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lunes, 31 de diciembre de 2018

Feliz 2019 por un viejo cascarrabias.


Las uvas no me las zampo, me las bebo, la ropa interior roja no la pondré porque no la tengo y el chocolate con churros de madrugada no lo tomaré porque no sé comer y dormir al mismo tiempo. Soy un tío bastante limitado, lo reconozco.
Pese a tanto infortunio, hoy es el día del borracho aficionado, el día en que se quedan en casa los juerguistas profesionales
Y es que, las calles serán tomadas al asalto por los novatos. Seamos, pues, indulgentes y hagamos sitio. Se sacrificarán y lucirán sus carnes trémulas de frío por doquier. Los chicos se enfundarán en trajes heredados o comprados para la ocasión en algún baratillo, trajes que les irán cortos de la sisa y largos del canesú, mientras que las chicas escogerán vestidos encogidos para tan solemne acto, y así todos juntos con el maquillaje corrido de ellas y la camisa desharrapada de ellos, parecerán zombis a la hora de regresar a casa.
Mañana será año nuevo, Dios mediante. Día de San Manuel, patrón de todos los cocidos. Comenzará un nuevo año en el que, nuevamente, naufragarán los buenos propósitos.
2018 ya es agua pasada, y como el agua pasada no mueve el molino, pronto aparecerá la cuesta de enero, el carnaval y la Semana Santa para seguir con la francachela. La vida continuará y todo seguirá igual, seguro. A unos les irá bien, a otros mal y a la mayoría le irá como siempre. Y Deo gracias porque la cosa siempre puede ir peor. Porque, si te mueres la cosa parece irremediable. Totalmente, vamos. No podrás pedir el libro de reclamaciones y protestar diciendo que no es justo. Que tú, que cumpliste con tu parte, que cumpliste con todas las tradiciones, que te tomaste las 12 uvas y que hasta te pusiste gayumbos rojos, te sientes estafado. Te prometieron un año dichoso y próspero a más no poder si hacías todo lo mandado, y vas y te mueres. ¡Qué ganas de fastidiar, coño! Con lo mal que me venía a mí morirme este año. No sé, pero esto de cumplir con los rituales y hacer caso de las profecías, se antoja cosa de novatos, de esos que se ponen trajes cortos de mangas, largos de tontería  y que todavía son impúberes de la sesera.
Pero, celebrémoslo. El mundo hoy es una gran fiesta repleta de personas entregadas a la práctica de la filosofía Forrest Gump, empeñados en demostrar que: tonto es que hace tonterías.
Aunque, ahora que lo pienso bien, si sólo fuera hoy.
Lo dicho, Feliz 2019 y que no decaiga.



miércoles, 26 de diciembre de 2018

De "normies", "cuñaos" y ciclones.


Tengo entendido que esta Nochebuena el plato estrella en la mesa de los “normies” fue el solomillo Wellington, aunque yo sé de una “normie” que se pasó la tarde haciendo volovanes y que cuando se lo dijo a su pandilla de “normie amigas” el cachondeo fue generalizado.
Pero os estaréis preguntando, ¿quiénes son los normies, soy yo un, una normie?
 Según las versiones más aceptadas, “normie” es una persona normal o, en su defecto, un básico. O sea, alguien común y corriente, desinteresado en la cultura y que sólo vive los ejemplos de vida que le presenta la televisión y las peores películas de Hollywood. En definitiva, los “normies” son personas normales, aburridas y poco interesantes.
También se sabe que la Nochebuena tiene el poder de aglutinar alrededor de la misma mesa a “normies” y “cuñaos”, siendo esta última especie, la de los “cuñaos” de desprecio general por la población y en especial por los “normies”, quiénes siempre anodinos se comportan como si caballeros templarios de buenos modales en la mesa fueran. Y todos sabemos (el todos incluye a los “normies”) que la tribu de los “cuñaos”, aparte de prolífica en grado sumo, también es sumamente insoportable.
Si ustedes lo piensan, lo anterior podría resumir lo que pasa en cualquier mesa de Nochebuena que se precie: la discusión. Eso y el bebercio, por supuesto. Porque si algo tienen en común “normies” y “cuñaos” es que ambas especies gozan de la misma afición de la que gozan los afamados peces del villancico y beben, y beben y vuelven a beber hasta que se arma la marimorena o el Belén, según se mire.
Sin embargo, yo, este año he hecho un descubrimiento que nada tiene que ver ni con “normies” ni con “cuñaos”, faunas ambas con las que, por cierto, no me relaciono. He descubierto por qué los ciclones tienen nombre de mujer.
Y es que este año estuvo en mi casa el día de Nochebuena Mariló.
¿Y os preguntaréis, y quién es la tal Mariló, y qué tiene que ver la tal Mariló con los ciclones? Pues, Mariló es mi prima, ¿qué pasa? Bueno, en realidad creo que es prima segunda o algo así, aunque en realidad siempre ha sido Mariló, mujer, amiga y prima ahora convertida en ciclón, el ciclón Mariló.
¡Que  tía! Disculpen que corrijo: ¡Qué prima!
Mariló está más cerca de los 90 que de los 80. De edad, me refiero. Se rompió la cadera un par de meses antes del verano y la noche de Nochebuena (redundancia máxima) subió las escaleras hasta el 4º donde habitamos mi hija y yo (sobre todo cuando estamos en casa) más rápido  que el mismísimo Usain Bolt.
Llegó, se sentó y empezó a sacar cosas de bolsas. Una hora después empezamos a cenar entre los guiños que emitían los papeles de regalo abandonados.
Mariló, convertida ya en ciclón, comió como una lima, bebió moderadamente y después ante la televisión se mostró como una gran fan de Ara Malikian, el violinista, dejándonos a mi hija  y a mí, estupefactos y muertos de la risa.
Sin duda, fue una gran noche. Una velada con ausencia de “normies” y de “cuñaos”, pero con la presencia de una mujer convertida en fuerza de la naturaleza: un ciclón llamado Mariló.
Gracias, primita, por una Nochebuena diferente. Nos has hecho muy felices y debes de saber que lo pasamos muy bien.
Muchísimos besos, ciclón.

martes, 25 de diciembre de 2018

En un sarao.


