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jueves, 27 de agosto de 2020

El campeón (y hay tantos).


 

Arduo es esforzarse por estar siempre en la cresta de la ola. Ser un tío chachi no es fácil. Caer en la cuenta de que tanto esfuerzo ha sido en vano es igual a dar de  bruces con la triste realidad.

Me asusté, al pensar siquiera que nunca había sido chachi y que por tanto nunca llegaría a guay. Si ya no lo conseguí antes, cuando un pendiente me puse y deje crecer mí lacio pelo, cómo lo voy a conseguir ahora. A mí edad. Me vi perdido. La vida entera se me iba por el sumidero y yo contemplándome el ombligo sin hacer otra cosa más que cavilar. Pero, de repente, una idea se me vino a la cabeza, y si hago un corta y pega; y dicho y hecho. Transido de nueva dicha, salí a la calle, tal cual loco fuera, con mi melena al aire, que de ilusiones también se vive, y el pendiente brillando al sol, tal como imagino que harán los que se creen víctimas de alguna revolución, y puse proa al almacén erigido en las afueras en loor de deportistas. Cuando di llegado, a golpe de clic comprobé el parné. Después fue cuando entré. Dispuesto a invertir, que no gastar, un pastizal. La salud es lo que tiene. Equipado a conciencia, sin echar en falta detalle alguno, me sentí impaciente por probar todo lo comprado. Ya me estaba viendo, haciéndome selfis a mansalva con los que alimentar a las bestias de las redes sociales, ya me veía saliendo a la calle ocho me gustas después a probar la bicicleta. Ojo, importante, no te olvides ajustar la inteligencia artificial a la muñeca, hablo del cronógrafo, el cardiógrafo y toda la recua de ógrafos necesarios, antes de ponerte en marcha. Y después, apartaos hombres del 600, la carretera nacional es mía.

Así fue como me reinventé, y seguí siendo un tío chachi. Me temo que, si Dios no lo remedia, cualquier día de estos llego a guay.

 

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