre mi pie sistemáticamente lo recomendado por doc Luisiño, Tromboflix (él lo llamó así). Fuera por lo que fuera, el caso es que mejoré bastante (¿define bastante), y que ya me encuentro mejor de lo mío. O sea, de lo de mi pie.
Así que ya sabéis (y ahora viene un anuncio publicitario), si necesitáis  de los consejos del doctor Luisiño, el único que pasa consulta en el híper, sólo tenéis que acercaros por mi barrio y os lo presento. Consulta entre diez y once. Os aseguro que, un antiguo futbolista para las cosas de la traumatología, es más efectivo que la homeopatía o que peregrinar a un santuario, rezar y poner una vela. Tan es así, que yo, que en todo veo una oportunidad de negocio, ya le he propuesto al tocayo montar una sucursal en Fátima. A lo que él contestó ¿y tú que pones? A lo que le contesté ¿qué te parece los libros y el bacalao?



lunes, 19 de agosto de 2019

De Cosas que nos pasan a los guapos.


Todas las cosas tienen su momento adecuado y, como no podía ser de otra manera, escribir está entre ellas. Porque mientras escribir un post es casi inmediato, tratar de pergeñar una novela es mucho más complicado. La prueba la tengo en mí mismo. O lo que es lo mismo, en mi falta de voluntad y en las escasas ganas que tengo de ponerme ahora a escribir un relato largo.
Y es que, obviando el tema de para qué, que eso ni me lo planteo, y teniendo en cuenta que eso que se llama inspiración está muy sobrevalorado, también hay que escoger el tiempo que mejor le va a uno, y a mí el verano no me va bien ocupado como estoy en otros menesteres.
Sin embargo, y en honor a la verdad, he de decir que lo he intentado, pero que no ha salido.
No ha podido ser.
Veréis, he comenzado a escribir Cosas que nos pasan a los guapos siete veces. Cuarenta páginas me contemplan, por lo menos. Y todas ellas han terminado en la basura. No porque no tenga atado el argumento, que lo tengo y está en la cabeza; ni tampoco porque haya arrojado la toalla con esta novela, que tampoco; simplemente, no es el momento.
No sale ni la forma ni el tono ni el tempo. Intento una cosa y sale otra. Y como no quiero ser víctima del dejarse llevar, lo mejor será esperar a la estación adecuada para empezar. Quizá en otoño, quizá en invierno o quizá me acabe pasando como al cura de mi aldea que cuando anunciaba la misa por el alma de algún vecino, y como nunca se acordaba del día, nombraba todos los de la semana. En algún momento de esos será, decía el sacerdote. Ante lo cual, corto y pego y digo lo mismo, sólo me queda esperar y no desesperar.
Pero, lo reconozco, si un defecto me ha acompañado a lo largo de mi vida, éste siempre ha sido el de la vehemencia, el de la impaciencia. Yo soy de esos tipos que lo quiere todo para ayer. Creo que eso se nota en los post que escribo, pero como también sé que soy de los de dejarse llevar, he decidido que Cosas que nos pasan a los guapos tendrá que esperar.  
Al fin y al cabo,  ¿no decían que la paciencia no era la madre de la ciencia?
Pues eso, paciencia. Más adelante ya se verá qué pasa con Cosas que nos pasan a los guapos.
La verdad, tengo curiosidad.
Constato, sin que venga a cuento de nada, que sé de gente que en estando en estos trances tira de margarita como forma de solventar la cuestión. Sí, no, sí, no… Pero que yo no soy de esos. Yo soy más de tirarme de los pelos de los huevos.
En fin, que la cosa queda aplazada no vaya a ser que con tanta tontería tenga que acabar haciéndome las ingles a la brasileña para solventar el desaguisado. Y tampoco es plan.


domingo, 18 de agosto de 2019

Parará papá, parará Pachín.












                                                Discos escuchados desde el 13 de agosto hasta ahora mismo.
                                          Foto de la pianola


El día que fui capaz de llegar con la punta de los pies a los pedales fui inmensamente feliz. Lo que no sé es si en mi casa lo fueron tanto. Porque ese día fue el comienzo de una obsesión:
La música.
Pero, empecemos por el principio. Y si en el principio era el Verbo, mi Verbo fue la música. La que salía de aquel piano-pianola que había en casa y de los casi cien rollos capaces de obrar el prodigio.
Así, para  ir de Bach a Beethoven, de Stravinski a Rajmáninov o para escuchar aquellos empalagosos valses de Strauss, El Danubio azul, que tanto le gustaban a mi madre, sólo había que pedalear.
Algunos rollos te indicaban el tempo a utilizar. Cuando lo seleccionabas notabas en tus pies como los pedales se endurecían o ablandaban según lo que hubieras elegido.  
Sin duda, aquel piano-pianola fue el primer amor musical de mi vida.
Pero como la ciencia avanza que es una barbaridad, y como el trajín de artilugios es un no parar, el amor que sentía por la música clásica se aparcó el día que una de mis hermanas se compró un tocadiscos.
Ese día se amplió el abanico musical de mi casa.
Entró en nuestra vida el pop, el blues, el soul y el rocanrol,  quiénes junto con Cliff Richard, con Masiel, con Los 3 Sudamericanos y con artistas de ese tenor, pasaron a ser mis nuevos ídolos.
Y así hasta hoy que, después de sobrevivir a artilugios tan diversos, cuando todos sirven para lo mismo, para escuchar música, como tocadiscos, casetes, mp3 o cd`s, sigo gozando de esta dulce condena. Ahora con una ventaja añadida: puedo escuchar lo que quiera cuando quiero.  
En Internet está todo, o casi.
Eso sí, tengo entendido que en la Universidad de Harward le enseñaron a un mono a navegar por Internet y que el simio aprendió a hacerlo con bastante soltura; pero como aunque la mona se vista de seda, mona se queda, al parecer nuestro primo, ante el asombro de los presentes, sólo fue capaz de encontrar reguetón.  
Por tanto, queda confirmado que toda regla tiene su excepción, y que la música no tenía por qué ser una excepción.


viernes, 16 de agosto de 2019

El milagro de Kubala.