No soy yo un tipo que suela prodigarse en actos sociales, la verdad. Pero aun así, a veces, voy a alguno. Eso sí, siempre rosmando. Comprenderme, uno tiene su carácter, más historia detrás que delante y no tengo culpa de que la vida me hiciera así: rebelde y oveja. Descreído del mundanal ruido, de la liturgia que comporta la sociabilidad y al mismo tiempo manso que te quiero manso. Por tanto, si a esas cosas son otros los que van, pues mejor. Faena que me ahorro. Encima, comodón que es el menda.
Pese a los antecedentes, un día fui a la  presentación de un libro. También tengo días exagerados, manifiesto. De  ringorrango convendría puntualizar, pero desclasado: no había canapés que apaciguaran mi hambre de cultura. Superado el chasco y con el estómago vacío, procedí a sentarme. El auditorio de dimensiones generosas veía rellenado su aforo en cuarto y mitad. El lugar era céntrico, fácil de llegar e imposible para aparcar. Entre los asistentes había señoras mayores, supongo que por el turno familiar, un sinfín de parientes y los consabidos intelectuales de canapé posando con sonrisa de  péplum para el becario de un periódico encargado de inmortalizar el acto. Sobre el escenario, detrás de una alargada mesa, tres personajes: el autor del libro, el editor del mamotreto y un intelectual de reconocido prestigio. Las señoras estiraron la faja, era invierno, fruncieron los morros para darse otra capa de carmín en el belfo y en poniendo cara de éxtasis, preparados, listos, ya, dio comienzo el aquelarre. Éxtasis sí, esta no, esta me la como yo, tarareaba para mí, desbarrando un Chimo Bayo. El escritor bien. Sobrio, preciso y escueto. Frufrú de visones para celebrar. Rumor de abalorios por las muñecas. El editor en la línea que se le supone a un editor: Parole, parole, parole. Se marcó un Gianni Ferrio con la mala suerte para nosotros, los sufridos asistentes, que el gachó cantaba peor que Mina. Pero entonces llegó él, el escritor de reconocido prestigio. ¡Yeahhh! Parecía estar allí para rescatar al editor y para transportar a base de lisonjas al autor ante las mismísimas puertas del soponcio. Eso sí, lo hacía a base de indirectas. ¡Qué fenómeno, no le entendí nada y a la vez lo comprendí todo! Habló, creo, sobre 10 minutos. Aproximadamente, tampoco cronometré si los 10 minutos fueron una hora  porque poder podría haber sido. Y en esos 10 minutos, esos eternos 10 minutos, el muy eminente, se las apañó para traer a colación media docena de citas. Lo  juro o lo prometo. Según prefieran ustedes. Como es natural, el público asistente oscilaba entre el apabullamiento más apabullado y entre esponjarse todavía más la laca de la cabellera y provocar así el aumento del agujero de la capa de ozono. O  sea, me refiero. Aunque a alguna vi, dicho sea sin retintín alguno, mesarse las bragas del gustirrinín. Y es que sabido es, que los intelectuales máxime si son de prestigio, suelen tener cuerpo de  glosa y gustar del uso y del abuso de pamemas. Y para eso, nada mejor que regalar a los oídos repletos de cerumen con media docena de citas de estraperlo. Al fin y a la postre, nadie se va a molestar en comprobar si son ciertas o más falsas que Judas. Aunque, ahora que recapacito, lo peor no sé si fue tener que soportar tal desparrame de cultura o que no me regalaron el libro. No lo sé. Tampoco le importa a nadie, ni siquiera a mí.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Roma


Si no digo yo que no pueda ser una obra maestra, no; lo que digo es que quizá sea una mierda. En todo caso, si mi opinión fuera solicitada o, simplemente, necesaria para alguien optaría por el depende. Porque, sí, porque siempre depende. Depende de la bondad del espectador, depende de la fama que preceda a la obra, al autor, a los actores y depende de si uno cae en gracia aunque no se sea simpático, porque así te mirarán, así te juzgarán con máxima benevolencia.
Sirva toda esta introducción para hablar de la última película de Alfonso Cuarón: Roma. La película que hay que ver en estos momentos, la gran apuesta de Netflix para este mes junto con La balada de Buster  Scruggs firmada por los hermanos Coen.
Pues bien: a mí no me gustaron ni la una ni la otra. Aunque, aclaro: Roma tampoco la acabé de ver, y, la verdad, visto lo ya visto, no creo que me anime a seguir.
Yendo al tema y metiéndome sucintamente en harina: Roma me parece loable y pretenciosa (todo a la vez), con una historia imprecisa y en la que lo más resaltable es el uso del blanco y negro en las imágenes. Y para eso, discrepo. Yo sustituiría el blanco y negro por el gris. Concretamente por ese gris anodino que encaja más con el recuerdo que tengo yo de los años70. Años grises donde los haya. ¡Pardiez! Años de pantalones de campana, de muerte y Transición para los españoles. Pero Alfonso Cuarón no es español, es mexicano. Y, por tanto, sin querer entrar a discutir el valor de una película porque el blanco y negro me parezca inapropiado, diré que la historia tal y como la cuenta me dejó dormido en el primer intento y decidido a renunciar la segunda vez. Ante lo cual, proclamo: a la tercera no irá la vencida. Se acabaron las oportunidades. Tengo mucha obra maestra y mucha mierda en espera  para andar templando gaitas.
La que sí acabé de ver fue La balada… ¿la habéis visto? Uff, se me hace difícil digerir que mis idolatrados Coen hayan firmado tal obra maestra (¡abarrote en el Parrote de obras maestras!), pero  en fin… como decía El Espartero más cornás da el hambre. Por tanto, seamos comprensivos. Hay que mantener los condominios, llenar los depósitos de los deportivos y mantener un cierto estatus.  Y que todo eso cuesta dinero, lo sabe hasta el genio de la lámpara.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Anatomía de un dispendio.


Suele ser habitual que cuando llega la Navidad lleguen también los buenos propósitos. Palabras como paz, felicidad o armonía se convierten de repente en objetivos. Todo diciembre se vuelve azúcar, buena intención y gasto desmesurado. Ni siquiera yo, ácrata confeso, corrido y veterano en mil batallas, me libro del extraño influjo que estas fechas proyectan sobre nuestras vidas. Y si Gregorio Samsa, el celebérrimo personaje de Kafka, amaneció un día convertido en insecto, yo, el otro día me desperté derrochón.
Para celebrar tan buena noticia, la de no haberme despertado insecto, sólo derrochón, fui a un sitio y compré un periódico. 2,80 euros fue el costo del derroche  sobrevenido. 2,80 euros de El País, en papel y con una revistita que tiene como columnistas a lo más preciado de la cuadra. Hacía tanto tiempo que no compraba un “mentireiro” que descubrí que los de El País habían renovado la colección prêt à porter, artículos y ripios a domicilio, y que al lado de los fósiles habituales publicaban sus pamemas los nuevos líquenes de reciente  adquisición.
Me alegré mucho, la verdad; tanto que pensé que ya que había comprado un periódico, también podría hacer el esfuerzo de leerlo.
Y así fue: lo leí.
Tuve la impresión de que no habían pasado los años, que habían cambiado el nombre de los articulistas, pero que las babosadas de antes seguían en vigor. Nuevos nombres al lado de viejas caras escribiendo todos hermosas redacciones. Quedé patidifuso.
Me alegré mucho por la vuelta de Manuel Rivas a su periódico de cabecera y del que, creo, que nunca salió. Bien. Su artículo sobre el fútbol femenino es una “palomita” a la obviedad. Recuerdo que “palomita” y prescindible pueden ser sinónimos. Tanto que, si fuera osado, cosa ésta de la que me estoy quitando, le recomendaría que leyera a Valdano, a Enric González o el fabuloso 19 de diciembre de 1971 de Roberto Fontanarrosa, y como sé que es un hombre inteligente y extraordinariamente leído se dará cuenta de que en la diferencia está lo interesante. Pese a todo, y para que conste, Manuel Rivas destaca.
En la página anterior, la de Javier Cercas, abusando del desparpajo hace un análisis en su artículo (determinado donde los haya) del procés y extrae conclusiones que me dejan perplejo.
Dice Cercas:
Claro que hay muchos jóvenes separatistas, sobre todo en zonas rurales, pero hay muchísimas personas mayores que enfrentadas a un declive vital desprovisto de alicientes han encontrado en el separatismo una utopía con que llenar sus últimos años de emociones colectivas fuertes y sin riesgo”.
No sé. ¡Viva España, ¿no?! Qué fenómeno; mezcla churras con merinas y encima es aplaudido. Palabra de Cercas, te alabamos El País. Joder, un día de estos nos damos un golpe con tanta pluralidad.
Lo malo es que faltaba la traca. El habitual reincidente, el cascarrabias, reina en la página final. Hablo de Marías, Javier, quién haciendo gala de su discurso (ex cátedra habitual) nos ilustra con los palabros que más le alteran. Todo por la gracia de Marías o porque él es así o porque nació listo o…, por lo que sea. En todo caso, porque es Marías, escritor, agonías y aspirante a Nobel que te quiero Nobel,  al que publican en El País. Un hombre, sin duda, merecedor de una docena de Nobeles. Al fin y al cabo, si a Dylan le dieron uno que a Marías le dieran cuarto y mitad sería un acto de justicia. En todo caso,  si sobra algo siempre se lo pueden devolver al pregonero de Minnesota. 
Menos mal que, al final, recordé que si había comprado un periódico y gastado 2,80 euros, había sido por un buen motivo: tengo entendido que para limpiar los cristales no hay nada mejor que las hojas de un periódico. Cierto: la mierda atrapa mierda.

