Los koruñentos, los que
vivimos en La Koru y los que entendemos el Koruño aunque no seamos koruño
practicantes, decíamos desde tiempos ancestrales una frase cuando el tiempo
andaba loco: Cando chove e vai sol, anda
o demo por Ferrol.
Sin embargo, desde que
llegó él no somos pocos los koruñentos
que hemos cambiado de frase y que ahora decimos: Me cajo no Miel Gibson do carallo, foi chegar él é o tempo ir ao carallo.
A lo que, los de la
Costa da Morte, sección persebeira, añadimos: ¡Será seniso o jalán, mecajonacona!
No me pregunten a qué
vino. El caso es que anda o anduvo por aquí.
Según mi hija vino
porque fue el productor de una película titulada El Camino, que creo haber
visto y que si no recuerdo mal era una mierda de mil pares de carallos.
Advierto que puedo
estar equivocado (a veces me pasan cosas prodigiosas).
Y claro, como no podía
ser de otra manera a quién creéis que llamó. ¿A Feijóo? Venga, coño. Si a
Feijóo le hicieran una película, así tipo Raza, al segundo plano tendrían que
echar el The end al tiberio. Hombre, Feijóo en la fiesta de la patata de Coristanco
puede tener un pasar, pero poco más, y yo creo que ya exagero de carallo.
No, que no, que tampoco
llamó a Cayetana Álvarez de No sé Qué. Es más, es mentira eso que se anda
rumoreando por ahí de que Miel Gibson va a hacer una nueva versión de Garganta
profunda y de que ha pensado en la cuellilarga Cayetana para el papel de
protagonista. No hagáis caso, es un infundio de los rojos.
Miel Gibson me llamó a
mí. Mejor dicho, me llamó el representante y me dijo que Miel Gibson quería
hablar conmigo. Cuando le pregunté para
qué el representante me dijo que Miel Gibson estaba muy interesado en comprar los derechos de mí
novela Alambique, 28 para llevarla al cine.
La verdad, me puse muy
contento. Tanto que hasta hice un dispendio y me duché para ir a verlo. Después
me subí al gipsy (mi coche se llama así, qué pasa) al que no lavo desde 1.994 y me largué
echando virutas a Compostela.
Cuando llegué me dirigí
al restaurante en el que habíamos quedado y después de las protocolarias
presentaciones fui consciente de que Miel Gibson era un ignorante. El tío sólo
habla inglés. Sin embargo, a la quinta botella de Santiago Ruíz, qué vinazo,
¡por Dios, qué perdición!, el Miel Gibson hablaba koruño mejor que yo. Tanto
que hasta se interesó por mi perro, por Nador. ¿Qué tal anda el chukel, julandrón? Clarinete, ¿no? Este Miel es un
crack. Un tipo capaz de aprender un idioma en cinco botellas, para mí es un
brother digno de la mayor de las consideraciones. Pese a todo, fue en ese
momento cuando perdí la atención del Miel. El tío alucinaba con las personas
que se habían sentado en la mesa de al lado. Dos tíos jóvenes y una cachonda
que te cagas. La tía, como digo guapísima, todavía llevaba puesta la banda de
Miss Patata de Coristanco. Según le dijo la chica al Miel, la noche anterior
habían estado en el Festival de Pardiñas y allí los organizadores, una pandilla
de cachondos, habían organizado un concurso de belleza que había ganado ella y
que como premio le habían dado la banda que portaba y un lacón que llevaba en
el bolso. Pero el Miel no alucinaba por eso, alucinaba por lo que hizo la chica
a continuación. Llamó al camarero y encargó un plato de caldo con tres cucharas.
Palabrita del niño Luis Germán, al Miel tal proceder lo dejó ojiplático. Decir
que alucinaba es poco. Es más, si no fuera porque yo le aseguré que había visto
y oído cosas peores de algunos turistas creo que le habría dado un parraque allí
mismo. Cuando se calmó y me preguntó qué podía superar aquella barbaridad le
contesté: “Pues verás, Miel Gibson, una
vez en este mismo restaurante vi como un
señor se bebía de un trago el líquido del aguamanil que ponían antes para
limpiar las manos después de comer marisco” Fue en ese momento cuando Miss
Patata de Coristanco exclamó: qué ricas
están estas toallitas, tráiganos tres
más ahora con sabor a percebe.
El australiano se
desmayó, quizá fue el aprender un idioma tan rápido, la firma del contrato se
fastidió y Miss Patata de Coristanco se marchó con sus dos acompañantes al
albergue dando golpes los tres en los adoquines con sus palos de peregrinos
entonando el santo, santo, santo es el
señor.
Por cierto, ¡qué temazo!
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