Recuerdo que una noche,
cuando frecuentaba malas compañías, cenando con un grupo de amigos entre los
que se encontraba una sindicalista, que de repente entre nosotros se montó una
tangana bastante importante por una chorrada que yo dije. El fútbol es cultura. La sindicalista se sulfuró. Primero me llamó
facha, después pasó a llamarme burro—la corregí y se cabreó más cuando le dije
que burro en culto se decía jumento—, para acabar llamándome de todo menos
guapo. Acostumbrado como estaba a lidiar con los demócratas del nacionalismo,
gentes con las que colegueaba en mi diario tacear, que por aquella época se
creían con derecho a otorgar cartas de nacionalidad, me encogí de hombros,
enarqué una ceja y sin pensarlo dos veces mandé a la mierda a la sindicalista.
Así, a bote pronto. ¡Cosas de juventud! Por supuesto, perdí la discusión. Y
mira que era difícil. Sin embargo, fuera como fuere, el caso es que aprendí la
lección; y la lección, como decía aquel afamado filósofo húngaro, uno al que
conocí en un garito, es que nunca discutas
con un imbécil.
Viene todo lo anterior
a preámbulo, porque el otro día estando en un bar dije que Sálvame era un
excelente programa—aunque juro por Snoopy que no lo veo— y a mi alrededor se
armó la de San Quintín. No hubo ni división de opiniones. Estaba con
intelectuales de las cañas, con esforzados de las tapas, en definitiva con
revolucionarios de barra fija y me di cuenta de que no estaban dispuestos a
hacer concesión alguna. Prueba de ello es que me dejaron claro que buen programa era el que ellos decidieran. Y
punto, no se hable más. Buen programa—
añadió el más lanzado— es ARV, el de
Ferreras, ahí los tertulianos hablan de política y si no fuera porque tienen la
costumbre de sacar a Inda y a Marhuenda, sería un programa perfecto. Resumiendo—terminó—: eso es cultura y no la mierda en bote de
Sálvame.
No me quedó más remedio
que rendirme a la evidencia si no quería revivir la escena que hacía años había
tenido con la sindicalista. Además, si contesto y tú puta cómo se lo tomaría aquel gachó tan serio que apenas
conocía. Por eso, en vez de discutir reconocí dramáticamente que tengo tendencia
a equivocarme y rogué encarecidamente que en caso de sufrir un accidente, por
favor, le dieran la petaca a mí hermano. Afortunadamente, tanta y tan buena
disposición por mi parte fue apreciada convenientemente, pedimos otra ronda, la
jugamos al chinchimoni y perdió el lanzado. ¡Hurra, que se joda! Relajado por
este acto de justicia divina, reparé en que a mí no me paga nadie por discutir,
ni siquiera cuando creo llevar la razón. Por tanto… Además, como estas cosas me
la bufan, prefiero adaptarme y darle la razón a los que no la tienen. Les hace
ilusión. Es lo que tenemos los fans de la filosofía húngara, somos buena gente
con tendencia a la condescendencia.
Lo malo es que el otro
día que me encontré con la sindicalista con quien, casualidades de la vida
ahora coincido por el parque que hay cerca de mí casa, y aproveché para preguntarle
si se acordaba de aquella discusión surrealista que habíamos sostenido hacía
tantísimos años y me contestó que no, que no la recordaba. Picada por la
curiosidad la otrora sindicalista y ahora feliz jubilada—creo que la RAE
estudia adoptar ambos términos como sinónimos—, me preguntó cuál había sido la
causa y cuando le contesté que la discusión había sido por culpa de Butragueño
no me quiso creer. ¿Cómo íbamos a
discutir por Butragueño?—me preguntó incrédula—. Pues ya ves —le
contesté—. En esa época a Butragueño le
habían fotografiado los suspensorios en el Bernabéu y todo el mundo andaba
alabando la gran cultura que tenía el muchacho. ¿Me entiendes? La
sindicalista, campechana ella, se rio. Aunque tengo que decir que creo que
guiñarle un ojo tuvo algo que ver con su buen humor. Y es que, no cabe duda alguna: las cosas de la
cultura con guiños se entienden mucho mejor. Sobre todo a nuestra edad, cuando
lo importante es tener salud y no llevar un mal golpe. Después nos tomamos un agüita
como buenos liberados que somos los dos, y como buen amigo le pregunté: ¿nos hacemos unos chinos? Y perdió. Por
tanto, otro hurra y otro ¡qué se joda! Estoy en racha.
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