jueves, 20 de diciembre de 2018

La botella más antigua del mundo.


https://www.20minutos.es/noticia/3516901/0/abrir-botella-vino-mas-antigua-mundo/?fbclid=IwAR08GFldTjPACboLAN_vPPYpUDUXrdKdYAllv0-QBZ4VVGtJhoTvB-xZcxM
Acabo de recibir un wasap, aplicación testamentaría, proveniente del año 325 DC, o sea, de hace…, a ver un momentito que hago la resta…, de hace 1.693 años en la que un noble romano me dice que me lega todas sus propiedades.
Como es natural, y estando tieso como suelo, la noticia me alegró mucho. Inmediatamente empecé a soñar con un gran palacio repleto de mucamas, con una imponente colección de cuadrigas familiares y aurigas deportivas con las que lucir todavía más el palmito y con una  cuenta corriente  repleta  de áureos, denarios y sestercios, y con una buena cantidad dupondios a modo de calderilla para las propinas.
La verdad, estaba contento. No todos los días se recibe una herencia.
Y así, contento y satisfecho, empecé a hacer los trámites para convertirme en un vulgar Creso. Fue cuando la cosa se complicó, porque primero fue necesario proceder a inventariar los bienes. El problema era que para hacer tal cosa lo primero que había que saber era cuáles eran los bienes a inventariar y cuántas las provincias afectadas. Porque de Roma a Corcubión todo había sido provincia tiempo ha.
En ese momento, el leguleyo encargado del mandado descubrió que sumando todos los impuestos pagados en las sucesivas transmisiones patrimoniales  se podía comprar la provincia de Soria entera.
Por supuesto, al enterarme, arqueé la ceja. Costumbre ésta en la que, por cierto, soy máster del universo. Tanto que, emitiendo un explícito “pues, a mi plin” demandé otra vez máxima celeridad al leguleyo. Agobiado, el abogado, que paradójicamente parecía un buen hombre, me advirtió sentidamente:
“Entre tanto impuesto y tanta plusvalía, te comunico, amigo testado, que el valor de lo heredado es igual a cero y que, además, sólo queda una botella con la que aliviarse de las penas”. Y me enseñó una foto. “Repámpapanos”, exclamé confundido, “la botella de vino más antigua del mundo”, añadí orgulloso del legado que me había dejado un pretérito  bolinga y romano.
Os lo prometo, porque en ese momento no tenía a nadie al lado, que si llego a tener a mí lado al duque de Alba, por ejemplo, lo miro con desprecio y con altivez. ¡Gentecilla! Porque, ¡cáspita!, no todo el mundo puede presumir de ser propietario de tamaña mierda. Eso sí, la botella es tan chula (adjunto foto y enlace para más abundamiento), con esos delfines  y esa masa parduzca de su interior, Alien masa madre, que decidí renunciar a mi herencia, por aquello de los impuestos provinciales y demás gravámenes, y que se quedara en el Museo Histórico del Palatinado de Speyer. Donde está.
Al fin y al cabo, aquello que no vayas a beber…

sábado, 15 de diciembre de 2018

El caso Abelenda.


Pronto comenzarán los prolegómenos del lanzamiento de mí nueva novela. Mi hija, como siempre, hará la foto de portada, mientras que para la contraportada (debajo de la reseña biográfica ad hoc que suelo poner) la foto elegida saldrá de algún viaje. En todo caso, puede. A estas alturas todavía no tengo nada decidido de forma definitiva. Y en enero, con la coletilla Dios mediante incluida, saldrá a la venta en Amazon mi nuevo trabajo literario.
La novela se titula El caso Abelenda, y pese a utilizar los mismos personajes (y muchos nuevos más) que la precedente, Alambique, 28, la novela actual ni es una continuación de la anterior ni tampoco tiene ínfulas de llegar a trilogía. Simplemente: es otra novela, autónoma y, como siempre, escrita para ser leída del tirón; y  si en la primera vacié el argumento hasta la exageración, como demostración de que una novela la puede escribir cualquiera, aunque no tenga nada que contar y que para ello utilizara el método del pespunte como ilación de lo prescindible, en esta nueva novela se respeta el orden cronológico de la historia y los enlaces hacen que el conjunto sea armónico, que el tempo sea ortodoxo y que, en definitiva, la historia sea todavía de más fácil lectura.
En esta nueva entrega, Faustino Abelenda, después de pasarse toda la vida sin dar un palo al agua, cae en la moda de los emprendedores y se decide a urbanizar una de sus fincas. Pero las cosas no salen como eran de prever o, en todo caso, como él esperaba. Y así, por primera vez en su vida es presa del insomnio y la ansiedad se instala en su vida a causa de los problemas  que amontona. Para aliviarse, comienza a ir a una piscina y es allí donde conoce a Amalio Noriega, un mega millonario de la construcción y uno de los hombres más ricos del mundo que le propone un quid pro quo (tú me ayudas, yo te ayudo). Es así como…
La novela, El caso Abelenda,  terminada hace casi un año y durmiendo el sueño de los justos en forma de bit en mi ordenador, se publicará, D. m, en enero en Amazon. Sólo falta que mi fotógrafa  de cabecera,  hija y sufridora, Gloria López, encuentre tiempo y realice el gran trabajo al que me tiene acostumbrado para que El caso Abelenda sólo sea parte de nuestro pasado común.
Como colofón de este post quisiera daros las gracias a todas/os, y desearos que tengáis unas Felices Fiestas y un próspero 2019.
Salud.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Paseos antológicos.




