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domingo, 29 de marzo de 2020

Empanado, rebozado.


Una vez más, mi hija me ha dado una lección magistral, porque no va la tía lista y me aclara la diferencia que hay entre rebozado y empanado. Ay…, como os lo digo. Lo malo es que a los dos minutos ya se me había olvidado. Fue entonces, cuando me di cuenta de que esas cosas me suelen pasar. Debe ser que no pongo atención. Vamos, eso espero. Porque o es eso o es que soy tonto tontísimo. Motivos para pensarlo también tendría. Sin embargo y no es por presumir, algunas cosas enrevesadas por demás me las sé. Sé cuál  es la diferencia entre cuñado y yerno, entre polo norte y polo sur e incluso entre proa y popa. Os lo aseguro. Lo cual parece sugerir la existencia de cosas inextricables para mí. A lo anterior, debo suumar que también tengo poco, por no decir nada, sentido de la orientación. Es más, me asombro cuando en las pelis dice “el sospechoso va en dirección norte”, pongo por ejemplo, y me pregunto, qué pasa, ¿esta peña tiene la aplicación brújula instalada en el cerebro o qué? Porque vamos, no me digáis. Pero como no se consuela quien no quiere, asumí lo de ser desorientad el día que me perdí en Monforte de Lemos, como leéis,  y tuve que llamar al cliente al que iba a visitar para que me indicara, si era tan amable y no le causaba molestia ni extorsión alguna la cuestión, el camino que tenía que tomar para ir a verle. Verídico. Claro que, me consolé al llegar a casa y ver los Simpson, concretamente aquel mítico capítulo en que Homer llevaba una chuleta para distinguir a sus amigos: Lenny=blanco, Carl=negro. No os imagináis lo que alegró y consoló aquello, topar con un cofrade. Saber que no estoy solo en el mundo, fue un alivio. Así que, copio y pego y procedo a hacerme una chuleta. Rebozado: harina-huevo. Empanado: huevo-pan rallado. A ver si lo fijo de una vez por todas en mi intelecto y dejo de darle la murga a mí hija, que a la pobre la tengo hartita: Gloria, ¿qué va primero? Por cierto, listos, que sois unos listos, qué fue primero el huevo o la gallina. Como decían en la tómbola, “y de premio, bacinilla de color al acertante. ¿Que la prefiere en rojo o en azul?” “La prefiero en blanco”, contestaba el agraciado; a lo que el tombolero remataba “el blanco no es un color, señor”.


sábado, 28 de marzo de 2020

El espejo.


Lo ha visto todo; las guerras, y con ellas el miedo, el hambre, la pérdida; y lo ha escuchado todo, los discursos, los aplausos y los ominosos silencios que deja el dolor. Nada le ha sido ajeno; y, ahí está, viendo pasar el tiempo, con sus crisis y resurrecciones y con sus grandes esperanzas. Inasequible al desaliento, como un roble ante su destino. Este italiano, de la Emilia-Romaña, un hombre al que llaman P y vive en Rímini; ha sido testigo de capicúas sin fin, de los primos, de los pares e impares. Tiene 101 años, acaba de vencer al coronavirus y si alguien sirve de ejemplo en el que mirarse sin duda ese es el, deportista de élite en la más difícil de las especialidades, la vida.

jueves, 26 de marzo de 2020

Gran Prix.


Dormí fatal, dando vueltas, organizando mi cabeza. Necesitaba abstracción, concentración y mucha velocidad. La carrera en juego así lo demandaba.  Redoblar la atención, no cometer errores propios y anticiparme a los ajenos se me antojaba vital. Importante: extremar el cuidado en las curvas; ni derrapar, ni chocar, y mantener siempre la distancia de seguridad, hay mucho loco suelto, se antojaba primordial.
En la parrilla de salida mis adversarios me observaban con la aprensión con la que se mira al recién llegado. Unos miraban con envidia mi bólido, rojo Ferrari, llamativo, amplio y rápido; mientras que otros, concentrados en lo suyo, ni siquiera levantaron la mirada concentrados como estaban contemplando el infinito.
A la hora convenida, el semáforo se puso en ámbar. Nos pusimos todos en fila india, tal y como estipula el reglamento, y cuando el encargado bajó la bandera, ocupamos nuestros puestos. Todos asidos al volante, vestidos con el uniforme reglamentario: guantes y protección en la cabeza. Haciendo buena la máxima: hay que prevenir. Después, gas a tope.
Adelanté a un obeso en la curva de Patatas, no tuvo mérito; perdí dos puestos en la recta de Leche para recuperarlos en la chicane de Pescado. Una vez completado con éxito el circuito, fui a boxes. Saqué el móvil, contacté con NFC, sponsor de catástrofes diversas, y miré el carro de la compra con orgullo. Mi bólido es fardón, útil y rojo, aunque creo que esto último ya lo había dicho antes.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Eslóganes.


