No es coña, ayer fui a
varios supermercados. Buscaba comprar pollo o pavo y los estantes en los que se
supone que debían estar no había nada. Por un momento me puse en lo peor,
¿habrían cobrado vida, el pollo y el pavo, y se habrían largado por ahí a tomarse
unas tazas? No, peor. La explicación era todavía más surrealista. El
desabastecimiento se debía, según me explicó una amable y rubicunda cajera, al
acopio de alimentos que está haciendo la gente. Al parecer, el pollo, el pavo y
el papel higiénico son productos muy demandados. Me resigné. Vale, no como ni
pollo ni pavo y para lo del culo malo será. Al lado de mi casa habitan unas
berzas en una leira, así que practicaré el afane y me perfumaré el culo como se
hizo toda la vida. Es lo que antes se llamaba “cagar de coleiro”. Creedme,
conozco a pijos que una generación atrás se limpiaban así y, sin embargo,
míralos ahora lo que presumen los muy julandras. Cosas de la alcurnia mal
entendida. Pero, a lo que iba. Por un momento me asusté. Vale, ¿y ahora qué
carallo como? Y me tiré a la bartola, tía cachonda donde las hubiere, compré
caviar, percebes y camarones como para parar el expreso de Irún. Baratísimo, oigan.
Estaban casi regalados, y además con ofertas increíbles. Ejemplo: por un kilo
de camarones regalaban un paquete de papel higiénico marca Elefante de 12
unidades, satinado, un placer para los sentidos. Una señora con mascarilla me
miró como si fuera un delincuente al ver que no iba embozado y a cuerpito
gentil con la rasca que caía. ¡Irresponsable!, me llamó. Yo, amablemente, le
contesté “y tú puta”. La pescadera declaró combate nulo. Pero el colmo llegó al
paroxismo cuando estornudé, tosí y a voz en grito anuncié a los presentes: “a
esta ronda invito yo”. Tuve que salir por patas, casi me linchan. Claro que,
con las prisas hice un “simpa” sin querer, que conste, y ahora me estoy
poniendo tibio y peroné a comer percebes y camarones. Sin embargo, el caviar se
lo regalé a mí amigo Windows, al que llaman así porque siempre cuelga de su
ventana. Tengo la impresión, de que él es más proclive que yo a comerle los
huevos al centurión. Me apostaría algo.
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