Estaba el otro día en la playa, rodeado de vocingleros que chillaban en mesetario, cuando reparé en algo que, después cuando lo pensé mejor, se me antojó obvio: España es un país de políglotas.
Y esto, pongan como se pongan, no lo pueden decir muchos países de nuestro entorno. Porque mientras aquí hablamos gallego, catalán, vasco o castellano, los ingleses, por ejemplo, sólo hablan inglés.
Aun así, el español corriente y moliente siempre empeñado en desdeñar lo propio y alabar lo impropio, es capaz de sustraerse de aprender o hablar el idioma vernáculo estando como está ocupado en chapurrear el espanglish.  
Pese a poseer tan vastos conocimientos, pocos son los ingleses parlantes españoles que saben en qué momento exacto se empezó a hablar inglés en este país.
La cosa empezó con Ladislao Kubala.
¿Os acordáis de quién era Ladislao Kubala?
Lászlo Kubala Stecz fue el primer español en nacer en Budapest.
Pues bien, Laszy, como se le apodaba cariñosamente, después de ser un grandísimo jugador de fútbol, se convirtió en entrenador que, además de entrenar al Barcelona y a algunos equipos más, llegó al puesto de entrenador de la Selección de fútbol de España. Fue en ese momento cuando el inglés se popularizó en nuestro, vuestro país.
A ello contribuyó, sin duda, que a los integrantes de aquella selección los chicos de la prensa les llamaran constantemente Kubala boy`s.
Perplejos, los habitantes de las provincias de España, consultaron los diccionarios de inglés de sus hijos y se enteraron de que boy significaba muchacho, y que el apóstrofo y después la S no era otra cosa que su plural: muchachos.
Y así, a mi modesto entender, empezó esa fijación que en nuestro, vuestro, país tiene la peña por el inglés.
Aunque, tengo que decir, que según algunas fuentes discrepantes, el culpable de la introducción del inglés en España no fue Ladislao Kubala, sino Manolo Santana, a la sazón jugador de tenis. Porque con tanto break, out, drive, deuce y con tanta tontería, la gente de aquella época que simplemente quería jugar al tenis estimó oportuno tomar clases de inglés primero no fuera a ser que en la pista se les viera el paleto que llevaban debajo del pantalón corto.
Pero, anécdotas carpetovetónicas aparte, lo más asombroso de Kubala ocurrió tras su muerte, cuando para reencarnarse eligió el cuerpo del anciano Papa Juan Pablo II.
Nadie entendió la decisión de aquel pendón, con cara de bueno, que fue el bueno de Laszy, hasta que años después también se volviera a morir ahora vestido Papa y que la curia se empeñara en hacerlo santo exprés; y claro, como uno de los requisitos ineludibles para ser nombrado santo es que el candidato haya obrado un milagro, fue de esa manera como los muñidores que tiene el Vaticano en plantilla encontraron el milagro que Kubala había obrado con los españoles al introducirlos en el inglés.
Y así fue como  Juan Pablo II ascendió de beato a santo. De repente, por la gracia de Kubala.

martes, 13 de agosto de 2019

La buhardilla.


Nosotros tuvimos una buhardilla en el medio de la jungla donde amansábamos la fiera que llevábamos dentro escuchando música. Era la buhardilla de Jesús, en realidad de sus tías, y estaba en la plaza de Pontevedra. La desaparecieron poco tiempo después. Allí nos refugiábamos y allí escuché por primera vez discos maravillosos como el álbum Horses de Patti Smith. No fue el único; también recuerdo haber escuchado, y no poco, el primer Tubular Bells. Allí había muchos discos (muchísimos mangados), mucho oído ansioso y mucha tarde ociosa. No exagero si afirmo que aquellos fueron tiempos de banda sonora excepcional. Y tampoco exageraría si dijera que los mejores discos que escuché en mi vida son de aquella época. Elepés antológicos y tan sobresalientes, que todavía hoy, pasados más de cuarenta años, escucho a menudo. La buhardilla fue un sitio excepcional para nosotros. Sin duda. No hablábamos de política, ni de lo que sucedía. Allí íbamos a otra cosa. Bebíamos cerveza (si había dinero), escuchábamos y hablábamos de música y de chavalas y pasábamos la tarde. Estábamos tan ocupados pasándolo bien que cuando terminó aquel verano todos nosotros parecíamos dignos descendientes del conde Drácula. Sin duda, otra forma de pasarlo bien. Excelso. Me vino a la cabeza todo lo anterior porque el pasado jueves Patti Smith dio un concierto en la playa de Riazor. A escasos metros de donde estuvo un día nuestra buhardilla. La auténtica Buhardilla. Aquella buhardilla que nunca olvidaremos por muchos siglos que pasen. Porque, nosotros tuvimos una buhardilla… Estaba en el medio de la jungla.
Pd. Por cierto y sin que venga a cuento de nada, en estos momentos estoy escuchando un disco que me parece también excelente: Let it bleed. Rolling Stones. Un grupo que lleva desde los 80 dando grima.
Vale, la fecha si queréis la discutimos.



viernes, 9 de agosto de 2019

Va por ti, Patti.


Os lo aseguro, como que si hay Dios es un cabrón, que si no fuera por esa aversión que tengo a las multitudes, esta noche iría a ver a Patti Smith. Me gusta su ánimo rocanrolero e incluso recuerdo uno de sus discos, Horses, como una revelación. Pese a todo, ni voy a ir, ni me voy a hacer unas pajillas en su honor, ni ninguna mariconada de esas. Lo que no sé es si ella le seguirá dando tanto al manubrio antes. Lo digo, más que nada, porque la Patti se convirtió en un icono de mí generación no solamente por el disco mencionado, sino también por decir que se la cascaba quince veces al día. Como es natural, ante tamaña revelación los fachas, también llamados neandertales, de la época la tildaron de guarra, se hartaron a llamarla fea (algo innegable) y procedieron a crucificarla sumariamente. Mientras que por la otra banda, los revolucionarios de todo a cien, entre los que me incluyo, elevamos a Patti Smith a la peana de nuestro santoral preferido y la escuchábamos con devoción. Y quien me lo iba a decir, casi cincuenta años después,  Patti Smith da un concierto en La Coru. No sé, creo que si no fuera porque ya vi como el Depor ganaba una liga, y porque Iggy Pop, otro de su quinta, se sigue tirando por el escenario, y que lo desaparecen  de las pantallas porque un pipa le está ayudando a levantarse, iría a ver si la gran Patti  se hacía unas pajillas esta noche en Riazor. En todo caso, y como a mí ahora me pasa como al sol: que no salgo de noche, y como tengo fobia a las aglomeraciones, sólo  me  queda por decir: Gracias, Patti por tú música. Y añadir: si tienes tiempo da un toque y nos hacemos unas pajillas. Sin mariconadas.

jueves, 8 de agosto de 2019

Cenando con Miel Gibson.