Lo malo de los eslóganes es que empiezas aceptando uno y acabas aceptándolos todos. Aunque también es verdad, que si lo que quieres es no pensar, poner un eslogan en tu vida te puede ayudar.
“Todo por la patria”, se podría añadir y olé, o lo que viene siendo lo mismo, sacrifícate tú que yo estoy ocupado. Traducido: ve tú, que a mí me da la risa.
“Todo por la audiencia”, porque a la audiencia hay que darle lo que demanda, por la regla de tres que enuncia: todos tenemos opinión, pero no criterio. Y, como es natural con semejante caldo de cultivo, eclosionan las amebas. Gracias a los patrocinadores que las loan, las promocionan y ceban la cuenta corriente, para una vez hormonados y convenientemente tatuados exponerlos en la pecera de las vanidades. Gracias a tan sesuda jugada, alcanzan cuotas de audiencia inimaginables, y todos felices y contentos. Se confirma: somos disfuncionales. Tenemos redes sociales, culo y opinión, pero seguimos sin criterio.
“La unión hace la fuerza”. Este eslogan, aunque se supone que se entiende se practica poco. Presumimos de racionales, pero a la hora de la verdad, en vez de juntarnos, defendernos y atacar a quien nos amenaza, hacemos como los animales: cada uno por su lado y a lo sumo en bandadas.
Más interiorizado está “Lo importante es participar”, que se lo digan a los del COI, que son los que tienen el copyright de la frase convertida en momio. Ellos no tienen que tatuarse, ni hormonarse, ni salir en ningún programa de Tele Irrealidad para llevárselo crudo. Y aun así, lo consiguen: consiguen que participan muchos, por no decir todos.
Los eslóganes son lo de siempre: que si quieres arroz, Catalina.  


martes, 24 de marzo de 2020

Se parece, pero no es lo mismo (2).

                                                           


Artículo 2. En el improbable caso de que el Jefe no tuviera la razón se aplicaría el artículo 1.
… Pero ascendí, pasé de niño a hombre, o lo que es lo mismo, de recluta a soldado y llegó el tiempo ir a un destino. Te podían mandar a cocina, a oficinas, de cartero, de panadero, al botiquín…, menos a galeras, y eso porque que allí no había mar, a cualquier sitio, y entre  todos ellos a mí me destinaron a la Escuela Básica.
   Allí formaban a los futuros suboficiales, a los armeros, a gente de mi edad. Mi misión, algo así como conserje, consistía en estar en una garita que había a la entrada, fumar y encender, a turnos, la calefacción de carbón del edificio a las 5 y media de la madrugada. Hora torera donde las hubiere. Antes y ahora. El carbón había que almacenarlo y después palearlo procurando no acabar más enmierdardo que el palo de un gallinero. Aquel año hizo muchísimo frío en León. Tanto que tenía miedo de padecer un sarpullido por allende esas partes de tanto rascármelas. Tal que así era el aburrimiento. Y nuevamente me rescató el subteniente Castillo de aquel sopor. Vino y me propuso, sí o sí, cambiarme al peor de los destinos posibles que había en la Base, al que no quería ir nadie, a la Policía Aérea. Acepté encantado. Guardias de 24 horas con relevos cada dos. Cada tres días y en cuatro puestos diferentes:
   La Primera y la Segunda, en lo que llamaban Calvario, y donde el capitán del coche que olía a pis tenía un huerto de tomates, qué ricos. Aproveché para vengarme de las 15 imaginarias comiéndomelos todos. Con premeditación, nocturnidad y muchísima alevosía. ¡Buena mano “pa” los tomates tiene usted, mi capitán, estaban riquísimos!, le dije un día que salía de la cantina con más calefacción central de la habitual; a lo que, el  muy cabrito, reaccionó amenazando con meterme un puro que me iba a cagar (jerga castrense y bigotera). Tal como lo digo. Menos mal que estaba el subteniente Castillo, mi franquista preferido, un tipo enjuto, mayor y fibroso, con el cuerpo alicatado de metralla, para decirle que tararí y que los tomates no eran de él, que estaban en terreno de la Base, que si no habría acabado en el calabozo de por vida. Menudo mostacho se gastaba el capitán.
   En el campo de aterrizaje estaba Pista, un sitio en que por las noches te salían sabañones y la sangre se te coagulaba por la zona del témpano; y después venía Polvorín, donde recuerdo una azotea en la que daba gusto fumar las noches estrelladas; y para rematar, o para empezar,  según se mire, estaba Principal, la garita que daba entrada al recinto.
   En Principal había mesa, creo recordar que una estufilla y  revistas Interviú en las que leer la fabulosa serie que escribía Luis Cantero, La vuelta al mundo en 80 camas, y comprobar que lo del bromuro no era más que una leyenda cuartelera. ¡Ya te digo! Por las noches, en el Cuerpo de Guardia, dormíamos con la calefacción a todo volumen para compensar el frío de las sonatas en las garitas a 5 bajo cero y, claro, con la calor nos despertábamos al grito de ¡bingo, línea!, y los más necesitados se entretenían dándose unos toques rápidos en ese instrumente de fricción que viene siendo la zambomba.
   Tuve suerte, hice muchísimas guardias de Principal y entre subir y bajar la barrera, leer y dormir sobre la mesa, se me iban los días. Hasta que un día, que estaba leyendo Sempre en Galiza, de un tal Castelao, apareció el subteniente Castillo, mí subteniente preferido, por la garita a cambiar las cosas.

