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jueves, 22 de noviembre de 2018

La boda de Marta (y 3).


Después de 48 horas de despendole, en un circo de tres pistas y con más de 400 invitados, cuando subió Chris Martin, el de Coldplay, al escenario a marcarse unos gorgoritos tuve un mal momento. Diré en mi descargo que, a esas alturas, ya iba muy pasado de cubatas de Licor 43. Me encaré con Amancio y le dije: Vale, acepté no ser transportado de tú casa al Náutico en palanquín. Vale, acepté pulpo como animal de compañía y no protesté porque me sentaras entre Feijóo y el hijo de Aznar. Vale, acepté que no contrataras a mí hija Gloria López como fotógrafa.  Pero esto, querido amigo Amancio, esto es pasarse. ¿Quién es este tío que está cantando, acaso es de Montealto, de los Mallos, de la Torre, del distrito 4, o sea, de Monelos…? No, no es de ningún barrio de La Coru. Es otro cantante, y encima de las afueras. ¿Y en qué habíamos quedado, amigo Amancio? ¿Acaso no habíamos quedado en que ibas a contratar a mi amigo Julio López, el que toca la flauta travesera magistralmente, y el que, al igual que su homólogo, el de Hamelín, es capaz de llevar tras de sí a  todas las ratas que hay aquí hasta el río más cercano y hacer que se ahoguen todos? Jo, me pegó tal corte que me puse hasta colorado. Me dejó callado. Mudo, exhausto, apabullado. Y otra vez volví a acordarme del conacho de mi amigo Julio López al tener una revelación y encontrar la “despuesta” que andaba buscando para recuperarme del corte recibido. Sí, porque la “despuesta” es eso que se te ocurre contestar cuando ya han pasado por lo menos un par de horas del asunto. Repuesta, no. “Despuesta”. Anotároslo, sabios de este mundo. A mí el que me dijo que eso se llamaba así fue Julio López quien, además de flautista y erudito, es amigo mío desde tiempos inmemoriales. Veteranos del Vietnam. Y es que Amancio, dos horas antes me había dicho: Y tú porque no te callas. Pero como contestarle ahora lo que tú digas, rey estaría ya fuera de contexto, opté por liar un peta y rulárselo a Alberto (Feijóo) a quien tenía a la derecha, aunque a él no le hiciera falta colocarse porque ya venía muy bien colocado. Pese a todo, dio una calada por aquello de aprovechar. Sin embargo, la actitud del hijo de Aznar fue diferente por completo. Un auténtico julandrón, pues… ¿no acababa de dar su tercera calada, el muchacho, cuando ya quería invadir Polonia? Increíble. Menos mal que, Alberto, con buen criterio por una vez, lo convenció y el chaval optó por enfilar hacia los urinarios a  hacerse una paja. Cantaba: mi barba tiene tres pelos. Para mí que iba puesto de las sustancias. Ya sabéis que las nécoras, las centollas y las cigalas tienen sobre alguna gente efecto sicotrópico. Fue en ese momento, cuando salió a escena la hija de Ravi Shankar, Norah Jones. Una tía guapa, sí señor. Más que Julito López, dicho sea sin entrar en comparaciones porque sabido es lo odiosas que éstas son. La Jones se marcó un par de pasodobles para sitar y mandolina, saludó a Marta cariñosa y sonrió al público dejándonos a los más engatusados y a .un propio totalmente escurrido. Cuando bajó del escenario se sentó en nuestra mesa y degustó el fantástico coctel de gambas que había preparado el hermano de Ferrán Adriá, un tal Albert. Riquísimo. Comí tres y me hice un take away de fiambreras. Para empujar en vez de pan había percebes. Cosas del alto standing. En ese momento, fue cuando subió él, el que le gusta a mí novia y a cientos de miles de fans. Jamie Cullum, la madre que me parió. A mí también me gusta, más que el hijo de Aznar fijo que, por cierto, ¿cómo se llamaba…? Bueno, es igual, cuando regresó del mingitorio parecía más aliviado. Alberto manifestó que él era más de 100 gaiteiros, pero que bueno… a falta de  tortitas buenos eran los Jamie Cullum y se tomó otro on the rocks. ¡Yeahh! Y yo, quizá por la ingesta indebida de cubatas de Licor 43 o la mezcolanza con el peta, vomité como si me hubiera convertido en un surtidor. Adiós ríos, adiós gambas… Los confundidos aplaudieron. Pensaron que era otra atracción. Sin embargo, Amancio se levantó, me agarró de una oreja y en poniéndome un plato de solomillo en una mano y en el otro una enorme fuente de langosta, me puso cara a la pared con un cubata de Licor 43 a mis pies diciendo: Castigado media hora, ¡me cago en la cona! Menos mal que Norah, la hija de Ravi, se apiadó de mí y se acercó a consolarme haciéndome unos mohines con el sitar. Hablamos, como no, de Ravi, su papá, de George Harrison, tito George para ella, y sobre todo de aquel famosísimo viaja a la India que hicieron todos allá por los años 60. Años hippies, años de contracultura, años locos; y no como ahora en que los que lo más es escribir una crónica de la boda gitana de la hija de un megamillonetis y emplear jabón a mansalva en resaltar lo monísima de la muerte que iba la criatura, aparte de, por supuesto, recalcar que iba muy bien vestida y loar convenientemente, cual estómago agradecido, los cuatro vestidos que para la ocasión le habían hecho unos afamados modistos de esa periferia conocida por el extranjero. Y, poco más que añadir. Sólo una cosita para todos aquellos osados que también estén pensando en practicar ese deporte de riesgo que es el matrimonio. Me confirmó Amancio, aunque esto lo sabemos todos los coruñentos, que el buen tiempo lo encargó en el convento que tienen las Clarisas en la Plaza de las Bárbaras por el módico precio de dos docenas de huevos caseros. Así que, ya sabéis adónde tenéis que ir si sois de los que les gusta suicidarse con buen tiempo. Eso sí, a mí no me invitéis a menos que haya coctel de gambas y Licor 43.


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