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jueves, 2 de julio de 2020

En nombre de la verdad.


La verdad, al igual que el nombre de Dios, no se debería de mentar en vano, y menos todavía sin demostración científica de que exista ninguna de las dos cosas.

Porque, pongamos como nos pongamos, no sabemos si existe la verdad o siquiera existe Dios. A ver, no hablo de lo que uno piensa o de lo que uno crea, que es otra industria; tampoco hablo de los convencidos de que la verdad es la suya, de esos que dicen “mi verdad” y después se quedan tan anchos. No, no hablo de esos porque no tengo necesidad. Lo que digo es otra cosa,  digo que la verdad no existe. Ni la tuya, ni la mía, ni la de nadie, ni siquiera la del Espíritu Santo. Lo que existe es el depende, y además hasta la exageración.

En otro orden de cosas cabría preguntarse entonces ¿para qué sirve la verdad? ¿Para incomodar, para denunciar, para presumir, para ir de casto, de puro, de cátaro, de pepito grillo, para tener razón? ¿Para qué?  Que alguien lo explique, por  favor, porque a mí la verdad me confunde.

Me confunden los que creen estar en posesión de la verdad, y me confunden por una razón: porque siempre es “su” verdad. No la objetiva, que no existe, sino la particular o la de terceros o la que adaptamos a nuestros deseos, a nuestras querencias o a nuestras necesidades.

Damos por bueno que si alguien, de nuestra cuerda, nos dice algo, nos lo dice de verdad. Por supuesto, faltaría más. Además, si tenemos en cuenta otros parámetros incluso puede ser que tengan razón.

Pongo un ejemplo:

No es lo mismo que millones de personas estén de acuerdo en una verdad, que una minoría sostenga que la verdad no existe. Y no lo es por esa ley ácrata que dice que la verdad, caso de existir, es innecesaria y siempre prescindible.

Ojito, estoy hablando de la ley  de la acracia que en su primer enunciado sostiene: “Señores, coman mierda. Un millón de moscas no se pueden equivocar”.

Así que, amigos Sanchos, amigos de la verdad, de aquí y de allí, elegid la verdad que más os convenga, pero no tratéis de convencerme de “vuestra” verdad fijando vuestras pupilas azules en mis pupilas marrones no fuere a ser que un millón de moscas acudan confundidas a cargarse en la puñetera verdad.

 

 

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