Buscar este blog

lunes, 26 de agosto de 2019

Leyendo por encima de mis posibilidades.


La semana pasada sufrí un acceso de simpatía desproporcionado. Mi pie derecho (posiblemente celoso de la fibromatosis plantar que tengo en el izquierdo), también dio muestras de fatiga y se estropeó. Nada preocupante, imagino. Fascitis plantar, algún tipo de itis o simplemente porque sí, porque tenía un antojo. Como soy un osado pensé en ir al médico, pero en seguida  se me pasó la tontería, y en vez de hacer eso fui al híper mercado. Allí, casualidades de la vida, me topé con un tocayo que jugó en el Depor (advierto que el Depor es un equipo) allá por los años 50. ¿Y quién sabe más de itis que un ex futbolista? Como es  natural, le pregunté. Escucha, Luisiño, tengo molestias en este pie. Y se lo enseñé. Por aquí y por allí. Ante la vista de mí pinrel, el antiguo futbolista, ahora reconvertido en doc Luisiño, diagnosticó: eso es una tendinitis aquilea, ándate con cuidado. Reposa. Y reposé, ¡caray si reposé!. De hecho me hice tantos largos de cama, que el domingo, ayer, también me dolía la espalda.
Y leí, leí una novela de Norman Mailer (Los tipos duros no bailan), otra de John Updike (Corre, conejo), y también a las premios Pulitzer Jennifer Egan y Donna Tartt (El jilguero y El tiempo es un canalla), y mejoré. Os lo prometo, no sé si por la bacanal de tanta lectura, o por haber echado sobre mi pie sistemáticamente lo recomendado por doc Luisiño, Tromboflix (él lo llamó así). Fuera por lo que fuera, el caso es que mejoré bastante (¿define bastante), y que ya me encuentro mejor de lo mío. O sea, de lo de mi pie.
Así que ya sabéis (y ahora viene un anuncio publicitario), si necesitáis  de los consejos del doctor Luisiño, el único que pasa consulta en el híper, sólo tenéis que acercaros por mi barrio y os lo presento. Consulta entre diez y once. Os aseguro que, un antiguo futbolista para las cosas de la traumatología, es más efectivo que la homeopatía o que peregrinar a un santuario, rezar y poner una vela. Tan es así, que yo, que en todo veo una oportunidad de negocio, ya le he propuesto al tocayo montar una sucursal en Fátima. A lo que él contestó ¿y tú que pones? A lo que le contesté ¿qué te parece los libros y el bacalao?



lunes, 19 de agosto de 2019

De Cosas que nos pasan a los guapos.


Todas las cosas tienen su momento adecuado y, como no podía ser de otra manera, escribir está entre ellas. Porque mientras escribir un post es casi inmediato, tratar de pergeñar una novela es mucho más complicado. La prueba la tengo en mí mismo. O lo que es lo mismo, en mi falta de voluntad y en las escasas ganas que tengo de ponerme ahora a escribir un relato largo.
Y es que, obviando el tema de para qué, que eso ni me lo planteo, y teniendo en cuenta que eso que se llama inspiración está muy sobrevalorado, también hay que escoger el tiempo que mejor le va a uno, y a mí el verano no me va bien ocupado como estoy en otros menesteres.
Sin embargo, y en honor a la verdad, he de decir que lo he intentado, pero que no ha salido.
No ha podido ser.
Veréis, he comenzado a escribir Cosas que nos pasan a los guapos siete veces. Cuarenta páginas me contemplan, por lo menos. Y todas ellas han terminado en la basura. No porque no tenga atado el argumento, que lo tengo y está en la cabeza; ni tampoco porque haya arrojado la toalla con esta novela, que tampoco; simplemente, no es el momento.
No sale ni la forma ni el tono ni el tempo. Intento una cosa y sale otra. Y como no quiero ser víctima del dejarse llevar, lo mejor será esperar a la estación adecuada para empezar. Quizá en otoño, quizá en invierno o quizá me acabe pasando como al cura de mi aldea que cuando anunciaba la misa por el alma de algún vecino, y como nunca se acordaba del día, nombraba todos los de la semana. En algún momento de esos será, decía el sacerdote. Ante lo cual, corto y pego y digo lo mismo, sólo me queda esperar y no desesperar.
Pero, lo reconozco, si un defecto me ha acompañado a lo largo de mi vida, éste siempre ha sido el de la vehemencia, el de la impaciencia. Yo soy de esos tipos que lo quiere todo para ayer. Creo que eso se nota en los post que escribo, pero como también sé que soy de los de dejarse llevar, he decidido que Cosas que nos pasan a los guapos tendrá que esperar.  
Al fin y al cabo,  ¿no decían que la paciencia no era la madre de la ciencia?
Pues eso, paciencia. Más adelante ya se verá qué pasa con Cosas que nos pasan a los guapos.
La verdad, tengo curiosidad.
Constato, sin que venga a cuento de nada, que sé de gente que en estando en estos trances tira de margarita como forma de solventar la cuestión. Sí, no, sí, no… Pero que yo no soy de esos. Yo soy más de tirarme de los pelos de los huevos.
En fin, que la cosa queda aplazada no vaya a ser que con tanta tontería tenga que acabar haciéndome las ingles a la brasileña para solventar el desaguisado. Y tampoco es plan.


domingo, 18 de agosto de 2019

Parará papá, parará Pachín.