Diría que siempre tuve una vida bastante movida. Si como muestra sirviera un botón, podría añadir, en apoyo de lo dicho anteriormente, que tan sólo en el ejercicio de mi vida laboral transité por más de dos millones de kilómetros y que, aún pese a ello, mis ansias viajeras no han disminuido lo más mínimo. Sin embargo, ahora en vez de ir a trabajar cada día a un sitio distinto como hacía antes, cuando voy a algún lado lo hago con ese ánimo de lucro que se llama disfrutar. Y disfruto, ¡vaya si disfruto! Disfruto una barbaridad, porque si antes fundamentalmente veía a personas ahora veo cosas, paisajes sin par y bosques que sorprenden por su quietud y por su ausencia de visitantes. He pasado de decir que mis clientes eran mis amigos y mis batallas, a encontrar entre robles, chopos y ríos el remanso de paz que creía perdido. La elección de la ruta casi es lo de menos. Hay tantas y tan bonitas donde elegir que ninguna de ellas te defraudará. Puedes recorrer paisajes nuevos para tus ojos, sentir la emoción de ser transportado por un olor y por el recuerdo que te proporciona y puedes caminar solo o en compañía. Pero hagas como lo hagas, relájate y disfruta. Siente el rumor de la brisa, el trinar de los pájaros, el ruido cansino y ensordecedor de las urracas. Disfruta. Eso sí, no te olvides que es de observancia obligatoria el ser respetuoso con el medio ambiente. Ambiente, por cierto, al que algunos no queremos medio sino entero. Tú basura viaja contigo. No la dejes allí, por favor. Agáchate y recógela o no te agaches y lleva una bolsa. Es tan fácil de hacer que incluso tú puedes, señorito del carallo. Es una triste pena tener que ver la basura que algunos van dejando tras de sí. En todo caso, si no sabes más, si eres un impresentable o si eres de los zulús que van dejando muestras de tu mierda allá por donde pasas,  no salgas de casa. ¿Para qué? Al parecer, fuera no hay nada que sea de tú interés, y créeme tú mierda tampoco tiene para los demás el menor de los intereses. Así que, por favor, señoritos/as del carallo: quedaros en casa y poner Tele Pantoja que es más lo vuestro. No perdáis el tiempo, porque ni vuestra presencia se hace necesaria ni tampoco nadie os va a echar de menos.


sábado, 24 de noviembre de 2018

De un camarero y de Jorge Valdano


¿Sabés lo que es un etarra? Claro, boludo. Un etarra es un terrorista. ¿Y conocés el chiste que se cuenta en Galicia sobre la diferencia entre etarras y argentinos? El tipo se quedó callado, serio. Aproveché y continué: Sólo hay una diferencia, churro: mientras los etarras todavía tienen seguidores a los argentinos no os aguanta ni dios. Si le llego a dar una hostia no lo dejo más grogui. Pero, el muy chulito, se lo andaba buscando.
La anécdota, absolutamente verídica, sucedió en un pub de Camden Town entre un camarero argentino y un propio. Resulta que el camarero se sobrepasó, se hizo el graciosillo conmigo sin venir a cuento, y que como yo todavía no había tomado mi tercera pinta mañanera, todavía no había alcanzado el karma. Cosas. Después me arrepentí, dicho sea. Eso sí, me arrepentí cuando ya estaba lejos. Concretamente en el pub de enfrente. Argentinos igual a odiosos parece el resultado de una ecuación. Sin embargo, no es así. Y si creéis que a mí me caen mal los argentinos estáis equivocados. Me caen mal los que van de bordes, como iba el camareta de Camdem, y los que se creen con derecho a hacerse los graciosillos y burlarse del acento de los demás. Como decía aquél tipo tan célebre: ¡váyase a la mierda! A lo que añadiría: y ponme la pinta de una puta vez, joder.  
La prueba de que los argentinos no me caen mal es que admiro a los escritores argentinos. En el orden jerárquico, el natural de las cosas, están situados en la cúspide. Borges, Cortázar o el ecléctico Manuel Puig (por ser somero) me han hecho gozar lo indecible. Y la prueba del 9 de que no tengo nada, absolutamente nada, contra ellos es la admiración que profeso por Jorge Valdano, argentino, a quien no admiro por el ejercicio de la que fue su profesión, futbolista, ni por haber ganado un mundial de fútbol en compañía de un tal Maradona, lo admiro por su oficio de escritor. Sus crónicas deportivas, ahora publicadas en El País y antes en Marca, nunca me dejan indiferente. Recomiendo su lectura vivamente. El puñetero es ameno, tiene punch y es certero en el diagnóstico. No os lo vais a creer, pero si digo que desde el mundial de fútbol del 82, el que se celebró en España, en el que Vargas Llosa escribió una serie de artículos sobre fútbol, no había leído nada mejor, no exagero un ápice. Al menos, para mí gusto. Valdano, de fútbol, escribe mejor de lo que jugaba. Porque, de cuando era jugador sólo recuerdo lo piernas que me parecía. Claro que, éste piernas y 9 más, fueron los ayudantes necesarios para que Maradona ganara el mundial que jugaba en casa. ¡Quién me iba a decir a mí que acabaría encontrando una razón para admirar a Valdano, al ex entrenador del Real Madrid, al compatriota del camareta borde de Camdem! Vivir para ver. Enhorabuena, Jorge, te leo por El País.


jueves, 22 de noviembre de 2018

La boda de Marta (y 3).