(Continuará).



lunes, 23 de marzo de 2020

Se parece, pero no es lo mismo...


… ni de lejos. Entre otras cosas, porque la primera vez tenía 18 años y ahora, no, soy más joven, tengo 62 tacos. De hecho, yo, soy el protagonista del extraño caso (del que habréis oído hablar) en el que el padre es más joven que su hija, pero esa es otra historia. Retomo, pues, y empiezo por las semejanzas.
En aquella ocasión también hubo fecha para la liberación, también fue un ¡aburrimiento!, mucho más que ahora que hay internet, libros y revistas a tutiplén o películas y series para aburrir, y también estuve confinado los más de los días y confitado a los ratos.
Diferencias: lo de antaño duró 12 meses, lo de hogaño se supone que un mes; antes no tenía perro que me paseara, pero sí mastines que me vigilaban; antes me duchaba una vez a la semana, mientras que ahora lo hago todos los días y si otrora desarrollé fobia por el color azul, ahora tengo días daltónicos en los que me paseo hecho un arcoíris. Así que, comparad vosotros, sí queréis, que a mí las comparaciones siempre me parecieron odiosas. Antes, ahora y por siempre jamás.
Artículo 1. El Jefe siempre tiene la razón.
Porque sí, porque me sale de las gónadas, ¡a formar, preseeeenten, armas! Cuatro años antes del apocalíptico “¡se sienten, coño! El contubernio duró 12 meses, vestidito de azul con mi camisita y mi canesú y puteado a más no poder. Todo por la Patria, con P mayúscula de ¡mecagonsoria!, por 300 pelas al mes (1,8 euros, o sea, una caña en el bar de Manolo).
En mi haber, varios logros: fui campeón de tiro de mi promoción, posiblemente atribuible al cetme del tío que tenía al lado que era un fenómeno;  y fui el recluta con más arrestos en la historia de la base aérea de La Virgen del Camino, León.
¡Oé, oé, oé!
Hacía un frío que pelaba, yo dormía con tres mantas, pero los había que usaban cinco. Así que imaginaos como era hacer Imaginarias (guardias nocturnas de barracón) y sin calefacción, pues yo las hice todas desde el día siguiente que entré en el glorioso ejército hasta el día que juré bandera. ¿Motivo? Y yo que sé. Siempre la Tercera, la chunga. De 2 y media de la madrugada a las 5 menos cuarto.
Nota al margen. Lo tomé con calma, el recluta saliente me daba el relevo en la litera. Por cierto, como no tenía reloj también solía hacer la Cuarta. Es verdad, a veces me pillaban y me ponían más imaginarias, pero como ya tenía el carnet de baile ocupado, pues, sí, mí sargento, a sus órdenes mí sargento. Una cosa que todavía no me explico es cómo estaba tan delgado si no discutía nunca. Serían cosas de la edad.
También hacía Cuarteles, o lo que es lo mismo, guardias de día entero sin salir del barracón en el que pernoctábamos. Hice muchos, para aburrir. Y que conste que ¡estaba enchufado!, qué os creíais, allí lo estábamos todos; y que al subteniente Castillo, hombre al que siempre estaré agradecido y muñidor de facto de la Base, por alguna extraña razón le caía bien y siempre acababa salvándome el culo. Pero ni así me libraba de los castigos, tenía imán para ellos. Me castigaban por cualquier minucia. Ejemplo: orinar sobre el coche de un capitán, 10 imaginarias (en mi descargo dije que no sabía que estaba mirando y me cayeron 5 más). Todo así. Injusto a todas luces. Menos mal que lo tenía a él, al subteniente Castillo, como ángel de la guardia, que si no todavía estaría haciendo imaginarias a día de hoy.
Pero ascendí, pasé de niño a hombre, o lo que es lo mismo, de recluta a soldado.
(Continuará)   


