… ni de lejos. Entre
otras cosas, porque la primera vez tenía 18 años y ahora, no, soy más joven,
tengo 62 tacos. De hecho, yo, soy el protagonista del extraño caso (del que
habréis oído hablar) en el que el padre es más joven que su hija, pero esa es otra
historia. Retomo, pues, y empiezo por las semejanzas.
En aquella ocasión
también hubo fecha para la liberación, también fue un ¡aburrimiento!, mucho más
que ahora que hay internet, libros y revistas a tutiplén o películas y series
para aburrir, y también estuve confinado los más de los días y confitado a los
ratos.
Diferencias: lo de
antaño duró 12 meses, lo de hogaño se supone que un mes; antes no tenía perro
que me paseara, pero sí mastines que me vigilaban; antes me duchaba una vez a
la semana, mientras que ahora lo hago todos los días y si otrora desarrollé
fobia por el color azul, ahora tengo días daltónicos en los que me paseo hecho
un arcoíris. Así que, comparad vosotros, sí queréis, que a mí las comparaciones
siempre me parecieron odiosas. Antes, ahora y por siempre jamás.
Artículo 1. El Jefe
siempre tiene la razón.
Porque sí, porque me
sale de las gónadas, ¡a formar, preseeeenten, armas! Cuatro años antes del
apocalíptico “¡se sienten, coño! El contubernio duró 12 meses, vestidito de
azul con mi camisita y mi canesú y puteado a más no poder. Todo por la Patria,
con P mayúscula de ¡mecagonsoria!, por 300 pelas al mes (1,8 euros, o sea, una
caña en el bar de Manolo).
En mi haber, varios
logros: fui campeón de tiro de mi promoción, posiblemente atribuible al cetme
del tío que tenía al lado que era un fenómeno; y fui el recluta con más arrestos en la
historia de la base aérea de La Virgen del Camino, León.
¡Oé, oé, oé!
Hacía un frío que
pelaba, yo dormía con tres mantas, pero los había que usaban cinco. Así que
imaginaos como era hacer Imaginarias (guardias nocturnas de barracón) y sin
calefacción, pues yo las hice todas desde el día siguiente que entré en el
glorioso ejército hasta el día que juré bandera. ¿Motivo? Y yo que sé. Siempre
la Tercera, la chunga. De 2 y media de la madrugada a las 5 menos cuarto.
Nota al margen. Lo tomé
con calma, el recluta saliente me daba el relevo en la litera. Por cierto, como
no tenía reloj también solía hacer la Cuarta. Es verdad, a veces me pillaban y
me ponían más imaginarias, pero como ya tenía el carnet de baile ocupado, pues,
sí, mí sargento, a sus órdenes mí sargento. Una cosa que todavía no me explico
es cómo estaba tan delgado si no discutía nunca. Serían cosas de la edad.
También hacía Cuarteles,
o lo que es lo mismo, guardias de día entero sin salir del barracón en el que
pernoctábamos. Hice muchos, para aburrir. Y que conste que ¡estaba enchufado!,
qué os creíais, allí lo estábamos todos; y que al subteniente Castillo, hombre
al que siempre estaré agradecido y muñidor de facto de la Base, por alguna
extraña razón le caía bien y siempre acababa salvándome el culo. Pero ni así me
libraba de los castigos, tenía imán para ellos. Me castigaban por cualquier
minucia. Ejemplo: orinar sobre el coche de un capitán, 10 imaginarias (en mi
descargo dije que no sabía que estaba mirando y me cayeron 5 más). Todo así.
Injusto a todas luces. Menos mal que lo tenía a él, al subteniente Castillo,
como ángel de la guardia, que si no todavía estaría haciendo imaginarias a día
de hoy.
Pero ascendí, pasé de
niño a hombre, o lo que es lo mismo, de recluta a soldado.
(Continuará)
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