                                                Discos escuchados desde el 13 de agosto hasta ahora mismo.
                                          Foto de la pianola


El día que fui capaz de llegar con la punta de los pies a los pedales fui inmensamente feliz. Lo que no sé es si en mi casa lo fueron tanto. Porque ese día fue el comienzo de una obsesión:
La música.
Pero, empecemos por el principio. Y si en el principio era el Verbo, mi Verbo fue la música. La que salía de aquel piano-pianola que había en casa y de los casi cien rollos capaces de obrar el prodigio.
Así, para  ir de Bach a Beethoven, de Stravinski a Rajmáninov o para escuchar aquellos empalagosos valses de Strauss, El Danubio azul, que tanto le gustaban a mi madre, sólo había que pedalear.
Algunos rollos te indicaban el tempo a utilizar. Cuando lo seleccionabas notabas en tus pies como los pedales se endurecían o ablandaban según lo que hubieras elegido.  
Sin duda, aquel piano-pianola fue el primer amor musical de mi vida.
Pero como la ciencia avanza que es una barbaridad, y como el trajín de artilugios es un no parar, el amor que sentía por la música clásica se aparcó el día que una de mis hermanas se compró un tocadiscos.
Ese día se amplió el abanico musical de mi casa.
Entró en nuestra vida el pop, el blues, el soul y el rocanrol,  quiénes junto con Cliff Richard, con Masiel, con Los 3 Sudamericanos y con artistas de ese tenor, pasaron a ser mis nuevos ídolos.
Y así hasta hoy que, después de sobrevivir a artilugios tan diversos, cuando todos sirven para lo mismo, para escuchar música, como tocadiscos, casetes, mp3 o cd`s, sigo gozando de esta dulce condena. Ahora con una ventaja añadida: puedo escuchar lo que quiera cuando quiero.  
En Internet está todo, o casi.
Eso sí, tengo entendido que en la Universidad de Harward le enseñaron a un mono a navegar por Internet y que el simio aprendió a hacerlo con bastante soltura; pero como aunque la mona se vista de seda, mona se queda, al parecer nuestro primo, ante el asombro de los presentes, sólo fue capaz de encontrar reguetón.  
Por tanto, queda confirmado que toda regla tiene su excepción, y que la música no tenía por qué ser una excepción.


viernes, 16 de agosto de 2019

El milagro de Kubala.


Estaba el otro día en la playa, rodeado de vocingleros que chillaban en mesetario, cuando reparé en algo que, después cuando lo pensé mejor, se me antojó obvio: España es un país de políglotas.
Y esto, pongan como se pongan, no lo pueden decir muchos países de nuestro entorno. Porque mientras aquí hablamos gallego, catalán, vasco o castellano, los ingleses, por ejemplo, sólo hablan inglés.
Aun así, el español corriente y moliente siempre empeñado en desdeñar lo propio y alabar lo impropio, es capaz de sustraerse de aprender o hablar el idioma vernáculo estando como está ocupado en chapurrear el espanglish.  
Pese a poseer tan vastos conocimientos, pocos son los ingleses parlantes españoles que saben en qué momento exacto se empezó a hablar inglés en este país.
La cosa empezó con Ladislao Kubala.
¿Os acordáis de quién era Ladislao Kubala?
Lászlo Kubala Stecz fue el primer español en nacer en Budapest.
Pues bien, Laszy, como se le apodaba cariñosamente, después de ser un grandísimo jugador de fútbol, se convirtió en entrenador que, además de entrenar al Barcelona y a algunos equipos más, llegó al puesto de entrenador de la Selección de fútbol de España. Fue en ese momento cuando el inglés se popularizó en nuestro, vuestro país.
A ello contribuyó, sin duda, que a los integrantes de aquella selección los chicos de la prensa les llamaran constantemente Kubala boy`s.
Perplejos, los habitantes de las provincias de España, consultaron los diccionarios de inglés de sus hijos y se enteraron de que boy significaba muchacho, y que el apóstrofo y después la S no era otra cosa que su plural: muchachos.
Y así, a mi modesto entender, empezó esa fijación que en nuestro, vuestro, país tiene la peña por el inglés.
Aunque, tengo que decir, que según algunas fuentes discrepantes, el culpable de la introducción del inglés en España no fue Ladislao Kubala, sino Manolo Santana, a la sazón jugador de tenis. Porque con tanto break, out, drive, deuce y con tanta tontería, la gente de aquella época que simplemente quería jugar al tenis estimó oportuno tomar clases de inglés primero no fuera a ser que en la pista se les viera el paleto que llevaban debajo del pantalón corto.
Pero, anécdotas carpetovetónicas aparte, lo más asombroso de Kubala ocurrió tras su muerte, cuando para reencarnarse eligió el cuerpo del anciano Papa Juan Pablo II.
Nadie entendió la decisión de aquel pendón, con cara de bueno, que fue el bueno de Laszy, hasta que años después también se volviera a morir ahora vestido Papa y que la curia se empeñara en hacerlo santo exprés; y claro, como uno de los requisitos ineludibles para ser nombrado santo es que el candidato haya obrado un milagro, fue de esa manera como los muñidores que tiene el Vaticano en plantilla encontraron el milagro que Kubala había obrado con los españoles al introducirlos en el inglés.
Y así fue como  Juan Pablo II ascendió de beato a santo. De repente, por la gracia de Kubala.