Séptimo día.


Dicen que no es momento de reproches, que es tiempo de estar unidos. Dicen que es tiempo de improvisaciones, que lo que sucede ha cogido con el paso cambiado a todo el mundo. Dicen que es tiempo de tribulación, pero que saldremos de esta. Dicen, y nos lo dicen nuestros dirigentes. Unos con más acierto y otros con menos, pero todos andan diciendo. Y todos tienen razón, y ninguno la verdad revelada, que eso no existe. A pesar de algunos, que también dicen, que también proclaman y que también lanzan soflamas al público. A ver si pescan. A río revuelto, ya se sabe, ganancia de pescadores. Y ahí, precisamente ahí, es donde parecen estar algunos, los de siempre, los políticos. De pesca. Compareciendo para no decir nada, saltándose la cuarentena el uno, olvidándose de lo que hicieron (hace bien poco) los otros, con la sanidad, con los servicios sociales, y practicando todos filosofía barata y de ocasión. Los americanos que si los chinos, los chinos que si los americanos y los rusos que si maroto el de la moto. Un no parar. Todos dando la tabarra, especulando. Todos haciéndose chúrchiles de todo a cien, de chino, y todos cursando primero de estadista. Y nosotros, como buenos párvulos, cogiendo apuntes en casita, frente al televisor, con nuestras tablets, colgados de los móviles, haciendo skypes, wasapeando como si no hubiera un mañana, dedicados a la broma, al meme, sticker, proclamando lo muchísimo que nos aburrimos, presumiendo de las veces que hemos paseado al perro, de la veces que hemos ido a la compra y de la barbaridad de hambre que tenemos. El índice “simpático que te cagas” cotiza al alza en esta bolsa de despropósitos. Y va una semana, señoras y señores, niñas y niños, atribulados todos, y el presi ya ha vuelto a salir a no decir nada; y el miércoles, al parecer, al rey, el hijo del emérito campechano, lo sacan otra vez en la tele a  decir que él también está confitado, digo confinado, pero que trabaja sin parar, con guantes y mascarilla, y que disculpen, pero que echa tanto de menos hacerse fotos y leer discursos, que de la ansiedad le ha salido un golondrino en la sobaquina que lo tiene preocupado. Por cierto, lo de que el Torra y la Ayuso se vayan a casar es un fake (que dicen los/as, la madre que nos parió a todos, bilingües). El Papa no les ha dado la dispensa. Argumenta que los hijos les saldrían tontos y que con ellos el cupo ya desborda.

viernes, 13 de marzo de 2020

Hablando de virus.