Los koruñentos, los que vivimos en La Koru y los que entendemos el Koruño aunque no seamos koruño practicantes, decíamos desde tiempos ancestrales una frase cuando el tiempo andaba loco: Cando chove e vai sol, anda o demo por Ferrol.
Sin embargo, desde que llegó él no somos pocos los  koruñentos que hemos cambiado de frase y que ahora decimos: Me cajo no Miel Gibson do carallo, foi chegar él é o tempo ir ao carallo.
A lo que, los de la Costa da Morte, sección persebeira, añadimos: ¡Será seniso o jalán, mecajonacona!
No me pregunten a qué vino. El caso es que anda o anduvo por aquí.
Según mi hija vino porque fue el productor de una película titulada El Camino, que creo haber visto y que si no recuerdo mal era una mierda de mil pares de carallos.
Advierto que puedo estar equivocado (a veces me pasan cosas prodigiosas).
Y claro, como no podía ser de otra manera a quién creéis que llamó. ¿A Feijóo? Venga, coño. Si a Feijóo le hicieran una película, así tipo Raza, al segundo plano tendrían que echar el The end al tiberio. Hombre, Feijóo en la fiesta de la patata de Coristanco puede tener un pasar, pero poco más, y yo creo que ya exagero de carallo.
No, que no, que tampoco llamó a Cayetana Álvarez de No sé Qué. Es más, es mentira eso que se anda rumoreando por ahí de que Miel Gibson va a hacer una nueva versión de Garganta profunda y de que ha pensado en la cuellilarga Cayetana para el papel de protagonista. No hagáis caso, es un infundio de los rojos.
Miel Gibson me llamó a mí. Mejor dicho, me llamó el representante y me dijo que Miel Gibson quería hablar conmigo. Cuando le pregunté para qué el representante me dijo que Miel Gibson estaba  muy interesado en comprar los derechos de mí novela Alambique, 28 para llevarla al cine.
La verdad, me puse muy contento. Tanto que hasta hice un dispendio y me duché para ir a verlo. Después me subí al gipsy (mi coche se llama así, qué pasa)  al que no lavo desde 1.994 y me largué echando virutas a Compostela.
Cuando llegué me dirigí al restaurante en el que habíamos quedado y después de las protocolarias presentaciones fui consciente de que Miel Gibson era un ignorante. El tío sólo habla inglés. Sin embargo, a la quinta botella de Santiago Ruíz, qué vinazo, ¡por Dios, qué perdición!, el Miel Gibson hablaba koruño mejor que yo. Tanto que hasta se interesó por mi perro, por Nador. ¿Qué tal anda el chukel, julandrón? Clarinete, ¿no? Este Miel es un crack. Un tipo capaz de aprender un idioma en cinco botellas, para mí es un brother digno de la mayor de las consideraciones. Pese a todo, fue en ese momento cuando perdí la atención del Miel. El tío alucinaba con las personas que se habían sentado en la mesa de al lado. Dos tíos jóvenes y una cachonda que te cagas. La tía, como digo guapísima, todavía llevaba puesta la banda de Miss Patata de Coristanco. Según le dijo la chica al Miel, la noche anterior habían estado en el Festival de Pardiñas y allí los organizadores, una pandilla de cachondos, habían organizado un concurso de belleza que había ganado ella y que como premio le habían dado la banda que portaba y un lacón que llevaba en el bolso. Pero el Miel no alucinaba por eso, alucinaba por lo que hizo la chica a continuación. Llamó al camarero y encargó un plato de caldo con tres cucharas. Palabrita del niño Luis Germán, al Miel tal proceder lo dejó ojiplático. Decir que alucinaba es poco. Es más, si no fuera porque yo le aseguré que había visto y oído cosas peores de algunos turistas creo que le habría dado un parraque allí mismo. Cuando se calmó y me preguntó qué podía superar aquella barbaridad le contesté: “Pues verás, Miel Gibson, una vez en este mismo restaurante  vi como un señor se bebía de un trago el líquido del aguamanil que ponían antes para limpiar las manos después de comer marisco” Fue en ese momento cuando Miss Patata de Coristanco exclamó: qué ricas están estas toallitas, tráiganos tres más ahora con sabor a percebe.
El australiano se desmayó, quizá fue el aprender un idioma tan rápido, la firma del contrato se fastidió y Miss Patata de Coristanco se marchó con sus dos acompañantes al albergue dando golpes los tres en los adoquines con sus palos de peregrinos entonando el santo, santo, santo es el señor.
Por cierto, ¡qué temazo!



miércoles, 31 de julio de 2019

La banda del Trompicayo.


Fijaos en la primera foto. En la que aparece un anciano. Supuestamente soy yo con 40 años más. O sea, 101. Fijaos, es chachi. Ni os imagináis la alegría que me acabo de llevar.
Ahora fijaos en la segunda foto. La del cuenco de cenizas. Pues, así era como me imaginaba yo a los 101. Pero no, no voy a estar así. Voy a estar como en la primera. Viejo, decrépito y al parecer todavía de pie. Notición.
Así que, según esa aplicación que nos envejece a los 101 años podré mear de pie, bueno será así si ya me ha pasado esa manía que tengo de miccionar sentado. Para no salpicar, ya sabéis. Y siempre si me la encuentro, claro. Siempre la mejor de las eventualidades. Es más, si la aplicación que me ha envejecido está en lo cierto y la primera foto se  consuma, puedo prometer y prometo, que para celebrar haber llegado a tan anciano me haré atracador.
“Alto, soy Luis Germán. Que rulen vuestras pastillitas azules y aquí no pasará nada”. Sí, porque mi primer atraco lo daré en un geriátrico. No se me ocurre sitio mejor. Objetivo: hacerme con Enderezol suficiente para los siguientes 20 años. Al fin y al cabo, si según la aplicación (la fotografía sirve como prueba) voy a llegar a  los 101, tampoco sería descabellado pensar en llegar a los 120, ¿no? Ya puestos, dejemos volar la imaginación. Por mí que no quede. Así que, hay que conviene estar preparado. Que sepáis que estoy dispuesto a romper la hucha de la seguridad social. ¡Que estoy muy loco! Y que lo tengo todo pensado. Hay que prepararse ante la eventualidad que el cometa Halley pierda fuelle allá por donde su estela. ¡Qué atrocidad! Ay, prefiero no pensar  en desgracias. Así que, mejor pienso en atracos. Tengo que hacerme con un buen botín de  Enderezol y después marcharme a  alguna ignota playa de la Costa da Morte a relajarme con mi churri. Ya es como si me estuviera viendo. Quejándome de mis descoyuntes, paseando al chukel (perro en koruño) y comiendo papillas de percebes de sol. Amigas, amigos, la buena vida me espera. Nos espera. Lo dice una aplicación, así que si lo dice una aplicación no discutamos. Pongámonos el mundo por montera y planifiquemos los próximos atracos con cuidado. Hay tiempo para prepararse y hacer las cosas bien, y como nadie tiene porque salir herido porque La banda del Trompicayo no esté dispuesta a rendirse, ni tampoco a rendir la plaza, lo mejor sería que alguien desactivara este comando tan peligroso. Nada más fácil, que la Autoridad Incompetente legalice la maría y el cannabis, y que el Enderezol sea universal y gratuito para todo aquel que lo demande y La banda del Trompicayo depondrá su actitud.
Porque avisamos: o es eso o que se preparen para un sindiós de atracos. Va a ser un infierno.
Conste que el que avisa no es traidor. Vamos, eso dicen.

