Buscar este blog

martes, 14 de agosto de 2018

Se acabó el trabajo, comenzó la diversión.

https://www.youtube.com/watch?v=lzyXrkEPgdg


   Como siempre, me equivoqué. Pensé que llegado el día de mí jubilación me iba a aburrir como una ostra, pero no. En absoluto; al contrario. Lo paso fetén. Eso sí, me pasan cosas raras. Por ejemplo, antes me costaba madrugar y salir a trabajar, a veces, era un tormento. Sin embargo, ahora me sucede lo contrario. Despierto y me levanto como un rayo. Contento igual que siempre, cierto es, pero liberado del tormento de tener que ir a trabajar. Y no es que el trabajo me disgustara, es que a veces era un tormento ir a trabajar. Claro que, también es cierto, que todavía no estoy jubilado. A mí me han amortizado, que es otra cosa. Para que os hagáis una idea de lo qué significa ser un amortizado sólo os diré algo: entre estar jubilado y estar amortizado hay la misma diferencia que entre estar pobre y estar en la ruina. ¿Aclarado? Pues, pelillos a la mar. Además, estar en la ruina es fácil: te jodes, y fin de la cuestión. Como decía, desde que estoy amortizado, no confundir con estar jubilado, mi vida en alguna cosa ha cambiado a peor y en la mayoría a mejor. Dinero versus tiempo libre. Otro abundamiento, ahora soy mucho más feliz. Hacía tantos años que el tiempo no me pertenecía, que si no fuera por el tema monetario los cojones echaría de menos la situación anterior. Además, si tengo lo que necesito, ¡qué más quiero Baldomero! Quién me lo iba a decir cuando empezó el proceso de la ruina que llegaría a este punto. Entonces la cosa fue dura, durísima. Tuve que superar muchas cosas, hacer muchos ajustes y lo peor de todo: asumir lo inevitable e intentar responder honestamente la pregunta del millón: ¿si soy un fenómeno en lo mío, cómo es que nadie me va a contratar nunca más? Tal vez, porque las cabezas pensantes de este país te declaran zona catastrófica a partir de los 55 años. Puede ser. En todo caso, conviene mantener la cabeza tranquila, tratar de no ponerse nervioso y no llevar un golpe. También tienes que aprender a lidiar bondadosos. Esos espontáneos que tratan de consolarte. Hablo de esos que te espetan nada más verte: “no te preocupes; a ti te aparece algo: seguro”. Y que después, como colofón a tanta buena voluntad, rematan la jugada con el popular dicho: “Dios aprieta, pero no ahoga”. Eso sí, ninguno te pregunta si necesitas algo no vaya a ser que les des un disgusto. Con darte consejitos y decirte buenas palabras se han ganado el cielo. Los que también deben de saber el cuento de que Dios aprieta, pero no ahoga, deben ser  los de la Agencia Tributaria. Quienes, al igual que los buitres, siempre están al quite para rematar el trabajo sucio que empezaron otros. Conmigo lo hicieron a conciencia: como unos auténticos profesionales. Estando en ese ínterin, aprendiendo a renunciar a cosas, y luchando en la medida de mis posibilidades contra molinos de viento, prescindí también de aquellos que trataban de darme consuelo recurriendo al dicho antes dicho. ¡Por pesados, por cansinos, porque me tenían hasta los huevos! Parafraseando a mí madre: “¿Por qué no os vais a darle la lata a los presos de Soria?”. Y allí los largué a todos. Que me disculpen los sorianos si les aumenté el censo de imbéciles. Pese a todo, la singladura del ajuste fue lenta, tanto que estuve a punto de naufragar a medio camino y sucumbir a la debacle. Los problemas se multiplicaban y la situación, por días, era insostenible. Fue en ese momento, quizá por aquello del Dios aprieta, pero no ahoga, cuando apareció alguien en mi vida que, sin saberlo, me salvó del abismo. Por eso, ahora cuando miro para atrás, olvidadas ya muchas cosas, doy gracias a la vida; y los días que me envalentono, me miento a mí mismo e irónicamente tarareo: que me ha dado tanto. Conste que no me estoy quejando. Ni antes, ni ahora, ni nunca. No va en mí ADN si es que yo tengo de eso. Más bien practico el cinismo del profesional de la supervivencia. Y si antes me hacía sufrir estar amortizado antes de lo debido; en todo caso: antes de lo que yo tenía calculado; ahora creo que no soy yo el que debe sentir ningún tipo de vergüenza por ello (cosa que, por otra parte, tampoco nunca sentí). En todo caso, si alguien tuviera la culpa  que sepa que por mí parte no hay reproches. Al contrario, siempre gracias. Soy un tipo que procura ser consecuente consigo mismo y con la vida. Y yo, en la vida, he elegido dormir bien. Quizá porque siempre he tenido presente aquello que decía Bismarck: “No he pegado ojo, me he pasado toda la noche odiando”. Y como eso debe de ser muy cansado, prefiero que sean otros los insomnes, otros los que odien.


No hay comentarios:

Publicar un comentario