Después de 48 horas de despendole, en un circo de tres pistas y con más de 400 invitados, cuando subió Chris Martin, el de Coldplay, al escenario a marcarse unos gorgoritos tuve un mal momento. Diré en mi descargo que, a esas alturas, ya iba muy pasado de cubatas de Licor 43. Me encaré con Amancio y le dije: Vale, acepté no ser transportado de tú casa al Náutico en palanquín. Vale, acepté pulpo como animal de compañía y no protesté porque me sentaras entre Feijóo y el hijo de Aznar. Vale, acepté que no contrataras a mí hija Gloria López como fotógrafa.  Pero esto, querido amigo Amancio, esto es pasarse. ¿Quién es este tío que está cantando, acaso es de Montealto, de los Mallos, de la Torre, del distrito 4, o sea, de Monelos…? No, no es de ningún barrio de La Coru. Es otro cantante, y encima de las afueras. ¿Y en qué habíamos quedado, amigo Amancio? ¿Acaso no habíamos quedado en que ibas a contratar a mi amigo Julio López, el que toca la flauta travesera magistralmente, y el que, al igual que su homólogo, el de Hamelín, es capaz de llevar tras de sí a  todas las ratas que hay aquí hasta el río más cercano y hacer que se ahoguen todos? Jo, me pegó tal corte que me puse hasta colorado. Me dejó callado. Mudo, exhausto, apabullado. Y otra vez volví a acordarme del conacho de mi amigo Julio López al tener una revelación y encontrar la “despuesta” que andaba buscando para recuperarme del corte recibido. Sí, porque la “despuesta” es eso que se te ocurre contestar cuando ya han pasado por lo menos un par de horas del asunto. Repuesta, no. “Despuesta”. Anotároslo, sabios de este mundo. A mí el que me dijo que eso se llamaba así fue Julio López quien, además de flautista y erudito, es amigo mío desde tiempos inmemoriales. Veteranos del Vietnam. Y es que Amancio, dos horas antes me había dicho: Y tú porque no te callas. Pero como contestarle ahora lo que tú digas, rey estaría ya fuera de contexto, opté por liar un peta y rulárselo a Alberto (Feijóo) a quien tenía a la derecha, aunque a él no le hiciera falta colocarse porque ya venía muy bien colocado. Pese a todo, dio una calada por aquello de aprovechar. Sin embargo, la actitud del hijo de Aznar fue diferente por completo. Un auténtico julandrón, pues… ¿no acababa de dar su tercera calada, el muchacho, cuando ya quería invadir Polonia? Increíble. Menos mal que, Alberto, con buen criterio por una vez, lo convenció y el chaval optó por enfilar hacia los urinarios a  hacerse una paja. Cantaba: mi barba tiene tres pelos. Para mí que iba puesto de las sustancias. Ya sabéis que las nécoras, las centollas y las cigalas tienen sobre alguna gente efecto sicotrópico. Fue en ese momento, cuando salió a escena la hija de Ravi Shankar, Norah Jones. Una tía guapa, sí señor. Más que Julito López, dicho sea sin entrar en comparaciones porque sabido es lo odiosas que éstas son. La Jones se marcó un par de pasodobles para sitar y mandolina, saludó a Marta cariñosa y sonrió al público dejándonos a los más engatusados y a .un propio totalmente escurrido. Cuando bajó del escenario se sentó en nuestra mesa y degustó el fantástico coctel de gambas que había preparado el hermano de Ferrán Adriá, un tal Albert. Riquísimo. Comí tres y me hice un take away de fiambreras. Para empujar en vez de pan había percebes. Cosas del alto standing. En ese momento, fue cuando subió él, el que le gusta a mí novia y a cientos de miles de fans. Jamie Cullum, la madre que me parió. A mí también me gusta, más que el hijo de Aznar fijo que, por cierto, ¿cómo se llamaba…? Bueno, es igual, cuando regresó del mingitorio parecía más aliviado. Alberto manifestó que él era más de 100 gaiteiros, pero que bueno… a falta de  tortitas buenos eran los Jamie Cullum y se tomó otro on the rocks. ¡Yeahh! Y yo, quizá por la ingesta indebida de cubatas de Licor 43 o la mezcolanza con el peta, vomité como si me hubiera convertido en un surtidor. Adiós ríos, adiós gambas… Los confundidos aplaudieron. Pensaron que era otra atracción. Sin embargo, Amancio se levantó, me agarró de una oreja y en poniéndome un plato de solomillo en una mano y en el otro una enorme fuente de langosta, me puso cara a la pared con un cubata de Licor 43 a mis pies diciendo: Castigado media hora, ¡me cago en la cona! Menos mal que Norah, la hija de Ravi, se apiadó de mí y se acercó a consolarme haciéndome unos mohines con el sitar. Hablamos, como no, de Ravi, su papá, de George Harrison, tito George para ella, y sobre todo de aquel famosísimo viaja a la India que hicieron todos allá por los años 60. Años hippies, años de contracultura, años locos; y no como ahora en que los que lo más es escribir una crónica de la boda gitana de la hija de un megamillonetis y emplear jabón a mansalva en resaltar lo monísima de la muerte que iba la criatura, aparte de, por supuesto, recalcar que iba muy bien vestida y loar convenientemente, cual estómago agradecido, los cuatro vestidos que para la ocasión le habían hecho unos afamados modistos de esa periferia conocida por el extranjero. Y, poco más que añadir. Sólo una cosita para todos aquellos osados que también estén pensando en practicar ese deporte de riesgo que es el matrimonio. Me confirmó Amancio, aunque esto lo sabemos todos los coruñentos, que el buen tiempo lo encargó en el convento que tienen las Clarisas en la Plaza de las Bárbaras por el módico precio de dos docenas de huevos caseros. Así que, ya sabéis adónde tenéis que ir si sois de los que les gusta suicidarse con buen tiempo. Eso sí, a mí no me invitéis a menos que haya coctel de gambas y Licor 43.


miércoles, 21 de noviembre de 2018

La boda de Marta&Torreta, booker de modelos (bu, neno) 2.


(Fue entonces cuando)
… Flora, la esposa de Amancio y madre del Pondio que se casaba se sentó a mí lado y me presentó al florista y al fotógrafo del evento. Thierry Boutemy, que así se llamaba el florista contratado por Flora resultó ser belga, como los bombones, y cuando pregunté por qué habían contratado a uno tan del extranjero me dijeron que las floristerías de la Coru habían cerrado ese día. Sin embargo, cuando vi al fotógrafo me levanté y efusivo por la ingesta exagerada  de cubatas de Licor 43, lo saludé con desparpajo: “Hello, Pidrito” “Diría que me confundes, yo soy Peter Lindberg”. La verdad, quedé más tranquilo. Ya me parecía a mí que ni siquiera mi amigo Pidrito Puig, director de fotografía en El Ideal Gallego, era capaz de envejecer 20 años desde la última vez que lo había visto. Aunque, con  Pidrito nunca se sabe. Si se pone… Otra verdad es que quedé sorprendido al ver al tal Pidrito Lindberg, yo creía que Amancio, mi amigo, había impuesto su criterio y que habían contratado a mí hija, Gloria López, fotógrafa eminente, multi-premiada y nacida en La Coru, pero se ve que no, que alguien debió pensar lo contrario. En fin, pelillos a la mar. Hay que comprenderlo, hacer BBC (bodas, bautizos y comuniones) está considerado por algunos de estos profesionales como trabajo menor. Claro que, sabiendo que las opiniones son como el culo: todo el mundo tiene, estaremos en condiciones de disculpar a los que hablan de lo que no saben. Al fin y al cabo, el que tiene culo tiene boca, por lo tanto se equivoca. Superado el disgusto de no ver a mi hija me concentré en otros pormenores. Más concretamente, en los invitados. Muy menores, clasista que es uno. Creo que ya hablé aquí del pijo, modelo Hípica año 66, que apareció con coleta robándole protagonismo al coleta protagonista, a Torretta jr. Novio y booker de modelos (mi men. Bu, neno). ¡Olé, con un par, que se jodan los influencers! Hablo de ese que comparte apellido con un periodista carcamal que lleva toda la vida dando la murga, siempre en el machito. Ese del que hablo, el local, fue invitado por el turno familiar. Por tanto, casi que no cuenta. En todas las familias suceden cosas. También me fijé en los otros, en la clac que se trajeron de fuera. Figurantes pagados con derecho a frase. Había de todo, como en botica. Actores de medio pelo, aristócratas de ringorrango que viven de las revistas del corazón y un par de intelectuales desubicados haciendo acopio de fiambreras al igual que yo. No vino, al menos yo no lo vi, Antonio Resines. ¡Lástima! Quería preguntarle por el método introspectivo que utiliza para componer sus personajes. El de jamonero lo borda. Tampoco vino el Rey, ni la esposa del Rey, ni ninguna hermana del Rey, ni prima, ni primo, ni cuñado ni na  de na. Ni siquiera alquilaron a Marichalar para hacer lo que mejor se le da, de pongo. Urdangarín por su parte, y siendo emprendedor como es, envió un telegrama excusando su ausencia por encontrarse preso en otros quehaceres. Y así, lentamente fue como cayó el telón en el Náutico del primer acto de la boda de Marta y Torretta. Aunque, todavía quedaba lo mejor: el despiporre y el bailongo. La noche prometía. Casas Novas esperaba. Y todos juntos, en amor y compañía, nos subimos al autobús que hasta allí nos llevaba cantado “que buenos son los cuerpos represivos, que buenos son que nos llevan de excursión”. Para mí que con tanto condumio y con tanta ingesta de cubata de Licor 43 se me está empezando a ir  la olla. Claro que, lo de aquello que rima con olla, a buen entendedor  sobran las palabras, no digo ni mu. Como decía Amancio cuando todavía nos deleitaba por esas canchas de fútbol, ¡Amancio, qué gran futbolista!: lo que pasa en los retretes se queda en los retretes. Palabra de Amancio, te alabamos Germán.


martes, 20 de noviembre de 2018

La boda de Marta, abarrote en el Parrote 1.