jueves, 25 de julio de 2019

Pandemia de gilipollas


El idiota común, también conocido por tonto, lelo, deficiente, morón, corto, bobo, simple, alelado o retrasado, ha evolucionado y ha incorporado palabras como youtuber, influencer o gamer al catálogo habitual de sinónimos. Con una diferencia: el nuevo idiota tiene seguidores. Por increíble que parezca. Y no pocos, algunos acumulan millones. Les llaman followers. Traducido al castellano, follower significa imbécil. O si lo preferís, ignorante, estúpido, ballesta, terco o rudo. Vamos, lo que se conoce como imbécil común de toda la vida. El vulgar y corriente Ese que, aun no siendo ninguna novedad, ahora visualizamos mejor gracias a las redes sociales.
En realidad, si tuviera que hablar con propiedad, tendría que reseñar que el nuevo idiota es en realidad, y en muchos casos, la forma que adoptan los ninis actuales (Nini, acrónimo del inglés Neet). Y como a algunos no les va bien, sino de maravilla, y ganan el parné cosa fina, al imbécil común no le queda más remedio que tirarse a la bartola (metafóricamente, aclaro) y hacerse follower de algún idiota si quiere estar a la moda.
El efecto mimético en la gente es un fenómeno que debería estudiarse más en profundidad.
Mientras tanto, y para mayor gloria de su mother bitch (copio lenguaje de los influencers que no dominan ningún idioma exceptuando el spanglish que no lo es), vemos como los esfuerzos de youtubers , de influencers y de gamers en general son recompensados.
No es para menos. Tened en cuenta que conseguir la atención de tantos followers requiere una dedicación rayana en la entrega más absoluta, en la obsesión. Y como esta tropa es proclive a la línea de pensamiento “por mi hija mato” (dixit: ameba del pueblo), practican deportes de riesgo como puede ser selfi de azotea o el baño en balsa tóxica, para acabar muertos, o lo que es peor: descalabrados y ocupando cama en algún hospital público.
Y, la verdad, no sé. No sé si los que sufren accidentes provocados por su arrogancia y por su estupidez deberían tener derecho a disponer de tales atenciones.
La verdad, si me pongo en influencer, o sea idiota como ellos, diría que no; pero como después reparo en que si la vida del escarabajo pelotudo es objeto de interés, también esta pandilla de idiotas y la recua de imbéciles a los que llaman followers, también merecen disfrutar de la misma protección de la que goza todo el mundo.
Aunque, también es verdad que no deberíamos proteger a esta especie al no estar en peligro de extinción. Ya que, la familia de influencers, youtubers y gamers es igual de numerosa que la de los ácaros. Y al igual que las carrachas mencionadas, están por todos partes.

martes, 23 de julio de 2019

El coche de Pombo.


Hay algunas cosas que se recuerdan vívidamente pese a no haberlas vivido. A mí me pasa con el coche de Pombo. No creo haberme subido nunca, sin embargo lo recuerdo perfectamente. Tenerlo tan presente en la memoria, quizá se deba a las historias que contaba mi padre de dicho coche y de su afable y por veces iracundo propietario. Allí, aseguraba, viajan en armonía personas y animales. Cuando se llenaba siempre quedaba para los viajeros más osados sitio en la baca, y no era infrecuente ver a aquella extraña diligencia motorizada rebosante de gente y animales hasta por los bordes. Viajar era una aventura no exenta de peligros. Se fumaba, se comía y se bebía, se rezaba y se maldecía. Todo ello controlado y vigilado por el señor Pombo.  El hombre al que nada escapaba a su control. Mi padre que a veces se dejaba llevar por la lírica, para mantenerme a raya en el Seat 600 en el que nos desplazábamos entre Cee y Cereixo, trataba de meterme el miedo en el cuerpo amenazándome conque Pombo reservaba para los niños díscolos los asientos más peligrosos y los más caros (a los que más costaba subir), los de la baca. Y ahí era donde mí padre se equivocaba. Bastaba que me dijera aquellas cosas, para que en mí se obrara el efecto contrario. Me portaba mal. Razón: me moría de ganas de viajar en la baca del señor Pombo. Lo malo es que, pese a mi mal comportamiento y la reincidencia, mi padre jamás cumplió su amenaza. Nunca me bajó del 600 en Vimianzo y jamás de los jamases me metió en el coche de Pombo para que continuara viaje hasta Puente del Puerto yo solito. Lástima que mi padre fuera tan buen tío. Y también, lástima que sus plan fuera otro. A papá le gustaba la música, le gustaba que cantáramos mientras él conducía. Debíamos sonar a familia Trapp motorizada o algo así. Mis hermanas, mi madre y yo cantando y papá conduciendo. Claro que, también recuerdo aquella vez que íbamos todos en el coche y que papá frenó de repente porque habíamos pinchado.  Otra vez. A siete u ocho kilómetros de llegar a Cereixo. Algo frecuentísimo en aquella época. Bajamos todos a ver, y cuando estuvimos fuera y empezamos a rodear el coche para localizar la rueda pinchada, mi padre que se había quedado al volante a la espera, arrancó el coche y se largó. Cuando estuvo a veinte metros de nosotros frenó otra vez, bajó la ventanilla y nos chilló: “Si queréis silencio, id y coger el coche de Pombo. Darle recuerdos a las gallinas. Que os medre”.
Así que, creo que es verdad: nunca cogí el coche de Pombo. Eso sí, me tengo dado unas caminatas muy agradables en compañía de mi familia. Porque aquella ni fue la primera ni  fue la única vez. Es más, yo creo que a veces no cantábamos a propósito.


viernes, 19 de julio de 2019

Chico ye yé.



