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viernes, 13 de marzo de 2020

Hablando de virus.


Ayer me entró el virus en casa, pero no el coronavirus. Otro. Y cuando salió tenía 55 euros menos.
Creo que debo explicarme. Veréis, estaba sentado allí, donde todo se decide, cuando oí o sentí, no sé muy bien, como una corriente de agua justo debajo de mis perendengues. ¡Puta madre que la parió! Tengo que llamar a un lampista, ¡ya! Como es natural, llamé. Esas cosas no conviene retrasarlas, porque una de dos: o te pasas el día abriendo y cerrando el agua o prepárate  a pedir una hipoteca cuando te llegue el  recibo del agua. Así que, como si hay más alternativas las desconozco, llamé al fontanero. Económico, proclama  su tarjeta. ¡Y un huevo!, matizo yo. El caso es que vino al día siguiente. Puntual, para llevar la contraria. Dijo que vendría a las 9 de la mañana y a las 9 de la mañana llegó. ¡Debe tener un Trolex de esos! Pasa esto, señor económico. O.K, me respondió el lampista críptico. El asunto le llevó 7 minutos. Siete. Y la dolorosa, en B por supuesto, 55 euros de vellón. Echad cuentas. Tengo la impresión, puede que equivocada, que el fontanero que me atiende debe vivir en La Moraleja en un chalete de esos que tienen piscina, cancha de tenis y calefacción en la caseta del perro. Vamos, digo yo. ¡Con lo que cobra. Ni los narcocamellos, vamos. El caso  es que no, que tampoco. Saltaba a la vista. Le faltaban piezas dentales, en la rajilla del culo se le veían borrillas y dijo cinco tacos en cuatro palabras. Ilustrado no parecía el fenómeno y de millonario no tenía pinta. Aunque, lo que sí era, sin lugar a dudas, era un tío concienciado con su primo, el otro virus al que llaman corona, porque para lavarse las manos me pidió que le abriera  el grifo y para secárselas me demandó papel de cocina. Viendo tanta prudencia le dije: oye, verás, como ya he tocado los billetes casi que no te pago, ¿no? A lo que el muy imprudente, haciendo caso omiso a mis palabras, respondió cogiendo los billetes y metiéndoselos en el bolsillo al tiempo que me dedicaba la mejor de las sonrisas desdentadas. Pasado el peligro, cuando hube cerrado la puerta, me relajé y procedí en autos: ¡me cago en tu puta madre!, dije delicadamente. Lagarto, lagarto.

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