   Iba monísima, también muy bien vestida. Porque vosotros no fuisteis, ¿verdad? Pues yo sí, chincharos. Yo  soy amigo de  Amancio de toda la vida.  Y claro,  me invitó. Él lo sabe, tú lo sabes, lo sabe everybody: no hay boda de postín ni mamoneo digno de ser mamoneado si  yo no soy invitado. Tan es así, que me convierto en la salsa de todos los corrillos y en el perejil que corona todas  las conversaciones. Aunque, aclaro. A este bodorrio no fui en plan salsa, que te quiero  salsa. No. Fui a epatar, a ser visto y a salir en todos los periódicos  serios que nos mienten a diario. ¿No me visteis? Efectivamente, yo era el guapo. El que a su paso iba dejando un reguero de glamur. Pero, empecemos por el principio.  Y en el principio está el Parrote, o como decimos los coruñentos “abarrote en el Parrote”. Porque es ahí, en El Parrote, donde tiene su vivienda principal Amancio, también conocido por papá, papuchi en ambientes íntimos  y por padrino entre  los familiares y amigos del novio. Fui porque Amancio me dijo ven, y si él me dice ven  yo lo dejo todo. Cuando llegué en el portal comprobé que los cobradores del frac se me habían adelantado. Delante de mí tenía a tres. Saqué algo de calderilla del bolsillo, chasqueé la lengua como se hace para llamar la atención de los perros y cuando les tiré  los patacones se pusieron todos a cuatro patas agradecidos ofreciéndome sus cuartos traseros por si tenía alguna necesidad. Pasé de largo. Displicente. Cosas que tenemos los estilosos. Subí en el ascensor comprobando la dureza del entablillado del meñique y llamé al timbre de la puerta como lo hacían Los Invasores (serie de culto). Me abrió él, mismamente, enseñándome un liguero que le sujetaba un calcetín y la canilla de la otra pierna. Estaba guapísimo. Amancio es lo que tiene: cualquier cosita le sienta bien. Como no podía ser de otra manera, le sonreí ñoño. Pasé y fui directamente al mueble bar. Allí los conocí a ellos, a los papás del novio. Del futuro usufructuario. Estaban literalmente abalanzados sobre  el caviar por lo que me dirigí a la sección empanadas. Cuando salía de tortillas los observé con detenimiento. Parecían contentos. Al papá parecía que le habían inflado el pecho con un bombín, mientras  que del culo de la mamá parecía salir el inconfundible aroma de un cuesco. La gente codeó cuando llegaron los canapés calientes y yo aproveché para llenar una fiambrera a la que los bilingües llaman tupperware. ¡Qué dispendio! Los pretenciosos, los pijos, los aspirantes y los chulitos habituales departían e intercambiaban chascarrillos. Algún vejete, modelo pijo hípica año 1966, iba ataviado con coleta y un pan de mollete al lado al que llamaba hijo. Los saludé a todos, atento a la cartera. Piropeé convenientemente a las mujeres, quedé con tres para más tarde por donde quedan los retretes y llené otra fiambrera para el día de mañana. Amortización del alquiler del smoking se llama eso. Porque, ¿no lo os había dicho? Los hombres ibamos vestidos así y las mujeres de largo floripondio. También se veía mucho la versión mesa camilla y el tentetieso de ocasión. Las había que llevaban pamelas, otras tocados y algunas pelucas en más de un sitio. En el momento que dijeron que iba a venir un autobús de Transportes Finisterre para llevarnos a todos hasta el Náutico fue cuando protesté: ¿y no me puede llevar algún lacayo a la sillita de la reina? Amancio también manifestó deseos de ser transportado en palanquín. Pero como no habían contratado suficientes lacayos-palanquines, fuimos hasta el Náutico trotando y dándole unos toques a un balón de yes para distraernos. Cuando llegamos allí, Amancio, ¡qué tío!, ya me había hecho cuatro caños y regateado doscientas veces. Un fenómeno, 82 años tiene el menda, o sea, el Amancio, y sigue teniendo un toque que te cagas. Cualquier día se lo presento a Católico Ronaldo a ver si se inspira y aprende cómo se hace un regate. La comida del Náutico cojonuda. Toda caliente  menos la sopa que sirvieron fría al punto de sorbete. Después de hacerlo, con propiedad mostrando el entablillado tricolor de mi dedo meñique, Amancio y yo nos marcamos la primera cantarela. Subimos al escenario, me adueñé del micrófono y le pregunté al respetable si querían escuchar la última de los Rolling Stones. Cuando el populacho, o sea, el vulgo, contestó un sí enfervorizado Amancio y un propio nos arrancamos por bulerías. Bien sentidas, eso sí. Parecía que alguien nos estuviera pisando mismamente los juanetes. Los padres del novio sonreían mientras distraían la cubertería de plata, los invitados metían la manga en el plato y un inconfundible aroma a cuesco perfumaba la estancia. Fue entonces cuando…





"Ni de coña"




   Aún no había terminado de decir esas tres palabras, “ni de coña”, cuando reparé en algo que me habían contado sobre el carácter de los ingleses.
   Me habían contado, a modo de ejemplo, que la tarde en que Rosemary acudió a la casa de su vecina a tomar el té le llevó una caja de galletitas danesas como presente. Al recibirla, su anfitriona Fiona miró primero con desprecio la caja y después le dijo adusta, pero sin ninguna sombra de acritud a Rosemary: “puedes llevártela, no me gustan las galletas de mantequilla”. Rosemary impertérrita cogió la caja, la metió en el bolso bandolera que llevaba, se sentó y merendó en compañía de su amiga Fiona.  Pasaron todo el resto de la tarde en amor y compañía sin que el incidente de la caja de galletitas danesas supusiera contratiempo alguno entre ellas. Sin resquemor de ningún tipo.
  También tengo que puntualizar que, ahora que caigo, el día en que yo dije esas tres  palabras, “ni de coña” llevaba puesta mi gorra de peaky blinder, comprada en Primark antes incluso de que supiera de la existencia de dicha serie, por lo que ahora me planteo si no sería la gorra la que me indujo a comportarme como un malaje de Birmingham que deja que fluya la sinceridad.
   Quizá fue por eso, por lo anterior, que  empecé a contemporizar. Al fin y al cabo, tampoco era para tanto. Pelillos a la mar. El receptor de aquellas tres palabras, “ni de coña”, sólo era un vecino que había tenido una mala ocurrencia. Por tanto, tampoco convenía dramatizar, exagerar, ni ponerse bordes porque aquel tipo me hubiera abordado y preguntado: ¿qué te parece si salimos a caminar juntos? Además, convenía tener en cuenta otra cosa evidente: yo no soy inglés. Y como este hecho, aparte de demostrable es irreversible, empecé como decía antes a contemporizar. “Bueno, tampoco quería decirlo así. Ser tan abrupto. Disculpa. Quizá sí. ¿Tienes mi teléfono? Pues, ya sabes: llámame y lo hablamos” Era obvio que estaba muy arrepentido de haberme comportado como si fuera un puto inglés. Para remediarlo había pasado en cero coma del modo “a la pata  la llana”, manera atribuida supuestamente al carácter inglés, a la forma “Depende” más propia de mis ancestros y en definitiva lo  propio de mí idiosincrasia. También fui consciente, más que nunca, de que la falla que tenía en el carácter podía acarrearme efectos secundarios indeseados porque, de repente, fui consciente de que inevitablemente, y si no hacía algo, iba a tener que caminar con el vecino, al que atribuyo cualidades de cenutrio, dándome la chapa al lado.
    Afortunadamente, reaccioné  a tiempo y dándole un golpe de camaradería, a modo de suavizante, al coñazo de vecino, le guiñé un ojo y le volví a repetir taxativo, pero con una sonrisa: “ni de coña”.
   Y es que veréis: me he dado cuenta de que hay gente que se pasa la vida haciéndose el sueco, pero que a mí, a veces, me conviene más hacerme el inglés. En todo caso, cada loco con su tema.
   Goodbye, by the shadow.

lunes, 19 de noviembre de 2018

On the corredoiras.




