“¿Os acordáis del gol
en escorzo de Cruyff?, pues eso es lo que yo hago cuando hago el amor: una obra
de arte”. Como es natural, el autor de la frase era conocido en el pueblo por
el sobrenombre de Bocas. Nadie guarda recuerdo de su auténtico nombre. Pese a
todo, Bocas tenía seguidores. Y uno de ellos, quizás el más malintencionado era
Pajillero. Pajillero admiraba a Bocas tanto por lo que decía como por lo que se
imaginaba que decía. Tan descerebrada llegó a ser su admiración que, un buen
día, Pajillero se ofreció a Bocas como muñidor de intenciones, para componendas
varias y administrador de futuras plusvalías. A lo que, Bocas, complacido y
sobrado en extremo como era, contestó que no al percartarse de que las
intenciones de Pajillero escondían un 20% de comisión facturada bajo el
epígrafe de “Administrador de Gustilillo Delegado”. “Además —argüía el sobrado
Bocas poniendo énfasis—, ¿para qué necesito a Pajillero si ya tengo ya el cupo
lleno?” A lo que el otro, o sea, Pajillero, replicaba que
tampoco era para exagerar, que Bocas tenía potencial, no iba a ser él
quién lo negara, pero que el nicho a explorar era abundante, y que aun siendo
cierto que Elena sin Hache y Maripili podían ser clientela, nunca llegarían a
vademécum por falta de quorum. Fuere como fuere, lo cierto es que las presuntas
beneficiarias de las dádivas de Bocas guardaban mutismo absoluto sobre la
cuestión. Quizá por desconocimiento, tal vez porque estábamos en tiempos de
Cuaresma y teníamos vedado el acceso a la carne. Por supuesto, tampoco
confirmaban ni negaban que las artes amatorias de Bocas fueran de mayor o menor
cuantía o simplemente un mero acto contencioso administrativo. Al fin y al cabo,
pocas son las oportunidades de refocile que hay en el pueblo al haber poco donde
elegir. Fue el primer caso documentado de gigoló que tuvimos en el pueblo. Y
por singular, fue un escándalo. La existencia en un lugar tan pequeño de un gigoló amateur y de
un proxeneta con ansia profesional era desconocida. De hecho, cuando trascendió
el cuento, los del Casino tuvimos cantar de cantares por varias semanas
mientras jugábamos al dominó. El escándalo duró hasta que un mal día Maripili y
Elena sin Hache se fugaron con los Minúsculos, un par de hermanos funambulistas
de restringido crecimiento, después de su actuación en la plaza mayor. Y conste,
que después nadie se acordó de las piruetas que hacían los hermanos enanos
sobre el alambre, sino de las que
imaginaron que estarían haciendo aquel par de dos, ensamblados parecían uno, sobre
los gentiles cuerpos de Maripili y de Elena sin Hache. También fue una lástima
que la fuga diera al traste con las futuras comisiones que Pajillero tenía en mente. Pues, lástima de futuros cotilleos.
En el Casino lo sentimos mucho, pero eso sí: todavía nos reímos, entre partida y partida, cuando alguien saca a
colación el sentido bando que escribió el alcalde tratando de normalizar la
anormalidad y que después leyó el pregonero Bocas por todas las esquinas con gran
pesar y sentimiento sin par. “Se hace saber…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario