Si a lo increíble que
ya es, que yo como padre sea más joven que mi hija, le añaden la costumbre que
tengo de hacerle un Hitchcock (pasar por detrás) cada vez que recibe una
videollamada, entenderán por qué que la “niña” está harta de mí.
La comprendo, sufrir
esa fenomenología debe ser algo insufrible. Para remediar un poco las cosas
decidí hacer algo, y después de analizar el abanico de posibilidades que se
abrían ante mí, bajar al perro o ir a echar el polvo, le ofrecí ir a la compra.
A tal fin, le recomendé
que, en vez de consultar con la almohada lo hiciera con San Google de Todos los
Saberes. Nunca se sabe, siempre puede haber alguna oferta que no se pueda
rechazar.
“¿Viste algo?”— le
pregunté. “Sí, jovenzuelo —contestó con marcada ironía—. Pero no sé por cuál
decidirme. Estoy entre 'Tres
increíbles días en el Garrefús',
en régimen de media pensión,
y
'Maravillosos amaneceres en el Gladys', que incluye desayuno bufé. ¿Tú qué
elegirías?” “Pues —balbuceé, después de reflexionar sesudamente—, no sé qué
decirte, pero la vecina de enfrente, caladiña1, me dijo que en el
Gladys tienen una tienda de campaña para las pernoctaciones que incluye bidet;
aunque, si fuera yo el que bajara a la compra, elegiría 'Hipermercado El Barato,
donde tres días son un rato'.
Tengo entendido que la sección de congelados es económica a la par que
nutritiva, y que está requetebién surtida. En todo caso, vayas adónde vayas, no
te olvides de traerme helados, ¿vale?”
Y como cantaba el bueno
de Perales y se marchó, y a su barco le
llamó Libertad…
Si no recuerdo mal, eso
se fue el martes. El viernes regresó con un tráiler por carrito de compra.
Entre nosotros, que la “niña” hizo una compra más bien rápida.
“Niña, ¿me trajiste los
helados?”—le pregunté nada más verla. “Sí, papá. Te traje tres toneladas de
polos (sabores surtidos), dos quintales de cortes de vainilla y siete
frigoríficos de tarrinas de chocolate de tu marca preferida — respondió
haciéndose la guay—. ¿Tendrás suficiente?”. ¡Hum!, no sé, quizás hasta el
lunes, pensé, pero preferí guardarme mis pensamientos y dejar que la duda
flotara en el aire. Ante mí tenía la ciclópea tarea de guardar la compra antes
de que nuestro casoplón se convirtiera en una piscina. No era cuestión de
perder el tiempo en divagaciones.
A la tarea estaba,
cuando de repente de una bolsa saltó un esquimal. “¡Hostia!—chillé sin poder
contener taco tan de escasa educación—. ¿Y esto qué cojoncios es?” “Ah—gritó la “niña” desde la otra
habitación—, que se me olvidó decirte, que con los helados me regalaron un
inuit, uno auténtico, no te vayas a creer, que mientras a casi todo el mundo le
endilgaban uno palero, como yo
conocía a la cajera, compañera de promoción en la carrera, a mí me dieron el
esquimal auténtico” “¿Y a esto hay
que darle de comer?” “Sí, me dijo Paulita que conviene darle algo si no quería
que se me pasara como el furby, ¿te
acuerdas del pobre Furby, que el
pobre se murió porque no le dábamos de comer?, y que gusta comer pescado crudo
y los helados le encantan” “Vale —dije resignándome a tener otra boca que
alimentar—, ahora ya sé dos cosas que antes no sabía: quién se va a comer todo
el sushi revenido que hay en la nevera y que los helados que trajiste no llegan
hasta el lunes ni de broma”.
1. Caladiña. En
gallego: mujer callada. En el caso que nos ocupa: mujer que le da a la singüeso2
a degüello.
2.
Singüeso. Popular: lengua. No confundir con sinhueso.
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