Después de varios siglos de abandono, los de la Oficina del Papeleo se acordaron de mí y me mandaron un burofax conminándome a acudir a una entrevista en tal fecha y a tal hora con el apercibimiento de que si no lo hacía caería sobre mí el peso de la justicia. Ante tal amenaza, acudí. Me puse camisa la camisa de chorreras que guardo para estas ocasiones, me calcé las zapatillas fluorescentes que había comprado en Comezón y me  duché. Y así, después del consabido respingo que produce verse uno tan limpio llegué a la Oficina del Papeleo.  Iba dispuesto a todo. A darles  la razón en  todo lo que hiciera falta, y atento a sortear todos los peligros que algo tan inaudito podía acarrear en mi incierta vida.
Cuando me llamaron al box vi de un vistazo que Margarita Buenrollo, había una plaquita con su nombre, tenía debajo de la nariz una sombra más frondosa que el mostacho de mi amigo Julio; al que, por cierto y si lee esto digo que, a ver si te llamo uno de estos  años, brother (bueno, tú ya sabes).
Creo que, teniendo en cuenta mis antecedentes, a mí me gustan mucho las mujeres de pelo en pecho, me habría enamorado de ella si no hubiera sido por lo que me dijo. Pues, no fue la Buenrollo y me ofreció un trabajo. ¿Os lo podéis creer? ¿De la Oficina del Papeleo? ¿De verdad? Pues yo, la verdad, pensé que alguien me estaba gastando una broma de mal gusto o que era víctima de un programa de cámara oculta o alguna majadería de ese tipo. Es que, ¡hombre, no me jodas!, si la Oficina del Papeleo JAMÁS llama a nadie (al menos que yo sepa) para ofrecerle  nada porque  tenían  que llamarme a mí. ¿Por qué? ¿Para discriminarme? ¿Más? Menos mal, ya digo, que estaba firmemente  convencido que todo aquello se trataba de una broma, macabra, y que alguien en cualquier momento diría ¡sorpresa!, sonríe, somos los de la Tele Gaita y estamos haciendo un programa o algo así. Sin embargo, no sucedió eso. Al contrario, la oferta era en firme. Totalmente seria. Ofrecían sueldo fijo, vestuario y dietas.
Al parecer, la semana pasada a los de la orquesta Zurich de Camariñas se  les había muerto de repente el cantante, Josito Coxis, y tenían que sustituirlo a la mayor brevedad posible; y claro, como yo, gozo de buena presencia, estoy en muy buena edad  y practico el gorgorito en ducha, pensaron en mí.
Ahora, me dijo la Buenrollo con mirada zalamera, sólo tienes que memorizar las letras de las canciones del repertorio, contonear las caderas y enseñar tus hermosas caries  por todas las parroquias, lugares y aldeas  en las que tenéis “bolos” contratados. Nada más.
Así que, ya sabéis amigos nativos y mesetarios, si en vuestra agenda está acudir este año a bañaros en la balsa de residuos de Monte Neme, recordad  que después podéis acudir a alguna de las verbenas  que haya por las inmediaciones y verme en vivo y en directo. También firmo libros. Es más, os recomiendo encarecidamente que no os perdáis ninguna de las actuaciones de la orquesta Zurich de Camariñas. Su nuevo cantante melódico, un tal Luis Germán, es la sensación de este año.
Es más, nuestro éxito está siendo tan arrollador, el de la orquesta Zurich de Camariñas, que los de la Xunta de Galicia ya nos han pedido que protagonicemos su nueva campaña publicitaria para atraer mesetarios.
Así que, visto el éxito que obtuvieron promocionando Monte Neme, sitio ahora muy visitado, y donde recomiendo encarecidamente lavarse los piños a todos los mesetarios que nos visiten, no creo exagerado pensar que los de la orquesta Zurich de Camariñas vamos a tener más éxito este año que los Rolling Stones esos de los cojoncios.
Qué no. Mirar mi foto, mi look de cantante melódico está causando furor entre las féminas. Y, por favor, que alguien me saque a la Buenrollo de encima porque esa sombra tan frondosa…
En fin, a ver cómo acaba la cosa.


lunes, 1 de julio de 2019

El kayak que no tenía nombre

Todas las cosas tienen nombre propio y aquellas que no lo tuvieren quedarían condenadas a ser llamadas por su genérico.
Así sucedía hasta ahora con nuestro kayak. Lo llamábamos Kayak. Sin embargo, el sábado nuestro kayak fue bautizado de forma interpuesta.
Creo que conviene explicación.
El sábado empezó indeciso. ¿Qué hacemos, vamos aquí, vamos allá, vamos a…? A quién no le ha pasado. Pues eso. Optamos por explorar. Localización de exteriores, que dicen los de las películas. Nos pusimos en marcha y llegamos casi a mediodía a Alto do Xestoso. De ahí pusimos rumbo al lugar de Rebordochao. Por el camino paramos, un momento, para preguntar si íbamos bien (Google Maps a veces…) a un pastor que  descansaba al lado de sus ovejas. Aprovechamos para estirar las piernas, bajamos y le preguntamos por un sitio dónde comer. Mantuvimos una conversación con él plagada de “retranca” y de ingenio que nos hizo reír y que nos alegró la mañana. Según el flemático pastor había un sitio en las inmediaciones al que había que ir de pajarita, o camisa blanca, en el que daban muy buenas “larpeiradas”. Todo esto con sonrisa irónica y cómplice a más no poder. Después había otro, al parecer más de su gusto, en el que hacían el bacalao y el churrasco con mucho sentimiento. Por supuesto, acabamos yendo al de mucho sentimiento. Sin duda, una garantía. ¡Acertamos! Pero, primero fuimos a Rebordochao a ver cómo era el tema.
En el lugar de Rebordochao sólo viven ellos: Pili, Manecho y sus dos hijas. Irene, una pizpireta y guapa niña de ocho años y otra de quince que no llegamos a ver. Para llegar al río Eume hay que bajar por sus tierras. Ellos, que se dedican a la agricultura, han conseguido después de lidiar  con los millones de papeles que la burocracia exige, tener siete kayak que alquilan por 10 euros al día. Para llegar a la orilla del río hay que bajar un par de kilómetros en coche, después seguir andando hasta llegar a una improvisada bajada que hace de pantalán. No sé cómo es el Paraíso, nunca he estado allí, pero os aseguro que si nos regimos por las ideas preconcebidas que todos tenemos en la cabeza, ésta debe ser su  antesala. Después  del percance habitual, culada y numerito para subirme al kayak, pusimos proa hacia una catarata de la que nos habían hablado. A “fervenza” da mexada da vella (la  catarata de la meada de la vieja). En un momento dado que mi compañera, “a miña compañeira”, se puso a hacer fotos y vídeos, quedé solo remando y empecé a hacer eses con la embarcación. Hay que disculparme, todavía  estoy en Pipiolos 1en las cuestiones de remo. Gracias a eso, y quizá por aquello de hacer bueno que no hay mal que por bien no venga, lo que esperaba a tener nombre, nuestro kayak, al fin alcanzó a tener nombre propio:
El Piripi.
Gracias, río Eume, y gracia a Pili y Manecho por su amabilidad.
Sin dúbida, xente que se viste polo pés.