Ayer me entró el virus en casa, pero no el coronavirus. Otro. Y cuando salió tenía 55 euros menos.
Creo que debo explicarme. Veréis, estaba sentado allí, donde todo se decide, cuando oí o sentí, no sé muy bien, como una corriente de agua justo debajo de mis perendengues. ¡Puta madre que la parió! Tengo que llamar a un lampista, ¡ya! Como es natural, llamé. Esas cosas no conviene retrasarlas, porque una de dos: o te pasas el día abriendo y cerrando el agua o prepárate  a pedir una hipoteca cuando te llegue el  recibo del agua. Así que, como si hay más alternativas las desconozco, llamé al fontanero. Económico, proclama  su tarjeta. ¡Y un huevo!, matizo yo. El caso es que vino al día siguiente. Puntual, para llevar la contraria. Dijo que vendría a las 9 de la mañana y a las 9 de la mañana llegó. ¡Debe tener un Trolex de esos! Pasa esto, señor económico. O.K, me respondió el lampista críptico. El asunto le llevó 7 minutos. Siete. Y la dolorosa, en B por supuesto, 55 euros de vellón. Echad cuentas. Tengo la impresión, puede que equivocada, que el fontanero que me atiende debe vivir en La Moraleja en un chalete de esos que tienen piscina, cancha de tenis y calefacción en la caseta del perro. Vamos, digo yo. ¡Con lo que cobra. Ni los narcocamellos, vamos. El caso  es que no, que tampoco. Saltaba a la vista. Le faltaban piezas dentales, en la rajilla del culo se le veían borrillas y dijo cinco tacos en cuatro palabras. Ilustrado no parecía el fenómeno y de millonario no tenía pinta. Aunque, lo que sí era, sin lugar a dudas, era un tío concienciado con su primo, el otro virus al que llaman corona, porque para lavarse las manos me pidió que le abriera  el grifo y para secárselas me demandó papel de cocina. Viendo tanta prudencia le dije: oye, verás, como ya he tocado los billetes casi que no te pago, ¿no? A lo que el muy imprudente, haciendo caso omiso a mis palabras, respondió cogiendo los billetes y metiéndoselos en el bolsillo al tiempo que me dedicaba la mejor de las sonrisas desdentadas. Pasado el peligro, cuando hube cerrado la puerta, me relajé y procedí en autos: ¡me cago en tu puta madre!, dije delicadamente. Lagarto, lagarto.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Efectos secundarios del coñazovirus.


No es coña, ayer fui a varios supermercados. Buscaba comprar pollo o pavo y los estantes en los que se supone que debían estar no había nada. Por un momento me puse en lo peor, ¿habrían cobrado vida, el pollo y el pavo, y se habrían largado por ahí a tomarse unas tazas? No, peor. La explicación era todavía más surrealista. El desabastecimiento se debía, según me explicó una amable y rubicunda cajera, al acopio de alimentos que está haciendo la gente. Al parecer, el pollo, el pavo y el papel higiénico son productos muy demandados. Me resigné. Vale, no como ni pollo ni pavo y para lo del culo malo será. Al lado de mi casa habitan unas berzas en una leira, así que practicaré el afane y me perfumaré el culo como se hizo toda la vida. Es lo que antes se llamaba “cagar de coleiro”. Creedme, conozco a pijos que una generación atrás se limpiaban así y, sin embargo, míralos ahora lo que presumen los muy julandras. Cosas de la alcurnia mal entendida. Pero, a lo que iba. Por un momento me asusté. Vale, ¿y ahora qué carallo como? Y me tiré a la bartola, tía cachonda donde las hubiere, compré caviar, percebes y camarones como para parar el expreso de Irún. Baratísimo, oigan. Estaban casi regalados, y además con ofertas increíbles. Ejemplo: por un kilo de camarones regalaban un paquete de papel higiénico marca Elefante de 12 unidades, satinado, un placer para los sentidos. Una señora con mascarilla me miró como si fuera un delincuente al ver que no iba embozado y a cuerpito gentil con la rasca que caía. ¡Irresponsable!, me llamó. Yo, amablemente, le contesté “y tú puta”. La pescadera declaró combate nulo. Pero el colmo llegó al paroxismo cuando estornudé, tosí y a voz en grito anuncié a los presentes: “a esta ronda invito yo”. Tuve que salir por patas, casi me linchan. Claro que, con las prisas hice un “simpa” sin querer, que conste, y ahora me estoy poniendo tibio y peroné a comer percebes y camarones. Sin embargo, el caviar se lo regalé a mí amigo Windows, al que llaman así porque siempre cuelga de su ventana. Tengo la impresión, de que él es más proclive que yo a comerle los huevos al centurión. Me apostaría algo.