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jueves, 2 de abril de 2020

Hacerse un Amancio.

Imagen Joan Vizcarra

   Cuando los psiquiatras ya habían emitido un dictamen diciendo que el hombre afectado no sufría patología mental alguna, que sólo se trataba de  un caso exagerado de tonto del culo, el público ya estaba enterado de que la noticia había sido un fake nacido del ingenio de El Mundo Today.
   Viene lo anterior a cuento de lo de Amancio, ya sabéis, ¡Amancio!, y de esa noticia que decía que un supuesto trabajador suyo le había donado 12 horas extraordinarias agradecido por su gran labor humanitaria.
     Disconformes con que la verdad estropeara la noticia, los confinados buscaron nuevos argumentos y exploraron otros caminos.
   Fue en ese ínterin, cuando el sector más radical de la balconada abogó  por pedir la santidad para el afectado al Vaticano, o sea, para Amancio, como forma, dijeron, de desagravio; a lo que el ala demócrata-cristiana, jaculatorias y reclinatorios a gogó, contestó que no, que eso no podía ser de ninguna manera y que además era imposible. Recordaron que para ser santo primero es necesario ser beato y haber realizado dos milagros, y que, sintiéndolo mucho, Amancio no contaba con tales prodigios en su haber, y que sí, que millones todos, nadie lo discute, pero prodigios pocos. “De momento”, puntualizó cogiéndosela con papel de fumar el líder de los discrepantes.
   Fue entonces, cuando tras una excesiva ingesta de televisión y un empacho de noticias, nuestros queridos y bienamados tontos de balcón hicieron un corta y pega e implementaron otra solución: el aplauso de cumpleaños.
   En mal momento fue  el que sufrí de la confusión, pues no me puse a saludar con gracioso ademán el otro día que me tocó bajar a echar el polvo pensando que me aplaudían a mí.
   Ay, qué decepciones se lleva uno, cuántos golpes da la vida.



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