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viernes, 3 de mayo de 2019

Los Caminantes Blancos.


Lo bueno de tener todo el tiempo del mundo es que puedes hacer todo aquello que siempre deseaste hacer y que nunca pudiste por culpa de no tener todo el tiempo del mundo. Y no sé si me explico o si sufro sobredosis de ironía. Vosotros decidís. En todo caso y sea lo que sea lo que me pase, lo cierto es que estoy de puente. Puente y señor mío. ¡Acueducto! En Madrid no nos andamos con coñas. Aclaro. Puede parecer raro que un tipo como yo, que vive en el arrabal coruñés y encantado de haberse conocido, celebre un puente madrileño, aunque sea éste de tamaña consideración, pero si os digo que no sólo celebro los madrileños, que los celebro todos, creo que la cosa se entenderá mejor. ¿Me entiendes? Y todos, que conste, quiere decir todos. Por si tenéis dudas os lo aclaro: es igual que no es no, pero en puente. Celebro San Jordi, San Fermín, el día Asturias como bollus preñados, el de León Cecina, voy a la tomatina de Buñol, a la tamborrada de Calanda, corro delante de los toros en Pamplona mazado a chacolís, celebro San Patricio practicando el Spanglish y con ocasión del Oktoberfest bebo cervezas y como salchichas—se ruega no dejar volar la imaginación—. No paro. Y si a todo lo anterior unís que mi asistencia a todas las fiestas gastronómicas y populares de las que disfrutamos en Galicia es de obligado cumplimiento para mí, comprenderéis que mi vida es un no parar. Que si el smoking, que si el chaqué, que si el traje regional y que si la alpargata a juego. Con la gaita siempre a punto, no vaya a ser que suene, y que tenga que tocarle a alguien la muñeira de Chantada con la mayor de las afinaciones. Con tanta fiesta mi vida se ha convertido en una exageración; y como tengo todos los días libres no me queda tiempo tengo para hacer mis cosas. Ya sabéis: practicar mis aficiones. Sí, porque yo tengo de eso. Soy un vicioso que sufre de la falta de tiempo por exceso de ocio. Ya sé que es difícil para vosotros entender ciertas cosas. Sobre todo para los más desgraciados, para los que no estáis de puente. Pero que sepáis, que yo empatizo con vosotros y que incluso me pondría en vuestro lugar si tuviera tiempo para ello, pero que no tengo. Así que estoy pensando en liberar esta agenda de actos festivos y escaparme. Estáis a punto de llegar. Y si no fuera porque soy solidario, y porque ahora mismo estoy celebrando el primer puente que tienen los madrileños en mayo, cuando hace la calor, así lo estaría haciendo. Pero escaquearme el primer mes en el que los capitolinos empiezan a salir en masa a ver mundo tampoco me parece correcto. Sería como faltar al trabajo; y los provincianos, los habitantes de las provincias, también tenemos nuestras obligaciones y una de ellas es soportar con estoicismo y resignación vuestra presencia. Para ello es conveniente recordar que antes de salir de casa, además de coger móvil conviene poner tapones en los oídos. Porque, ¡hay que ver lo que chilla esta horda de caminantes blancos que nos asola!  Chillan tanto que, aparte de muertos parecen sordos.
“Pelayo, no mojes los pies no vaya a ser que te se corte la digestión”—chillaba a voz en cuello el otro día una cenutria con acento muy serrano.
No, mamá”—contesté yo desde el otro de la playa, tres kilómetros más allá.


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