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martes, 20 de noviembre de 2018

"Ni de coña"




   Aún no había terminado de decir esas tres palabras, “ni de coña”, cuando reparé en algo que me habían contado sobre el carácter de los ingleses.
   Me habían contado, a modo de ejemplo, que la tarde en que Rosemary acudió a la casa de su vecina a tomar el té le llevó una caja de galletitas danesas como presente. Al recibirla, su anfitriona Fiona miró primero con desprecio la caja y después le dijo adusta, pero sin ninguna sombra de acritud a Rosemary: “puedes llevártela, no me gustan las galletas de mantequilla”. Rosemary impertérrita cogió la caja, la metió en el bolso bandolera que llevaba, se sentó y merendó en compañía de su amiga Fiona.  Pasaron todo el resto de la tarde en amor y compañía sin que el incidente de la caja de galletitas danesas supusiera contratiempo alguno entre ellas. Sin resquemor de ningún tipo.
  También tengo que puntualizar que, ahora que caigo, el día en que yo dije esas tres  palabras, “ni de coña” llevaba puesta mi gorra de peaky blinder, comprada en Primark antes incluso de que supiera de la existencia de dicha serie, por lo que ahora me planteo si no sería la gorra la que me indujo a comportarme como un malaje de Birmingham que deja que fluya la sinceridad.
   Quizá fue por eso, por lo anterior, que  empecé a contemporizar. Al fin y al cabo, tampoco era para tanto. Pelillos a la mar. El receptor de aquellas tres palabras, “ni de coña”, sólo era un vecino que había tenido una mala ocurrencia. Por tanto, tampoco convenía dramatizar, exagerar, ni ponerse bordes porque aquel tipo me hubiera abordado y preguntado: ¿qué te parece si salimos a caminar juntos? Además, convenía tener en cuenta otra cosa evidente: yo no soy inglés. Y como este hecho, aparte de demostrable es irreversible, empecé como decía antes a contemporizar. “Bueno, tampoco quería decirlo así. Ser tan abrupto. Disculpa. Quizá sí. ¿Tienes mi teléfono? Pues, ya sabes: llámame y lo hablamos” Era obvio que estaba muy arrepentido de haberme comportado como si fuera un puto inglés. Para remediarlo había pasado en cero coma del modo “a la pata  la llana”, manera atribuida supuestamente al carácter inglés, a la forma “Depende” más propia de mis ancestros y en definitiva lo  propio de mí idiosincrasia. También fui consciente, más que nunca, de que la falla que tenía en el carácter podía acarrearme efectos secundarios indeseados porque, de repente, fui consciente de que inevitablemente, y si no hacía algo, iba a tener que caminar con el vecino, al que atribuyo cualidades de cenutrio, dándome la chapa al lado.
    Afortunadamente, reaccioné  a tiempo y dándole un golpe de camaradería, a modo de suavizante, al coñazo de vecino, le guiñé un ojo y le volví a repetir taxativo, pero con una sonrisa: “ni de coña”.
   Y es que veréis: me he dado cuenta de que hay gente que se pasa la vida haciéndose el sueco, pero que a mí, a veces, me conviene más hacerme el inglés. En todo caso, cada loco con su tema.
   Goodbye, by the shadow.

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