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martes, 7 de abril de 2020

La compra.


Si a lo increíble que ya es, que yo como padre sea más joven que mi hija, le añaden la costumbre que tengo de hacerle un Hitchcock (pasar por detrás) cada vez que recibe una videollamada, entenderán por qué que la “niña” está harta de mí.
La comprendo, sufrir esa fenomenología debe ser algo insufrible. Para remediar un poco las cosas decidí hacer algo, y después de analizar el abanico de posibilidades que se abrían ante mí, bajar al perro o ir a echar el polvo, le ofrecí ir a la compra.
A tal fin, le recomendé que, en vez de consultar con la almohada lo hiciera con San Google de Todos los Saberes. Nunca se sabe, siempre puede haber alguna oferta que no se pueda rechazar.
“¿Viste algo?”— le pregunté. “Sí, jovenzuelo —contestó con marcada ironía—. Pero no sé por cuál decidirme. Estoy entre 'Tres increíbles días en el Garrefús', en régimen de media pensión, y 'Maravillosos amaneceres en el Gladys', que incluye desayuno bufé. ¿Tú qué elegirías?” “Pues —balbuceé, después de reflexionar sesudamente—, no sé qué decirte, pero la vecina de enfrente, caladiña1, me dijo que en el Gladys tienen una tienda de campaña para las pernoctaciones que incluye bidet; aunque, si fuera yo el que bajara a la compra, elegiría 'Hipermercado El Barato, donde tres días son un rato'. Tengo entendido que la sección de congelados es económica a la par que nutritiva, y que está requetebién surtida. En todo caso, vayas adónde vayas, no te olvides de traerme helados, ¿vale?”
Y como cantaba el bueno de Perales y se marchó, y a su barco le llamó Libertad…
Si no recuerdo mal, eso se fue el martes. El viernes regresó con un tráiler por carrito de compra. Entre nosotros, que la “niña” hizo una compra más bien rápida.
“Niña, ¿me trajiste los helados?”—le pregunté nada más verla. “Sí, papá. Te traje tres toneladas de polos (sabores surtidos), dos quintales de cortes de vainilla y siete frigoríficos de tarrinas de chocolate de tu marca preferida — respondió haciéndose la guay—. ¿Tendrás suficiente?”. ¡Hum!, no sé, quizás hasta el lunes, pensé, pero preferí guardarme mis pensamientos y dejar que la duda flotara en el aire. Ante mí tenía la ciclópea tarea de guardar la compra antes de que nuestro casoplón se convirtiera en una piscina. No era cuestión de perder el tiempo en divagaciones.
A la tarea estaba, cuando de repente de una bolsa saltó un esquimal. “¡Hostia!—chillé sin poder contener taco tan de escasa educación—. ¿Y esto qué cojoncios  es?” “Ah—gritó la “niña” desde la otra habitación—, que se me olvidó decirte, que con los helados me regalaron un inuit, uno auténtico, no te vayas a creer, que mientras a casi todo el mundo le endilgaban uno palero, como yo conocía a la cajera, compañera de promoción en la carrera, a mí me dieron el esquimal auténtico “¿Y a esto hay que darle de comer?” “Sí, me dijo Paulita que conviene darle algo si no quería que se me pasara como el furby, ¿te  acuerdas del pobre Furby, que  el pobre se murió porque no le dábamos de comer?, y que gusta comer pescado crudo y los helados le encantan” “Vale —dije resignándome a tener otra boca que alimentar—, ahora ya sé dos cosas que antes no sabía: quién se va a comer todo el sushi revenido que hay en la nevera y que los helados que trajiste no llegan hasta el lunes ni de broma”.
1. Caladiña. En gallego: mujer callada. En el caso que nos ocupa: mujer que le da a la singüeso2 a degüello.
2. Singüeso. Popular: lengua. No confundir con sinhueso.
  



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