Arduo es esforzarse por
estar siempre en la cresta de la ola. Ser un tío chachi no es fácil. Caer en la
cuenta de que tanto esfuerzo ha sido en vano es igual a dar de bruces con la triste realidad.
Me asusté, al pensar
siquiera que nunca había sido chachi y que por tanto nunca llegaría a guay. Si
ya no lo conseguí antes, cuando un pendiente me puse y deje crecer mí lacio
pelo, cómo lo voy a conseguir ahora. A mí edad. Me vi perdido. La vida entera
se me iba por el sumidero y yo contemplándome el ombligo sin hacer otra cosa
más que cavilar. Pero, de repente, una idea se me vino a la cabeza, y si hago
un corta y pega; y dicho y hecho. Transido de nueva dicha, salí a la calle, tal
cual loco fuera, con mi melena al aire, que de ilusiones también se vive, y el
pendiente brillando al sol, tal como imagino que harán los que se creen
víctimas de alguna revolución, y puse proa al almacén erigido en las afueras en
loor de deportistas. Cuando di llegado, a golpe de clic comprobé el parné. Después
fue cuando entré. Dispuesto a invertir, que no gastar, un pastizal. La salud es
lo que tiene. Equipado a conciencia, sin echar en falta detalle alguno, me
sentí impaciente por probar todo lo comprado. Ya me estaba viendo, haciéndome
selfis a mansalva con los que alimentar a las bestias de las redes sociales, ya
me veía saliendo a la calle ocho me gustas después a probar la bicicleta. Ojo,
importante, no te olvides ajustar la inteligencia artificial a la muñeca, hablo
del cronógrafo, el cardiógrafo y toda la recua de ógrafos necesarios, antes de ponerte
en marcha. Y después, apartaos hombres del 600, la carretera nacional es mía.
Así fue como me reinventé,
y seguí siendo un tío chachi. Me temo que, si Dios no lo remedia, cualquier día
de estos llego a guay.
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