Desde que en abril me
hice un Twitter, estoy flipando. Asombrado por la cantidad de escritores, sobre
todo novelistas, que hay. Todos sin abuela, buenísimos; fecundos, 30 años, 30
novelas y todos publicitándose —yo también hago lo mío— descaradamente en
búsqueda de reconocimiento, dinero y gloria — y, que conste, que yo esto lo
último ni lo busco ni lo espero por razones obvias, mi hija se llama Gloria y
que lo que espero es desconfinamarme de tanta gloria—.
Además, yo soy un escritor
maldito, al que le fastidia el “malditismo”, ¿eso es cuando te duele la
garganta, no? Ir a contracorriente y escribir lo que me sale de las anginas es
lo mío. Lo hago sin el menor esfuerzo, como nadie me hace caso… Es lo que llevo
ganado. Lo digo de verdad, aunque nadie se lo crea.
Para que os hagáis una
idea: yo soy de esos tipos que si tuvieran que ir por un premio enviaría a su cuenta corriente. Y si me lo domiciliaran, más reconocido quedaría. Palabrita del niño Luis Germán. Pero como sé que sois más incrédulos que Santo Tomás os voy a
contar algo a ver si os lo demuestro empíricamente:
Una amiga me envió la
dirección de una editorial especializada en publicar a autores nóveles
recomendándome que les enviara algo. Le hice caso, soy bien mandado y envié
algo. Al cabo de mes y medio me llamó un señor interesado en publicar lo que le
había enviado. Pero, primero de nada, me pidió que le rellenara una encuesta.
Cuando hube terminado, empezó a sondearme: que si usaba las redes sociales, que
si tal hablaba en público, que si conocía a mucha gente, que si… A los cinco
minutos, harto ya de la perorata del tipo que aspiraba a convertirse en mi
señorito y viendo que no ofrecía nada más que inconcreciones, lo corté en seco
con ese don natural que tengo para el
corta y pega, le agradecí su interés, le pedí disculpas por haberle hecho
perder el tiempo y puse fin a la conversación. No me despedí con un ¡vengaciao!, porque soy un tipo que sabe
contenerse, que si no… ¡Mecagonsoria, qué rabia le cogí al tipo!
Y así fue, queridas amigas y queridos amigos —marchando una de lenguaje inclusivo— como después de renunciar al reconocimiento, al dinero y a la gloria me hice un Twitter y me encontré con otra pandemia: la de los escritores aficionados. Peor que el covid-19, aunque menos letal.
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