martes, 18 de junio de 2019

Chungos, intermitentes y DGT.


Todos los que conducimos sabemos que las carreteras son el hábitat natural del hijo puta común. Hablo de los/as cabrones, chungos, descerebrados. De los que se creen Fernando Alonso, de los que no ponen los intermitentes y de todos los que piensan que en la carretera sólo están ellos. Hablo de esos, de esas.
Contra ese tipo de gentuza la única arma que tenemos es la DGT. Dirección General de Tráfico. Sus patrulleros garantizan el tráfico, su sola presencia vuelve timorato al más chinorro de los conductores y su reconocida capacidad para multar es ampliamente reconocida.
Sin embargo, los mandos que los dirigen, esos que los políticos nombran a dedo, empeñados en conseguir grandes objetivos —que no haya mortalidad, que  no…— se olvidan de que a los grande objetivos sólo se accede si antes se alcanzan primero los pequeños. Y es que, empezar la casa por el tejado no suele acabar dando buen resultado. De tal forma que, siendo loable desear que haya cero muertos en carretera, también sería conveniente empezar por el principio y tratar de hacer las cosas bien.
Y en el principio, está el uso de los intermitentes. Algo que, por cierto, todos los coches traen y que, por lo que se ve, la inmensa mayoría de conductores parece desconocer. Lo podéis comprobar por vosotros mismos. Es fácil: os ponéis en una rotonda y contar cuántos coches ponen el intermitente para salir de ella. ¿El 20%? En fin, creo que hoy me he levantado generoso.
Por culpa de esa gente, que es mayoría, el tráfico es menos fluido, más peligroso y se producen más accidentes. Eso por no hablar de que, también por culpa de ellos, además de conductor  tienes que ser vidente y adivinar qué va a hacer el que va delante u obligar a frenar al que viene de frente para ver por dónde sale el o la menda que ya está en la rontonda.
Lo malo de todo esto es que esa peste de conductores, insolidarios, gárrulos y los de la teoría de primero mi culo y después mi culo, son mayoría y que ese comportamiento inadecuado y peligroso no está multado, ni siquiera perseguido por la DGT.
Así que, si ya te quedas asombrado con la cantidad de peña  que circula estirando meñique sobre chatarra de marca o de todo a cien—que viene siendo lo mismo— sin molestarse siquiera poner nunca los intermitentes, más pasmado te quedas con la indolencia de la DGT ante este tema.



domingo, 26 de mayo de 2019

Imbécil extremo.


Si algo tienen en común los portadores del virus de la imbecilidad es la necesidad que tienen todos de decírselo al mundo.
Para conseguirlo son capaces de recurrir a cualquier cosa; y así vemos que si se compran un coche de alta gama siempre les endilgan el que no tiene intermitentes; que si salen a dar un voltio por el paseo marítimo se gastan un potosí en pertrechos en ese almacén especializado en uniformes de deportista y que si hay un carril bici y al lado una carretera, el imbécil siempre elegirá la carretera porque no en vano él es ciclista, imbécil y extremo.
Y no se hable más, que podría estar hasta el día del Juicio Final poniendo ejemplos y tampoco es plan.
Pero siendo todo lo anterior cierto, basta con salir a la calle o a la carretera para comprobarlo, tampoco es menos cierto que hay imbéciles capaces de hacer cosas todavía más imbéciles para demostrarlo. Palabrita del niño Jesús. Incluso, sin ser menester en absoluto, llegan al extremo de poner en riesgo su vida.
El vulgar público sabemos de la proliferación de este tipo de imbécil, también conocido por Imbécil Extremo, gracias a esos sufridos fotógrafos que dejan testimonio para la posteridad y a los propios selfis que ellos perpetran para dejar testimonio de sus supuestas proezas.
Y es que, tanto pueden subir al Everest en un día de tormenta, como bajar a la Fosa de las Marianas un día de playa, como hacer surf rodeados de tiburones. El caso, siempre, es hacer el imbécil y hacerse un buen selfi para subir a la red y compartirlo con los diez mil amigos a los que no conocen de nada.
Que vean, que se mueran de envidia esos diez mi mil seguidores; que quede claro que tú eres un Influencer de cágate lorito y que por tu público matas, aunque para ello tengas que ser tú el estropiciado.
Así que, creo que en caso de accidente lo mejor sería ni molestarse en ir a rescatar a esta peña de chungos. ¿Para qué, para chafarles el asunto? En todo caso, que regresen de sus aventuras como se fueron no vaya a ser que les pase lo mismo que le pasó el otro día a un peregrino que hizo el Camino de Santiago y que cuando lo finalizó se puso a pedir cuartos a los viandantes para poder regresar. Pues, no llegó una persona, que harta de ser asaltada a diario por esta chusma, le dijo ante su asombro: ¿y por qué no te vuelves de la misma manera que viniste?  
Claro que, si algo tiene en común ésta plaga, la del carota-peregrino y la del dominguero que escala el Everest, es que las dos van haciendo el Imbécil Extremo allá por donde van.
A diario y sin descanso.



martes, 21 de mayo de 2019

Juego de Tronos y los españoles (spoilers).