   “On the corredoiras”, una nueva procesión de post dedicados al senderismo nace al calor del título de la gran novela de la generación beat “On the road” (En el camino).
   Escrita por Jack Kerouac estamos ante una novela autobiográfica, narrada a través de un monólogo interior y basada en los viajes que el autor y sus amigos hicieron por EEUU y México contribuyendo a la mitificación de la ruta  66. Está novela está considerada la obra definitiva de la generación beat y, según la Wikipedia, recibe su inspiración  del jazz, la poesía y las drogas, describiendo un modo romántico y bohemio de vida.
   Recuerdo haber  empezado a leer esa novela hace muchísimos años y no recuerdo haberla terminado nunca. No sé si la dejé de leer por aburrimiento, lo más probable, o porque tenía otras cosas que hacer y que leer. En todo caso, recuerdo nítidamente que la novela no me gustó  pese a la propaganda que la precedía y pese a lo mucho que parecían gustarme ya en aquella época las carreteras. No en vano nací en una.
   Las carreteras me gustaban tanto que pasé treinta años de mi vida viajando por ellas en coche todos los días. Si diera cuenta de que recorrí más de dos millones de kilómetros no estaría exagerando lo más mínimo, y si añadiera que la mayoría de esos kilómetros los hice dándole vueltas a Galicia estaría contando hechos certeros. Estaría en condiciones, por tanto, de poder presumir que conozco bastante bien mi tierra. Y sin embargo, no es así. Recientemente me he dado cuenta de que no es así. Sólo conozco la parte obvia de mi tierra. Es verdad que conozco prácticamente todos sus municipios y, posiblemente, sus lugares más afamados, de la misma manera que es cierto que Galicia ofrece mucho más. Muchísimo más. Y que esa parte, desconocida para mí hasta ahora, se degusta con los cinco sentidos, despacio y andando. Siempre andando. Entre maravillosos caminos de hojarasca, entre los meandros de los mil ríos que nos hacen de savia y entre paisajes infinitos, desconocidos y de hermosura sin par. Quién me iba a decir a mí, con lo que tengo alardeado de conocer Galicia, que acabaría descubriendo la existencia de otra Galicia plegada sobre sí misma esperando a ser descubierta.
   Lo cual hace que me pregunte, ¿y cuántas Galicias más existirán que yo desconozco?
   Aún no me había respondido esa pregunta, cuando inopinadamente hago otro descubrimiento. De repente, me fijo en una placa que pone: Instituto Geográfico Nacional. Vértice Geodésico (La destrucción de esta señal está penada por la ley).
   Es en ese momento en el que soy consciente de que estoy ante el primer vértice geodésico de mi vida y que dicho vértice ha conseguido el milagro de sacarme de las carreteras y regresarme a las corredoiras, de llevarme de la prisa a la calma y de hacerme ver lo obvio y gozar lo extraordinario.
  Todo ello gracias al senderismo y a las bondades de un vértice geodésico encontrado en algún lugar ignoto para mí hasta ahora.



domingo, 11 de noviembre de 2018

Viajar está sobrevalorado.



    “Pues a mí me parece una ciudad muy sobrevalorada”. Quién así hablaba lo hacía de Roma. Sinceramente, no me lo podía creer. ¿Aquella conocida, que había estado por primera vez en Roma una semana después que yo, estaba calificando a la hermosa Roma de ciudad sobrevalorada? Ya son ganas de llamar la atención, pensé. E inmediatamente me acordé de aquella otra imbécil, conocida y tratada en tiempos, que aseguraba: “La Coruña es la ciudad más bonita del mundo”, y que cuando le preguntabas en cuántas ciudades había estado para hacer semejante aseveración te respondía que en ninguna.
   En fin, la ignorancia produce desparpajo y éste cursa con hemorragia de palabras  e imbecilidades sin fin.
   Claro que, la conocida  que aseguraba que Roma era una ciudad sobrevalorada, daba la impresión de que había estado allí, pero que no había andado por allí. No había ido a ningún lado, y para mayor comodidad se había desplazado en transporte público por la ciudad. En definitiva, no había caminado. Se había limitado a comportarse como un turista, modelo ameba, de esos que cogen el autobús turístico y juzgan lo que ven desde la perspectiva que da estar a tres metros de altura.
   Reitero, cosas de la comodidad. Visiones de turista, y otra forma de practicar la crítica irrelevante por ociosa. En fin, prácticas de cenutrio que con la compra del billete de avión y el pago de la reserva del hotel cree tener incluido la visita a la ciudad por ósmosis, y se levanta a las 12 sin aceptar el gratificante y trabajoso quehacer que tiene por delante cualquier turista que disfrute de su pedestre condición.
   Este tipo de turista, el cómodo y absurdo, a menudo hace viajes y pondera cosas de las que apenas sabe nada. Tampoco se toma la molestia de informarse previamente. ¡Para  qué si después me olvido! Un par de tópicos por aquí, unos estereotipos y ya tenemos organizado un viaje. Gracias a google maps no nos perdemos, gracias a TripAdvisor encontramos casas de comidas  acordes con nuestros gustos y gracias a las redes sociales nuestras amistades comprueban lo chachis que somos. Es el difícil trabajo de ser turista.
   Y claro, lo peor para mis oídos todavía no había llegado. Aún no lo había escuchado todo. Porque, a continuación, mi conocida se embaló y pasó del Roma es una ciudad sobrevalorada, cosa ésta que interpreté, como decía, con un “ya son ganas de llamar la atención”, a loarme lo muchísimo que le había gustado la ciudad de Verona, donde también había estado anteriormene. La tierra  de Romeo y Julieta, la ciudad del amor. “Verona es  maravillosa, respira amor”, aseguró mi odiosa conocida. Y otra  vez tuve la certeza de encontrarme ante alguien equivocado. Alguien entregado al consumismo de clichés elementales porque, ¿sabrá esta señorita que Romeo y Julieta fue una historia de amor que duró día y medio y que dejó cinco muertos?
   Así que, ya sabéis, hacer caso a mi conocida y no vayáis a Roma, por ser ésta una ciudad sobrevalorada, ni tampoco a Verona si no queréis correr el riesgo de enamoraros y ser apiolados.
   Es más, mejor no salgáis de casa. Total, para qué, para subirte a un bus turístico siempre puedes coger  el Bus Circular de tu ciudad, darle una vuelta y saciar tus ansias de aventura.
  


