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domingo, 7 de febrero de 2021

Se hace saber.

 

“¿Os acordáis del gol en escorzo de Cruyff?, pues eso es lo que yo hago cuando hago el amor: una obra de arte”. Como es natural, el autor de la frase era conocido en el pueblo por el sobrenombre de Bocas. Nadie guarda recuerdo de su auténtico nombre. Pese a todo, Bocas tenía seguidores. Y uno de ellos, quizás el más malintencionado era Pajillero. Pajillero admiraba a Bocas tanto por lo que decía como por lo que se imaginaba que decía. Tan descerebrada llegó a ser su admiración que, un buen día, Pajillero se ofreció a Bocas como muñidor de intenciones, para componendas varias y administrador de futuras plusvalías. A lo que, Bocas, complacido y sobrado en extremo como era, contestó que no al percartarse de que las intenciones de Pajillero escondían un 20% de comisión facturada bajo el epígrafe de “Administrador de Gustilillo Delegado”. “Además —argüía el sobrado Bocas poniendo énfasis—, ¿para qué necesito a Pajillero si ya tengo ya el cupo lleno?” A lo que el otro, o sea, Pajillero, replicaba  que  tampoco era para exagerar, que Bocas tenía potencial, no iba a ser él quién lo negara, pero que el nicho a explorar era abundante, y que aun siendo cierto que Elena sin Hache y Maripili podían ser clientela, nunca llegarían a vademécum por falta de quorum. Fuere como fuere, lo cierto es que las presuntas beneficiarias de las dádivas de Bocas guardaban mutismo absoluto sobre la cuestión. Quizá por desconocimiento, tal vez porque estábamos en tiempos de Cuaresma y teníamos vedado el acceso a la carne. Por supuesto, tampoco confirmaban ni negaban que las artes amatorias de Bocas fueran de mayor o menor cuantía o simplemente un mero acto contencioso administrativo. Al fin y al cabo, pocas son las oportunidades de refocile que hay en el pueblo al haber poco donde elegir. Fue el primer caso documentado de gigoló que tuvimos en el pueblo. Y por singular, fue un escándalo. La existencia en un  lugar tan pequeño de un gigoló amateur y de un proxeneta con ansia profesional era desconocida. De hecho, cuando trascendió el cuento, los del Casino tuvimos cantar de cantares por varias semanas mientras jugábamos al dominó. El escándalo duró hasta que un mal día Maripili y Elena sin Hache se fugaron con los Minúsculos, un par de hermanos funambulistas de restringido crecimiento, después de su actuación en la plaza mayor. Y conste, que después nadie se acordó de las piruetas que hacían los hermanos enanos sobre  el alambre, sino de las que imaginaron que estarían haciendo aquel par de dos, ensamblados parecían uno, sobre los gentiles cuerpos de Maripili y de Elena sin Hache. También fue una lástima que la fuga diera al traste con las futuras comisiones que Pajillero  tenía en mente. Pues, lástima de futuros cotilleos. En el Casino lo sentimos mucho, pero eso sí: todavía nos reímos, entre  partida y partida, cuando alguien saca a colación el sentido bando que escribió el alcalde tratando de normalizar la anormalidad y que después leyó el pregonero Bocas por todas las esquinas con gran pesar y sentimiento sin par. “Se hace saber…”

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