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jueves, 16 de agosto de 2018

Historias del buzón.



   A mí el miedo me entra por el buzón. Cuando lo abro y veo una carta, cruzo los dedos. Posiblemente, esté ante el atraco mensual que sufro por parte de la eléctrica de turno, por los del ayuntamiento o por ese asalto habitual que me hacen los del agua. Siempre debo algo que me conminan a pagar inmediatamente si no quiero ser víctima de represalias. Porque si no pago a tiempo, los de la eléctrica me cortan la luz, los del ayuntamiento me fríen a recargos y los del agua me abocan a la guarrería. Y, pese a renegar del buzón, tengo que decir que al artilugio le he encontrado una utilidad que en ocasiones me ha salvado el culo y me ha hecho ahorrar dinero. Porque, es en el buzón (abierto), es donde guardo convenientemente disimulada la segunda llave del coche, y es en el coche donde tengo escondido un juego de llaves de mí casa. Así que, si por olvido o descuido, salgo de casa sin llaves (cosa que ya me ha sucedido), me ahorro la hipoteca que supone llamar a un cerrajero. Voy al buzón, cojo la llave, después al coche, y asunto solucionado. Sin embargo, de los sustos que me provoca el buzón no me libra ni dios. Todos los meses la misma jarana, los mismos apremios, las mismas facturas. La cosa, tal como está montada, no tiene arreglo, es inexorable. Suministros que deberían ser básicos, económicos y, en todo caso, propiedad de todos, están privatizados, y nosotros abocados a engordarle el cerdo a los propietarios de lo que nos es propio. Y nadie protesta, y todo el mundo paga, y todos contentos. Algunos son tan felices siendo atracados, que encima dan las gracias por servicios mal prestados y consideran estos atracos calidad de vida. Para celebrarlo se hacen cómplices de los atracadores y se alían con ellos domiciliándoles la tarea. Debido a las comodidades dadas, los cobradores se quedaron primero en paro y después pasaron al limbo de los oficios. Eso sí, los buzones que antes vivían abocados a la tela de araña por ausencia de cartas o, en el mejor de  los casos, a la soledad compartida con una llave, ahora reviven laureles en su nuevo rol de asusta personas. Claro que, cuando lo que veo en el buzón es un certificado, entonces del miedo paso al terror y me encomiendo a San Pito Pato, patrón del: “qué bien se está, cuando se está bien”

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