lunes, 5 de noviembre de 2018

Sito Miñanco, empresario del año.


https://www.youtube.com/watch?v=1lwe8dY-b08


  La verdad es que es posible que la mayoría tenga razón y que yo, uno más de la minoría entre la que habito, no diga más que tonterías, pero…, lo cierto es que quizás suceda todo lo contrario, y encima de vivir a contrapié resignándonos a llevar la contraria y haciendo lo que nos da la gana, los otros deberían de imitar nuestro proceder y, por tanto, compartir nuestra visión de las cosas.
   En todo caso, abrir el foco y observar las cosas de otro modo es posible e incluso deseable. Entre otras ventajas eliminas el pensamiento único y te cargas de un plumazo la visión pequeño-burguesa de la vida a la que somos tan propensos. Te alejas algo de lo políticamente correcto y, en todos los casos, disfrutas plenamente de la libertad de pensamiento.
   Porque, en ocasiones, las cosas no son lo que parecen ni son cómo nos las venden. Y es que, no son pocos, los ejemplos de personas que nos ponen como modelo a seguir y a imitar. Ejemplos, incluso los más obvios, que podrían ser no solo inconvenientes sino también evitables. Porque vemos, prácticamente a diario, como los prohombres que tendrían que servir de ejemplo, en la política, en el mundo de la empresa, en el de la comunicación, en…, cualquier sector, no parecen estar a la altura de las circunstancias. Encima, el Estado de Derecho, nos alecciona sobre lo que está bien y sobre lo que está mal. Utiliza para ello a la Ley. Con ella amenaza y con ella reprime llegado el momento dado. La Ley se encarga de decirnos algo tan obvio como qué es lo legal y qué es lo ilegal. La Ley existe para que el ciudadano tenga sensación de seguridad y para que el Estado tenga controlado al individuo al cien por cien. La Ley, se supone, es igual para todos. Ése, al menos, debería ser el objetivo y es ahí precisamente donde radica el engaño. La Ley se convierte en un trampantojo. Tan es así, que la Ley nos dice que las compañías oligárquicas que hay en este mundo, pongamos las  eléctricas, la banca y en general todos esos sectores que abusan de los ciudadanos con la total connivencia de los Estados, son un bien preciado y que los ejecutivos que las dirigen sirven como ejemplo de éxito personal y son dignos de ser imitados. Sin embargo, los componentes de otro sector empresarial pujante y muy demandado por la sociedad como es el de las Drogas, son perseguidos, encarcelados y marginados de la sociedad porque ésta, el Estado, no reconoce la legalidad de éste negocio. Pese al dinero que mueven, pese a la cantidad de impuestos que el Estado pierde, pese a comerciar con productos altamente demandados por la sociedad y pese a que se nos dice, y se nos repite hasta la saciedad, que el ciudadano es libre y goza de libre albedrío. Pese a todo.
   Por todo eso, y por mucho más, los ciudadanos deberíamos de recapacitar, darnos cuenta de lo que nos conviene y presentar nuestra exigencias. Dejémonos de tonterías, y déjense de admirar a gente que no son más que delincuentes de cuello blanco dedicados a “llevárselo”, y a darnos a cambio el sermón de la montaña. Empecemos a dudar y a ver las cosas de otra manera. Quizá, y ustedes disculpen la exageración, el empresario del año debería de ser Sito Miñanco. Al fin y al cabo, Sito sólo es un rapaz de la ría, más listo y con más huevos que los demás, que ha ganado ingentes toneladas de billetes sin tener que pagar a Hacienda un solo euro en impuestos. Lo cual, se mire por donde se mire, es un auténtico derroche y una canallada por parte del Estado que criminaliza, y no recauda nada de algo que si fuera legal y estuviera convenientemente reglado daría más beneficios que las multinacionales españolas con filiales radicadas en paraísos fiscales para eludir impuestos con el beneplácito del Estado y de los prohombres que nos dirigen.
    


viernes, 2 de noviembre de 2018

Los 15 minutos de Enrique Tenreiro.


https://www.youtube.com/watch?v=Qfia0yI8vIE


Recién llegado de Roma, con la Capilla Sixtina todavía instalada en la retina, y recordando la anécdota que Adriano VI, Papa de Roma y alemán, protagonizó sobre ella al tildarla de “Una sala de baños llena de desnudos”, para a continuación proponer reformarla, soy consciente más que nunca de que los dislates se producen en cualquier parte y a lo largo de los tiempos. Unas veces por el propio criterio de uno, en otras ocasiones por afán de protagonismo y siempre con falta de rigor, algunas personas dicen cosas o toman decisiones sin pararse siquiera a pensar. Parece que todo pudiera valer. Sobre todo si se consigue el objetivo. De repente, pasas de ser un completo desconocido a figurar en los anales de la historia, aunque esta sea mínima. Da igual que esa historia tenga el valor que Andy Warhol atribuía a las historias de la fama que duraba 15 minutos. Porque, en todo caso, ya la has conseguido: Ya eres  famoso. Enhorabuena, Enrique Tenreiro. Has conseguido salir en toda la prensa, en todas las cadenas de televisión y que se hable de ti por todos los diales de España. No se te puede reprochar que hayas dicho, o propuesto, una gilipollez al igual que  hizo Adriano VI, ex Papa de Roma y alemán, cuando calificó a la Capilla Sixtina poco menos que de lupanar. Tampoco. Además, se constata que los políticos habituales de la derecha española superan a menudo semejantes records sin que a nadie parezca importarle una higa las imbecilidades que dicen. Lo que se te podría reprochar, en todo caso, es que hubieras preparado poco el momento posterior y no dotarlo de mayor solemnidad. No sé, algo así como lo que dijo el astronauta Amstrong al pisar la luna por primera vez: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad. Grandioso, ¿no? Pues algo así, impactante. Algo de lo que después puedas presumir por esos baretos. ¿Y oíste cuándo dije…? Bu, neno. Seguro que apabullabas.  Nivelón el tuyo. Sin embargo…, tengo que decírtelo: esa parte no te la “curraste” demasiado. Porque, sinceramente, muy bien lo de la palomita, qué guay; cojonudo lo de “`por la libertad y por la reconciliación de todos los españoles”. Chachi, chachi. Mejor imposible. Pero añadir después del de todos los españoles un No tengo nada contra Franco parece excesivo, ¿no? En todo caso, poco apropiado. Yo, al menos, al no tener nada contra Franco lo tengo por excesivo, y que conste que yo no soy de esos que van por ahí haciendo pintadas ni diciendo baladronadas obvias. No. Los excesos me gustan más bien de otro tipo. Eso sí, considero que contemporizar con Franco es excesivo. Pero como al final de los túneles siempre está la luz que explica las cosas, esta mañana ojeando La Voz de Galicia (El Mentireiro al decir de mi estilista Rumbo) me enteré de que un día te presentaste en una redacción de ese periódico diciendo que ibas a llevar una de tus obras al punto más alto de Galicia (Peña Trevinca).
   Evidentemente, amigo Enrique Tenreiro, a ti y a mí nos deben de separar 2.127 metros de altura, la altura de Peña Trevinca, porque mira que decir que no tienes nada contra Franco… ¡Carallo!, parecen palabras mayores. En todo caso, te doy la enhorabuena. Has coronado la cima, has conseguido el objetivo y ya eres conocido.