Si algo tienen en común
los portadores del virus de la imbecilidad es la necesidad que tienen todos de
decírselo al mundo.
Para conseguirlo son
capaces de recurrir a cualquier cosa; y así vemos que si se compran un coche de
alta gama siempre les endilgan el que no tiene intermitentes; que si salen a
dar un voltio por el paseo marítimo se gastan un potosí en pertrechos en ese
almacén especializado en uniformes de deportista y que si hay un carril bici y
al lado una carretera, el imbécil siempre elegirá la carretera porque no en
vano él es ciclista, imbécil y extremo.
Y no se hable más, que
podría estar hasta el día del Juicio Final poniendo ejemplos y tampoco es plan.
Pero siendo todo lo
anterior cierto, basta con salir a la calle o a la carretera para comprobarlo,
tampoco es menos cierto que hay imbéciles capaces de hacer cosas todavía más
imbéciles para demostrarlo. Palabrita del niño Jesús. Incluso, sin ser menester
en absoluto, llegan al extremo de poner en riesgo su vida.
El vulgar público
sabemos de la proliferación de este tipo de imbécil, también conocido por
Imbécil Extremo, gracias a esos sufridos fotógrafos que dejan testimonio para
la posteridad y a los propios selfis que ellos perpetran para dejar testimonio
de sus supuestas proezas.
Y es que, tanto pueden
subir al Everest en un día de tormenta, como bajar a la Fosa de las Marianas un
día de playa, como hacer surf rodeados de tiburones. El caso, siempre, es hacer
el imbécil y hacerse un buen selfi para subir a la red y compartirlo con los
diez mil amigos a los que no conocen de nada.
Que vean, que se mueran
de envidia esos diez mi mil seguidores; que quede claro que tú eres un Influencer
de cágate lorito y que por tu público
matas, aunque para ello tengas que ser tú el estropiciado.
Así que, creo que en
caso de accidente lo mejor sería ni molestarse en ir a rescatar a esta peña de
chungos. ¿Para qué, para chafarles el asunto? En todo caso, que regresen de sus
aventuras como se fueron no vaya a ser que les pase lo mismo que le pasó el
otro día a un peregrino que hizo el Camino de Santiago y que cuando lo finalizó
se puso a pedir cuartos a los viandantes para poder regresar. Pues, no llegó
una persona, que harta de ser asaltada a diario por esta chusma, le dijo ante
su asombro: ¿y por qué no te vuelves de
la misma manera que viniste?
Claro que, si algo
tiene en común ésta plaga, la del carota-peregrino y la del dominguero que
escala el Everest, es que las dos van haciendo el Imbécil Extremo allá por
donde van.
A diario y sin
descanso.
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