Si no digo yo que no
pueda ser una obra maestra, no; lo que digo es que quizá sea una mierda. En
todo caso, si mi opinión fuera solicitada o, simplemente, necesaria para
alguien optaría por el depende.
Porque, sí, porque siempre depende. Depende de la bondad del espectador,
depende de la fama que preceda a la obra, al autor, a los actores y depende de
si uno cae en gracia aunque no se sea simpático, porque así te mirarán, así te
juzgarán con máxima benevolencia.
Sirva toda esta
introducción para hablar de la última película de Alfonso Cuarón: Roma. La película que hay que ver en
estos momentos, la gran apuesta de Netflix para este mes junto con La balada de Buster Scruggs firmada por los hermanos Coen.
Pues bien: a mí no me
gustaron ni la una ni la otra. Aunque, aclaro: Roma tampoco la acabé de ver, y, la verdad, visto lo ya visto, no
creo que me anime a seguir.
Yendo al tema y
metiéndome sucintamente en harina: Roma me
parece loable y pretenciosa (todo a la vez), con una historia imprecisa y en la
que lo más resaltable es el uso del blanco y negro en las imágenes. Y para eso,
discrepo. Yo sustituiría el blanco y negro por el gris. Concretamente por ese
gris anodino que encaja más con el recuerdo que tengo yo de los años70. Años
grises donde los haya. ¡Pardiez! Años de pantalones de campana, de muerte y Transición
para los españoles. Pero Alfonso Cuarón no es español, es mexicano. Y, por
tanto, sin querer entrar a discutir el valor de una película porque el blanco y
negro me parezca inapropiado, diré que la historia tal y como la cuenta me dejó
dormido en el primer intento y decidido a renunciar la segunda vez. Ante lo
cual, proclamo: a la tercera no irá la vencida. Se acabaron las oportunidades.
Tengo mucha obra maestra y mucha mierda en espera para andar templando gaitas.
La que sí acabé de ver
fue La balada… ¿la habéis visto? Uff,
se me hace difícil digerir que mis idolatrados Coen hayan firmado tal obra maestra
(¡abarrote en el Parrote de obras maestras!), pero en fin… como decía El Espartero más cornás da el hambre. Por tanto,
seamos comprensivos. Hay que mantener los condominios, llenar los depósitos de
los deportivos y mantener un cierto estatus.
Y que todo eso cuesta dinero, lo sabe hasta el genio de la lámpara.
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