martes, 13 de agosto de 2019

La buhardilla.


Nosotros tuvimos una buhardilla en el medio de la jungla donde amansábamos la fiera que llevábamos dentro escuchando música. Era la buhardilla de Jesús, en realidad de sus tías, y estaba en la plaza de Pontevedra. La desaparecieron poco tiempo después. Allí nos refugiábamos y allí escuché por primera vez discos maravillosos como el álbum Horses de Patti Smith. No fue el único; también recuerdo haber escuchado, y no poco, el primer Tubular Bells. Allí había muchos discos (muchísimos mangados), mucho oído ansioso y mucha tarde ociosa. No exagero si afirmo que aquellos fueron tiempos de banda sonora excepcional. Y tampoco exageraría si dijera que los mejores discos que escuché en mi vida son de aquella época. Elepés antológicos y tan sobresalientes, que todavía hoy, pasados más de cuarenta años, escucho a menudo. La buhardilla fue un sitio excepcional para nosotros. Sin duda. No hablábamos de política, ni de lo que sucedía. Allí íbamos a otra cosa. Bebíamos cerveza (si había dinero), escuchábamos y hablábamos de música y de chavalas y pasábamos la tarde. Estábamos tan ocupados pasándolo bien que cuando terminó aquel verano todos nosotros parecíamos dignos descendientes del conde Drácula. Sin duda, otra forma de pasarlo bien. Excelso. Me vino a la cabeza todo lo anterior porque el pasado jueves Patti Smith dio un concierto en la playa de Riazor. A escasos metros de donde estuvo un día nuestra buhardilla. La auténtica Buhardilla. Aquella buhardilla que nunca olvidaremos por muchos siglos que pasen. Porque, nosotros tuvimos una buhardilla… Estaba en el medio de la jungla.
Pd. Por cierto y sin que venga a cuento de nada, en estos momentos estoy escuchando un disco que me parece también excelente: Let it bleed. Rolling Stones. Un grupo que lleva desde los 80 dando grima.
Vale, la fecha si queréis la discutimos.



viernes, 9 de agosto de 2019

Va por ti, Patti.


Os lo aseguro, como que si hay Dios es un cabrón, que si no fuera por esa aversión que tengo a las multitudes, esta noche iría a ver a Patti Smith. Me gusta su ánimo rocanrolero e incluso recuerdo uno de sus discos, Horses, como una revelación. Pese a todo, ni voy a ir, ni me voy a hacer unas pajillas en su honor, ni ninguna mariconada de esas. Lo que no sé es si ella le seguirá dando tanto al manubrio antes. Lo digo, más que nada, porque la Patti se convirtió en un icono de mí generación no solamente por el disco mencionado, sino también por decir que se la cascaba quince veces al día. Como es natural, ante tamaña revelación los fachas, también llamados neandertales, de la época la tildaron de guarra, se hartaron a llamarla fea (algo innegable) y procedieron a crucificarla sumariamente. Mientras que por la otra banda, los revolucionarios de todo a cien, entre los que me incluyo, elevamos a Patti Smith a la peana de nuestro santoral preferido y la escuchábamos con devoción. Y quien me lo iba a decir, casi cincuenta años después,  Patti Smith da un concierto en La Coru. No sé, creo que si no fuera porque ya vi como el Depor ganaba una liga, y porque Iggy Pop, otro de su quinta, se sigue tirando por el escenario, y que lo desaparecen  de las pantallas porque un pipa le está ayudando a levantarse, iría a ver si la gran Patti  se hacía unas pajillas esta noche en Riazor. En todo caso, y como a mí ahora me pasa como al sol: que no salgo de noche, y como tengo fobia a las aglomeraciones, sólo  me  queda por decir: Gracias, Patti por tú música. Y añadir: si tienes tiempo da un toque y nos hacemos unas pajillas. Sin mariconadas.

jueves, 8 de agosto de 2019

Cenando con Miel Gibson.


