Me niego a entrar en
ningún local de hostelería bautizado en extranjero a no ser que ande
precisamente por ahí, por el extranjero. Hombre, es que no hay derecho a
tontuna tan exagerada. Rectifico, sí hay derecho, ¡faltaría más! Cada cual hace
el gilipollas como quiere. A las pruebas me remito, pues mientras unos rotulan
su bar con nombre extranjero, otros se niegan a entrar en sitios con nombres
raros. Cada loco con su tema y todos contentos.
También me niego a
entrar en las peceras que pusieron en la plaza mayor de mi pueblo —os recuerdo
que vivo en A Coruña, antes La, que la plaza mayor es la de María Pita y que
cuando digo peceras me estoy refiriendo a los mamotretos acristalados que usan
allí los hosteleros y que son conocidos por el popular nombre de Chirimbolos—. No
entro por una simple razón: no gusto de estar ni de ver gente enjaulada. Imaginar
sudorosos a los jaulones y quitárseme las ganas es todo uno. Además, como nunca
he visto la necesidad de sudar por nada, ni me gustan ni los chirimbolos ni la
fauna que los frecuenta, pues no entro. Y todos contentos. Vamos, es que por
entrar no entraría ni aunque estuvieran rotulados en castellano o en gallego.
De hecho no lo he hecho nunca. Cada cual tiene sus manías y la mía, al menos una
de ellas, es no entrar en chirimbolos ni en bares rotulados en extranjero, pero
como ésta última ya la había dicho espero que quede claro que la estupidez
siempre es susceptible de ser elevada a la enésima potencia. Al menos la mía. Quede claro.
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