Lo bueno de tener todo
el tiempo del mundo es que puedes hacer todo aquello que siempre deseaste hacer
y que nunca pudiste por culpa de no tener todo el tiempo del mundo. Y no sé si
me explico o si sufro sobredosis de ironía. Vosotros decidís. En todo caso y
sea lo que sea lo que me pase, lo cierto es que estoy de puente. Puente y señor
mío. ¡Acueducto! En Madrid no nos andamos con coñas. Aclaro. Puede parecer raro
que un tipo como yo, que vive en el arrabal coruñés y encantado de haberse
conocido, celebre un puente madrileño, aunque sea éste de tamaña consideración,
pero si os digo que no sólo celebro los madrileños, que los celebro todos, creo
que la cosa se entenderá mejor. ¿Me entiendes? Y todos, que conste, quiere
decir todos. Por si tenéis dudas os lo aclaro: es igual que no es no, pero en puente.
Celebro San Jordi, San Fermín, el día Asturias como bollus preñados, el de León
Cecina, voy a la tomatina de Buñol, a la tamborrada de Calanda, corro delante
de los toros en Pamplona mazado a chacolís, celebro San Patricio practicando el
Spanglish y con ocasión del Oktoberfest bebo cervezas y como salchichas—se
ruega no dejar volar la imaginación—. No paro. Y si a todo lo anterior unís que
mi asistencia a todas las fiestas gastronómicas y populares de las que
disfrutamos en Galicia es de obligado cumplimiento para mí, comprenderéis que
mi vida es un no parar. Que si el smoking, que si el chaqué, que si el traje
regional y que si la alpargata a juego. Con la gaita siempre a punto, no vaya a
ser que suene, y que tenga que tocarle a alguien la muñeira de Chantada con la
mayor de las afinaciones. Con tanta fiesta mi vida se ha convertido en una
exageración; y como tengo todos los días libres no me queda tiempo tengo para
hacer mis cosas. Ya sabéis: practicar mis aficiones. Sí, porque yo tengo de
eso. Soy un vicioso que sufre de la falta de tiempo por exceso de ocio. Ya sé
que es difícil para vosotros entender ciertas cosas. Sobre todo para los más
desgraciados, para los que no estáis de puente. Pero que sepáis, que yo empatizo con
vosotros y que incluso me pondría en vuestro lugar si tuviera tiempo para ello,
pero que no tengo. Así que estoy pensando en liberar esta agenda de actos festivos
y escaparme. Estáis a punto de llegar. Y si no fuera porque soy solidario, y
porque ahora mismo estoy celebrando el primer puente que tienen los madrileños
en mayo, cuando hace la calor, así lo estaría haciendo. Pero escaquearme el
primer mes en el que los capitolinos empiezan a salir en masa a ver mundo
tampoco me parece correcto. Sería como faltar al trabajo; y los provincianos,
los habitantes de las provincias, también tenemos nuestras obligaciones y una
de ellas es soportar con estoicismo y resignación vuestra presencia. Para ello
es conveniente recordar que antes de salir de casa, además de coger móvil
conviene poner tapones en los oídos. Porque, ¡hay que ver lo que chilla esta
horda de caminantes blancos que nos asola! Chillan tanto que, aparte de muertos parecen
sordos.
“Pelayo,
no mojes los pies no vaya a ser que te se corte la digestión”—chillaba
a voz en cuello el otro día una cenutria con acento muy serrano.
“No, mamá”—contesté yo desde el otro de la playa, tres kilómetros
más allá.
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