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miércoles, 11 de marzo de 2020

Efectos secundarios del coñazovirus.


No es coña, ayer fui a varios supermercados. Buscaba comprar pollo o pavo y los estantes en los que se supone que debían estar no había nada. Por un momento me puse en lo peor, ¿habrían cobrado vida, el pollo y el pavo, y se habrían largado por ahí a tomarse unas tazas? No, peor. La explicación era todavía más surrealista. El desabastecimiento se debía, según me explicó una amable y rubicunda cajera, al acopio de alimentos que está haciendo la gente. Al parecer, el pollo, el pavo y el papel higiénico son productos muy demandados. Me resigné. Vale, no como ni pollo ni pavo y para lo del culo malo será. Al lado de mi casa habitan unas berzas en una leira, así que practicaré el afane y me perfumaré el culo como se hizo toda la vida. Es lo que antes se llamaba “cagar de coleiro”. Creedme, conozco a pijos que una generación atrás se limpiaban así y, sin embargo, míralos ahora lo que presumen los muy julandras. Cosas de la alcurnia mal entendida. Pero, a lo que iba. Por un momento me asusté. Vale, ¿y ahora qué carallo como? Y me tiré a la bartola, tía cachonda donde las hubiere, compré caviar, percebes y camarones como para parar el expreso de Irún. Baratísimo, oigan. Estaban casi regalados, y además con ofertas increíbles. Ejemplo: por un kilo de camarones regalaban un paquete de papel higiénico marca Elefante de 12 unidades, satinado, un placer para los sentidos. Una señora con mascarilla me miró como si fuera un delincuente al ver que no iba embozado y a cuerpito gentil con la rasca que caía. ¡Irresponsable!, me llamó. Yo, amablemente, le contesté “y tú puta”. La pescadera declaró combate nulo. Pero el colmo llegó al paroxismo cuando estornudé, tosí y a voz en grito anuncié a los presentes: “a esta ronda invito yo”. Tuve que salir por patas, casi me linchan. Claro que, con las prisas hice un “simpa” sin querer, que conste, y ahora me estoy poniendo tibio y peroné a comer percebes y camarones. Sin embargo, el caviar se lo regalé a mí amigo Windows, al que llaman así porque siempre cuelga de su ventana. Tengo la impresión, de que él es más proclive que yo a comerle los huevos al centurión. Me apostaría algo.

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