Pues nada, que no lo
encuentro, y volar no vuela, ni camina, ni piernas o patas tiene; así que, ¿dónde
está?, porque en algún lado, obvio es, tiene que estar. Después de un rato, de
revolver todo lo que revuelto puede ser, me acordé. De ella, de la que espero
que en paz esté, o sea, de la que fue mi suegra, y de que a ella lo mismo le
ocurría. Más a menudo, eso sí. Y miré y revolví y encontré, claro es. Allí
estaba, dónde no debía, el dichoso cuchillo patatero. Casi al fondo de la bolsa.
De la basura hablo, que de mí memoria mejor ni hablar. Y me puse triste. Dos minutos
creo que duró el episodio; de la tristeza hablo, por supuesto, que lo del
cuchillo algo más sí que duró.
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martes, 25 de agosto de 2020
Bonjour tristesse.
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