A mí el miedo me entra por el buzón. Cuando
lo abro y veo una carta, cruzo los dedos. Posiblemente, esté ante el atraco
mensual que sufro por parte de la eléctrica de turno, por los del ayuntamiento
o por ese asalto habitual que me hacen los del agua. Siempre debo algo que me
conminan a pagar inmediatamente si no quiero ser víctima de represalias. Porque si no pago a tiempo, los de la eléctrica me cortan la luz, los del ayuntamiento
me fríen a recargos y los del agua me abocan a la guarrería. Y, pese a renegar del
buzón, tengo que decir que al artilugio le he encontrado una utilidad
que en ocasiones me ha salvado el culo y me ha hecho ahorrar dinero.
Porque, es en el buzón (abierto), es donde guardo convenientemente disimulada la
segunda llave del coche, y es en el coche donde tengo escondido un juego de
llaves de mí casa. Así que, si por olvido o descuido, salgo de casa sin
llaves (cosa que ya me ha sucedido), me ahorro la hipoteca que supone llamar a
un cerrajero. Voy al buzón, cojo
la llave, después al coche, y asunto solucionado. Sin embargo, de los
sustos que me provoca el buzón no me libra ni dios. Todos los meses la misma
jarana, los mismos apremios, las mismas facturas. La cosa, tal como está
montada, no tiene arreglo, es inexorable. Suministros que deberían ser básicos,
económicos y, en todo caso, propiedad de todos, están privatizados, y
nosotros abocados a engordarle el cerdo a los propietarios de lo que nos es propio. Y nadie protesta, y todo el mundo paga, y todos contentos.
Algunos son tan felices siendo atracados, que encima dan las gracias por
servicios mal prestados y consideran estos atracos calidad de vida. Para
celebrarlo se hacen cómplices de los atracadores y se alían con ellos domiciliándoles
la tarea. Debido a las comodidades dadas, los cobradores se quedaron primero en
paro y después pasaron al limbo de los oficios. Eso sí, los buzones que antes vivían
abocados a la tela de araña por ausencia de cartas o, en el mejor de los casos, a la soledad compartida con una
llave, ahora reviven laureles en su nuevo rol de asusta personas. Claro que,
cuando lo que veo en el buzón es un certificado, entonces del miedo paso al
terror y me encomiendo a San Pito Pato, patrón del: “qué bien se está, cuando se está bien”
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