Los koruñentos, los que vivimos en La Koru y los que entendemos el Koruño aunque no seamos koruño practicantes, decíamos desde tiempos ancestrales una frase cuando el tiempo andaba loco: Cando chove e vai sol, anda o demo por Ferrol.
Sin embargo, desde que llegó él no somos pocos los  koruñentos que hemos cambiado de frase y que ahora decimos: Me cajo no Miel Gibson do carallo, foi chegar él é o tempo ir ao carallo.
A lo que, los de la Costa da Morte, sección persebeira, añadimos: ¡Será seniso o jalán, mecajonacona!
No me pregunten a qué vino. El caso es que anda o anduvo por aquí.
Según mi hija vino porque fue el productor de una película titulada El Camino, que creo haber visto y que si no recuerdo mal era una mierda de mil pares de carallos.
Advierto que puedo estar equivocado (a veces me pasan cosas prodigiosas).
Y claro, como no podía ser de otra manera a quién creéis que llamó. ¿A Feijóo? Venga, coño. Si a Feijóo le hicieran una película, así tipo Raza, al segundo plano tendrían que echar el The end al tiberio. Hombre, Feijóo en la fiesta de la patata de Coristanco puede tener un pasar, pero poco más, y yo creo que ya exagero de carallo.
No, que no, que tampoco llamó a Cayetana Álvarez de No sé Qué. Es más, es mentira eso que se anda rumoreando por ahí de que Miel Gibson va a hacer una nueva versión de Garganta profunda y de que ha pensado en la cuellilarga Cayetana para el papel de protagonista. No hagáis caso, es un infundio de los rojos.
Miel Gibson me llamó a mí. Mejor dicho, me llamó el representante y me dijo que Miel Gibson quería hablar conmigo. Cuando le pregunté para qué el representante me dijo que Miel Gibson estaba  muy interesado en comprar los derechos de mí novela Alambique, 28 para llevarla al cine.
La verdad, me puse muy contento. Tanto que hasta hice un dispendio y me duché para ir a verlo. Después me subí al gipsy (mi coche se llama así, qué pasa)  al que no lavo desde 1.994 y me largué echando virutas a Compostela.
Cuando llegué me dirigí al restaurante en el que habíamos quedado y después de las protocolarias presentaciones fui consciente de que Miel Gibson era un ignorante. El tío sólo habla inglés. Sin embargo, a la quinta botella de Santiago Ruíz, qué vinazo, ¡por Dios, qué perdición!, el Miel Gibson hablaba koruño mejor que yo. Tanto que hasta se interesó por mi perro, por Nador. ¿Qué tal anda el chukel, julandrón? Clarinete, ¿no? Este Miel es un crack. Un tipo capaz de aprender un idioma en cinco botellas, para mí es un brother digno de la mayor de las consideraciones. Pese a todo, fue en ese momento cuando perdí la atención del Miel. El tío alucinaba con las personas que se habían sentado en la mesa de al lado. Dos tíos jóvenes y una cachonda que te cagas. La tía, como digo guapísima, todavía llevaba puesta la banda de Miss Patata de Coristanco. Según le dijo la chica al Miel, la noche anterior habían estado en el Festival de Pardiñas y allí los organizadores, una pandilla de cachondos, habían organizado un concurso de belleza que había ganado ella y que como premio le habían dado la banda que portaba y un lacón que llevaba en el bolso. Pero el Miel no alucinaba por eso, alucinaba por lo que hizo la chica a continuación. Llamó al camarero y encargó un plato de caldo con tres cucharas. Palabrita del niño Luis Germán, al Miel tal proceder lo dejó ojiplático. Decir que alucinaba es poco. Es más, si no fuera porque yo le aseguré que había visto y oído cosas peores de algunos turistas creo que le habría dado un parraque allí mismo. Cuando se calmó y me preguntó qué podía superar aquella barbaridad le contesté: “Pues verás, Miel Gibson, una vez en este mismo restaurante  vi como un señor se bebía de un trago el líquido del aguamanil que ponían antes para limpiar las manos después de comer marisco” Fue en ese momento cuando Miss Patata de Coristanco exclamó: qué ricas están estas toallitas, tráiganos tres más ahora con sabor a percebe.
El australiano se desmayó, quizá fue el aprender un idioma tan rápido, la firma del contrato se fastidió y Miss Patata de Coristanco se marchó con sus dos acompañantes al albergue dando golpes los tres en los adoquines con sus palos de peregrinos entonando el santo, santo, santo es el señor.
Por cierto, ¡qué temazo!