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jueves, 8 de agosto de 2019

Cenando con Miel Gibson.


Los koruñentos, los que vivimos en La Koru y los que entendemos el Koruño aunque no seamos koruño practicantes, decíamos desde tiempos ancestrales una frase cuando el tiempo andaba loco: Cando chove e vai sol, anda o demo por Ferrol.
Sin embargo, desde que llegó él no somos pocos los  koruñentos que hemos cambiado de frase y que ahora decimos: Me cajo no Miel Gibson do carallo, foi chegar él é o tempo ir ao carallo.
A lo que, los de la Costa da Morte, sección persebeira, añadimos: ¡Será seniso o jalán, mecajonacona!
No me pregunten a qué vino. El caso es que anda o anduvo por aquí.
Según mi hija vino porque fue el productor de una película titulada El Camino, que creo haber visto y que si no recuerdo mal era una mierda de mil pares de carallos.
Advierto que puedo estar equivocado (a veces me pasan cosas prodigiosas).
Y claro, como no podía ser de otra manera a quién creéis que llamó. ¿A Feijóo? Venga, coño. Si a Feijóo le hicieran una película, así tipo Raza, al segundo plano tendrían que echar el The end al tiberio. Hombre, Feijóo en la fiesta de la patata de Coristanco puede tener un pasar, pero poco más, y yo creo que ya exagero de carallo.
No, que no, que tampoco llamó a Cayetana Álvarez de No sé Qué. Es más, es mentira eso que se anda rumoreando por ahí de que Miel Gibson va a hacer una nueva versión de Garganta profunda y de que ha pensado en la cuellilarga Cayetana para el papel de protagonista. No hagáis caso, es un infundio de los rojos.
Miel Gibson me llamó a mí. Mejor dicho, me llamó el representante y me dijo que Miel Gibson quería hablar conmigo. Cuando le pregunté para qué el representante me dijo que Miel Gibson estaba  muy interesado en comprar los derechos de mí novela Alambique, 28 para llevarla al cine.
La verdad, me puse muy contento. Tanto que hasta hice un dispendio y me duché para ir a verlo. Después me subí al gipsy (mi coche se llama así, qué pasa)  al que no lavo desde 1.994 y me largué echando virutas a Compostela.
Cuando llegué me dirigí al restaurante en el que habíamos quedado y después de las protocolarias presentaciones fui consciente de que Miel Gibson era un ignorante. El tío sólo habla inglés. Sin embargo, a la quinta botella de Santiago Ruíz, qué vinazo, ¡por Dios, qué perdición!, el Miel Gibson hablaba koruño mejor que yo. Tanto que hasta se interesó por mi perro, por Nador. ¿Qué tal anda el chukel, julandrón? Clarinete, ¿no? Este Miel es un crack. Un tipo capaz de aprender un idioma en cinco botellas, para mí es un brother digno de la mayor de las consideraciones. Pese a todo, fue en ese momento cuando perdí la atención del Miel. El tío alucinaba con las personas que se habían sentado en la mesa de al lado. Dos tíos jóvenes y una cachonda que te cagas. La tía, como digo guapísima, todavía llevaba puesta la banda de Miss Patata de Coristanco. Según le dijo la chica al Miel, la noche anterior habían estado en el Festival de Pardiñas y allí los organizadores, una pandilla de cachondos, habían organizado un concurso de belleza que había ganado ella y que como premio le habían dado la banda que portaba y un lacón que llevaba en el bolso. Pero el Miel no alucinaba por eso, alucinaba por lo que hizo la chica a continuación. Llamó al camarero y encargó un plato de caldo con tres cucharas. Palabrita del niño Luis Germán, al Miel tal proceder lo dejó ojiplático. Decir que alucinaba es poco. Es más, si no fuera porque yo le aseguré que había visto y oído cosas peores de algunos turistas creo que le habría dado un parraque allí mismo. Cuando se calmó y me preguntó qué podía superar aquella barbaridad le contesté: “Pues verás, Miel Gibson, una vez en este mismo restaurante  vi como un señor se bebía de un trago el líquido del aguamanil que ponían antes para limpiar las manos después de comer marisco” Fue en ese momento cuando Miss Patata de Coristanco exclamó: qué ricas están estas toallitas, tráiganos tres más ahora con sabor a percebe.
El australiano se desmayó, quizá fue el aprender un idioma tan rápido, la firma del contrato se fastidió y Miss Patata de Coristanco se marchó con sus dos acompañantes al albergue dando golpes los tres en los adoquines con sus palos de peregrinos entonando el santo, santo, santo es el señor.
Por cierto, ¡qué temazo!



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