Imagen Joan Vizcarra |
Cuando los psiquiatras ya habían emitido un dictamen
diciendo que el hombre afectado no sufría patología mental alguna, que sólo se
trataba de un caso exagerado de
tonto del culo, el público ya estaba enterado de que la noticia había sido un
fake nacido del ingenio de El Mundo Today.
Viene lo anterior a cuento de lo de Amancio,
ya sabéis, ¡Amancio!, y de esa noticia que decía que un supuesto trabajador
suyo le había donado 12 horas extraordinarias agradecido por su gran labor
humanitaria.
Disconformes con que la verdad estropeara la
noticia, los confinados buscaron nuevos argumentos y exploraron otros caminos.
Fue en ese ínterin, cuando el sector más
radical de la balconada abogó por pedir la santidad para el afectado al Vaticano,
o sea, para Amancio, como forma, dijeron, de desagravio; a lo que el ala demócrata-cristiana,
jaculatorias y reclinatorios a gogó, contestó que no, que eso no podía ser de
ninguna manera y que además era imposible. Recordaron que para ser santo
primero es necesario ser beato y haber realizado dos milagros, y que,
sintiéndolo mucho, Amancio no contaba con tales prodigios en su haber, y que
sí, que millones todos, nadie lo discute, pero prodigios pocos. “De momento”, puntualizó cogiéndosela
con papel de fumar el líder de los discrepantes.
Fue entonces, cuando tras una excesiva
ingesta de televisión y un empacho de noticias, nuestros queridos y bienamados
tontos de balcón hicieron un corta y pega e implementaron otra solución: el
aplauso de cumpleaños.
En mal momento fue el que sufrí de la confusión, pues no me puse
a saludar con gracioso ademán el otro día que me tocó bajar a echar el
polvo pensando que me aplaudían a mí.
Ay, qué decepciones se lleva uno, cuántos
golpes da la vida.
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