Una vez más, mi hija me
ha dado una lección magistral, porque no va la tía lista y me aclara la
diferencia que hay entre rebozado y empanado. Ay…, como os lo digo. Lo malo es
que a los dos minutos ya se me había olvidado. Fue entonces, cuando me di
cuenta de que esas cosas me suelen pasar. Debe ser que no pongo atención.
Vamos, eso espero. Porque o es eso o es que soy tonto tontísimo. Motivos para
pensarlo también tendría. Sin embargo y no es por presumir, algunas cosas
enrevesadas por demás me las sé. Sé cuál
es la diferencia entre cuñado y yerno, entre polo norte y polo sur e incluso
entre proa y popa. Os lo aseguro. Lo cual parece sugerir la existencia de cosas
inextricables para mí. A lo anterior, debo suumar que también tengo poco, por
no decir nada, sentido de la orientación. Es más, me asombro cuando en las
pelis dice “el sospechoso va en dirección norte”, pongo por ejemplo, y me pregunto,
qué pasa, ¿esta peña tiene la aplicación brújula instalada en el cerebro o qué?
Porque vamos, no me digáis. Pero como no se consuela quien no quiere, asumí lo
de ser desorientad el día que me perdí en Monforte de Lemos, como leéis, y tuve que llamar al cliente al que iba a
visitar para que me indicara, si era tan amable y no le causaba molestia ni
extorsión alguna la cuestión, el camino que tenía que tomar para ir a verle.
Verídico. Claro que, me consolé al llegar a casa y ver los Simpson,
concretamente aquel mítico capítulo en que Homer llevaba una chuleta para
distinguir a sus amigos: Lenny=blanco, Carl=negro. No os imagináis lo que
alegró y consoló aquello, topar con un cofrade. Saber que no estoy solo en el
mundo, fue un alivio. Así que, copio y pego y procedo a hacerme una chuleta.
Rebozado: harina-huevo. Empanado: huevo-pan rallado. A ver si lo fijo de una
vez por todas en mi intelecto y dejo de darle la murga a mí hija, que a la
pobre la tengo hartita: Gloria, ¿qué va primero? Por cierto, listos, que sois
unos listos, qué fue primero el huevo o la gallina. Como decían en la tómbola, “y
de premio, bacinilla de color al acertante. ¿Que la prefiere en rojo o en azul?”
“La prefiero en blanco”, contestaba el agraciado; a lo que el tombolero remataba “el blanco no es un color, señor”.
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