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Por mucho que la frase
hecha diga lo contrario, a veces lo mejor es retroceder para coger impulso. Así
me pasó a mí con la novela en la que estoy trabajando. A finales del año, cuando ya
había terminado de escribir el primer capítulo, treinta y pico folios, y releí
el conjunto, me di cuenta que el resultado no me convencía. ¡Buf, qué zurullo!
La cosa me fastidió. No sabía qué hacer. ¿Enmiendo y aprovecho lo que pueda,
tiro para adelante, total, qué más da, o directamente desecho el proyecto, qué
hago, hago algo o no hago nada? El abanico de posibilidades eran infinitas. ¿Y
cuál escogí entre todas ellas? Ninguna. No hacer nada, a veces, es tan
productivo como hacer algo. Pero llegó la pandemia, y con ella más tiempo del
habitual en casa, y otra vez empezó el runrún. “Escribe algo, así te
entretienes y se te pasan las horas volando”, me decía. Y volví a ponerme a
ello. Otra vez. Todas las mañanas un rato. Desde primeros de abril. El mismo
fondo, distinta forma. De primera a tercera persona. Otro esquema. Cosas que nos pasan a los guapos ha
vuelto a la carretera. Espero que para quedarse. De momento, apenas unos
folios me contemplan. Pero estoy contento, satisfecho y lo que es más
importante de todo: entretenido. Si a lo anterior le sumáis que tengo perro y
que una vecina profetizó que si me afeitara la barba rejuvenecería, ¿50 años?,
ya me veo el 27 de abril saliendo de paseo. Exultante, como un niño. Jugando a las
canicas y olvidándome de la dichosa novela.
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