A pesar de que la última temporada de Juego de Tronos ha sido mala de solemnidad, ésta serie creo que pasará a la historia por haber sido la más popular de todas las que hasta ahora han existido.
Sin embargo, pese a la mediocridad de la última temporada, oscura, y sin sexo, la capacidad de invención de los guionistas de la serie alcanzó su culmen en el último capítulo.
Pues, no van los intrépidos guionistas e inventan la monarquía democrática.
Y esto, que nos debería de llenar de perplejidad, da cuenta del desparrame general en el que suelen incurrir las series a fuerza de abusar.
E  incluyo a ésta, la reina de todas las series y madre de todos los dragones. Ésta, en la que después de  tanto rizar el rizo, de  repente, la buena de la película sufre un acceso psicótico y se vuelve más mala que la quina; ésta en la que el bueno se  revela como pánfilo a más no poder y ésta donde los de la provincia del norte alcanzan la independencia del reino creando reino propio.
Viendo este final se podría pensar dos cosas, que Juego de Tronos es una serie nacionalista, y que si los políticos españoles copiaran el último, y para mí absurdo, capítulo de Juego de Tronos y lo implementaran en el Estado español, nuestros  problemas territoriales y de jefatura de estado quedarían solucionados.
Tendríamos un Rey democráticamente elegido por los mandamases del país—por los oligarcas, que son los que mandan de verdad—, y un país aparte donde reinaría el descendiente de ese caminante blanco que es Puigdemont.
Y ya puestos a copiar, y como los de Juego de  Tronos acaban de inventar la Monarquía Electiva, de por vida y sin derecho a que los descendientes de Rey o de Reina pudieran sucederle, los aspirantes a tan altísima dignidad tendrían que sacrificarse y aceptar convertirse en eunucos, en plaza pública, para solaz de su pueblo.
Como colofón de tan magno acontecimiento, se convocaría a los tres dragones, que este reino tiene, quienes al grito de dracaris  dejarían los campos de Cataluña hechos puro rastrojo.
Nota del traductor: Dracaris en español se traduce por 155.


sábado, 18 de mayo de 2019

"El fútbol es cultura", y se armó el belén.


Recuerdo que una noche, cuando frecuentaba malas compañías, cenando con un grupo de amigos entre los que se encontraba una sindicalista, que de repente entre nosotros se montó una tangana bastante importante por una chorrada que yo dije. El fútbol es cultura. La sindicalista se sulfuró. Primero me llamó facha, después pasó a llamarme burro—la corregí y se cabreó más cuando le dije que burro en culto se decía jumento—, para acabar llamándome de todo menos guapo. Acostumbrado como estaba a lidiar con los demócratas del nacionalismo, gentes con las que colegueaba en mi diario tacear, que por aquella época se creían con derecho a otorgar cartas de nacionalidad, me encogí de hombros, enarqué una ceja y sin pensarlo dos veces mandé a la mierda a la sindicalista. Así, a bote pronto. ¡Cosas de juventud! Por supuesto, perdí la discusión. Y mira que era difícil. Sin embargo, fuera como fuere, el caso es que aprendí la lección; y la lección, como decía aquel afamado filósofo húngaro, uno al que conocí en un garito, es que nunca discutas con un imbécil.
Viene todo lo anterior a preámbulo, porque el otro día estando en un bar dije que Sálvame era un excelente programa—aunque juro por Snoopy que no lo veo— y a mi alrededor se armó la de San Quintín. No hubo ni división de opiniones. Estaba con intelectuales de las cañas, con esforzados de las tapas, en definitiva con revolucionarios de barra fija y me di cuenta de que no estaban dispuestos a hacer concesión alguna. Prueba de ello es que me dejaron claro que buen  programa era el que ellos decidieran. Y punto, no se hable más. Buen programa— añadió el más lanzado— es ARV, el de Ferreras, ahí los tertulianos hablan de política y si no fuera porque tienen la costumbre de sacar a Inda y a Marhuenda, sería un programa perfecto. Resumiendo—terminó—: eso es cultura y no la mierda en bote de Sálvame.
No me quedó más remedio que rendirme a la evidencia si no quería revivir la escena que hacía años había tenido con la sindicalista. Además, si contesto y tú puta cómo se lo tomaría aquel gachó tan serio que apenas conocía. Por eso, en vez de discutir reconocí dramáticamente que tengo tendencia a equivocarme y rogué encarecidamente que en caso de sufrir un accidente, por favor, le dieran la petaca a mí hermano. Afortunadamente, tanta y tan buena disposición por mi parte fue apreciada convenientemente, pedimos otra ronda, la jugamos al chinchimoni y perdió el lanzado. ¡Hurra, que se joda! Relajado por este acto de justicia divina, reparé en que a mí no me paga nadie por discutir, ni siquiera cuando creo llevar la razón. Por tanto… Además, como estas cosas me la bufan, prefiero adaptarme y darle la razón a los que no la tienen. Les hace ilusión. Es lo que tenemos los fans de la filosofía húngara, somos buena gente con tendencia a la condescendencia.
Lo malo es que el otro día que me encontré con la sindicalista con quien, casualidades de la vida ahora coincido por el parque que hay cerca de mí casa, y aproveché para preguntarle si se acordaba de aquella discusión surrealista que habíamos sostenido hacía tantísimos años y me contestó que no, que no la recordaba. Picada por la curiosidad la otrora sindicalista y ahora feliz jubilada—creo que la RAE estudia adoptar ambos términos como sinónimos—, me preguntó cuál había sido la causa y cuando le contesté que la discusión había sido por culpa de Butragueño no me quiso creer. ¿Cómo íbamos a discutir por Butragueño?—me preguntó incrédula—. Pues ya ves —le contesté—. En esa época a Butragueño le habían fotografiado los suspensorios en el Bernabéu y todo el mundo andaba alabando la gran cultura que tenía el muchacho. ¿Me entiendes? La sindicalista, campechana ella, se rio. Aunque tengo que decir que creo que guiñarle un ojo tuvo algo que ver con su buen humor.  Y es que, no cabe duda alguna: las cosas de la cultura con guiños se entienden mucho mejor. Sobre todo a nuestra edad, cuando lo importante es tener salud y no llevar un mal golpe. Después nos tomamos un agüita como buenos liberados que somos los dos, y como buen amigo le pregunté: ¿nos hacemos unos chinos? Y perdió. Por tanto, otro hurra y otro ¡qué se joda! Estoy en racha.


viernes, 3 de mayo de 2019

Los Caminantes Blancos.


Lo bueno de tener todo el tiempo del mundo es que puedes hacer todo aquello que siempre deseaste hacer y que nunca pudiste por culpa de no tener todo el tiempo del mundo. Y no sé si me explico o si sufro sobredosis de ironía. Vosotros decidís. En todo caso y sea lo que sea lo que me pase, lo cierto es que estoy de puente. Puente y señor mío. ¡Acueducto! En Madrid no nos andamos con coñas. Aclaro. Puede parecer raro que un tipo como yo, que vive en el arrabal coruñés y encantado de haberse conocido, celebre un puente madrileño, aunque sea éste de tamaña consideración, pero si os digo que no sólo celebro los madrileños, que los celebro todos, creo que la cosa se entenderá mejor. ¿Me entiendes? Y todos, que conste, quiere decir todos. Por si tenéis dudas os lo aclaro: es igual que no es no, pero en puente. Celebro San Jordi, San Fermín, el día Asturias como bollus preñados, el de León Cecina, voy a la tomatina de Buñol, a la tamborrada de Calanda, corro delante de los toros en Pamplona mazado a chacolís, celebro San Patricio practicando el Spanglish y con ocasión del Oktoberfest bebo cervezas y como salchichas—se ruega no dejar volar la imaginación—. No paro. Y si a todo lo anterior unís que mi asistencia a todas las fiestas gastronómicas y populares de las que disfrutamos en Galicia es de obligado cumplimiento para mí, comprenderéis que mi vida es un no parar. Que si el smoking, que si el chaqué, que si el traje regional y que si la alpargata a juego. Con la gaita siempre a punto, no vaya a ser que suene, y que tenga que tocarle a alguien la muñeira de Chantada con la mayor de las afinaciones. Con tanta fiesta mi vida se ha convertido en una exageración; y como tengo todos los días libres no me queda tiempo tengo para hacer mis cosas. Ya sabéis: practicar mis aficiones. Sí, porque yo tengo de eso. Soy un vicioso que sufre de la falta de tiempo por exceso de ocio. Ya sé que es difícil para vosotros entender ciertas cosas. Sobre todo para los más desgraciados, para los que no estáis de puente. Pero que sepáis, que yo empatizo con vosotros y que incluso me pondría en vuestro lugar si tuviera tiempo para ello, pero que no tengo. Así que estoy pensando en liberar esta agenda de actos festivos y escaparme. Estáis a punto de llegar. Y si no fuera porque soy solidario, y porque ahora mismo estoy celebrando el primer puente que tienen los madrileños en mayo, cuando hace la calor, así lo estaría haciendo. Pero escaquearme el primer mes en el que los capitolinos empiezan a salir en masa a ver mundo tampoco me parece correcto. Sería como faltar al trabajo; y los provincianos, los habitantes de las provincias, también tenemos nuestras obligaciones y una de ellas es soportar con estoicismo y resignación vuestra presencia. Para ello es conveniente recordar que antes de salir de casa, además de coger móvil conviene poner tapones en los oídos. Porque, ¡hay que ver lo que chilla esta horda de caminantes blancos que nos asola!  Chillan tanto que, aparte de muertos parecen sordos.
“Pelayo, no mojes los pies no vaya a ser que te se corte la digestión”—chillaba a voz en cuello el otro día una cenutria con acento muy serrano.
No, mamá”—contesté yo desde el otro de la playa, tres kilómetros más allá.


domingo, 28 de abril de 2019

¿Qué fue de Quasimodo?


Lo confieso, desde el suceso del otro día, me refiero al incendio de Notre Dame, estoy preocupado. Y no por lo que se preocupa todo el mundo, por el incendio, por la pérdida de la cúpula o por la presunta desaparición del trozo de madera de la cruz en la que Jesús fue crucificado. No, para  eso ya sobran los preocupados. Yo, que soy más humano que mundano, tengo días, soy más de preocuparme por las personas. Por las gentes, no. Por esos nunca estoy preocupado. Porque, permitidme que os pregunte: ¿alguien ha mostrado alguna preocupación por lo que pudo haberle sucedido al bueno de Quasimodo, ese hombre condenado a tener relaciones con gárgolas? ¿Alguien más? Pues, he ahí el meollo de mis preocupación. El quid de todas las cuestiones. ¿Dónde vive ahora Quasimodo? Vale, lo preguntaré de otra forma: ¿Quasimodo sigue viviendo en Notre Dame, sin techo, con el pelete y con lo que llueve en París de la Francia?  ¿Sí? ¿Y los de los Derechos Humanos qué, dónde están cuando hacen falta? ¿Acaso están en el Mediterráneo? ¿Se habrá ahogado Quasimodo víctima de tanta manguera y harto de tanto bombero fumador? Por favor, si alguien sabe algo de Quasimodo que me lo diga. En privado, que estoy preocupado. Aunque, como ya  había dicho antes que estaba preocupado y como no quiero ser reiterativo, tampoco hace falta que os  recuerde a cada frase que sigo preocupado. Mucho. Y que además, sufro. Sufro por Quasimodo, sufro por Notre Dame, sufro por las gárgolas y sufro de mil pares de gónadas, por la pérdida de auténticas reliquias falsa. Llevo toda  la semana  sufriendo un sin parar. Es levantarme, acordarme de lo de París y empezar a sufrir. ¡Hala, a lo loco! Voy a la médica de cabecera y le digo: doctora, deme algo para el sufrimiento. Me mira raro y me tranquiliza: estoy moviendo hilos para ver si te cogen en Conxo. Aclaro, Conxo es un manicomio de por aquí. Y, por una vez, me alegro. Cáspita—pongo cáspita porque si pongo joder después se queja una de mis hermanas—, la pulpería Fuentes cae justo  enfrente. Qué bien, me voy a poner hasta el culo. Y me pongo contento, porque yo con buenas palabras, con buenos alimentos y con tres o cuatro vinos me vengo arriba. Que me pongo contento, vamos. Y me olvido de las gárgolas, de la cúpula y de las reliquias, pienso en la felicidad que se me avecina  si me cogen en Conxo y canturreo que le den por el culo a Quasimodo, a Quasimodo, a Quasimodo y a la selección. Por cierto, la letra original habla de un tal Dí Stéfano. Uno que creo que jugaba de gárgola derecha. Por cierto, dicen que era bueno como Quasimodo. Descansen en paz ambos.