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sábado, 25 de agosto de 2018

Historias de la bici.


https://www.youtube.com/watch?v=fqaC3zC7Udo


   Me cago en mí mala suerte, porque si esto no es tener mala suerte y para cagarse en la autoridad competente, que venga Dios y lo vea. En todo caso, juzguen ustedes mismos lo que me pasó el otro día y sean indulgentes.
  El otro día, que me desperté inquieto, decidí que había llegado la hora de ser como todo el mundo. Y me interrogué a mí mismo: ¿qué  es lo que hace todo el mundo? Y me contesté, pues el Camino, coño, el Camino. Y lo hice, hice el Camino. Lo hice en bici, ¡qué cojones, ya puestos!
   Cogí la bici, la introduje en el coche y me fui a Ponferrada que es un sitio. Cuando llegué desayuné un bocadillo de panceta con pimiento italiano de Bembibre y después de trasegar un par de sol y sombras y corregir la deforestación poniendo un pino encontré ánimos suficientes para comenzar. Llegué a Santiago de Compostela a mediodía, y después de estar más tiempo haciendo cola delante  de la Oficina del Peregrino del que invertí en hacer el trayecto, el funcionario eclesiástico me dijo que NO reunía los requisitos para obtener La Compostela. Ante el asombro del funcionario procedí a cagarme en San Pito Pato. Someramente, todo sea escrito. Una vez recuperado del exabrupto le mostré la bici exhortándole a que comprobara el cuenta kilómetros de la misma. Aproveché la coyuntura y le recordé las normas:
   “Señor—era un hombre, entonces supongamos—, las normas dicen que obtiene la credencial llamada La Compostela, todo peregrino que haga el Camino andando, o a caballo, durante 100 kilómetros. 200 kilómetros para el caso de los que lo hicieren en bici. Y yo, como puede usted comprobar con sus  propios ojos, he cumplido más que de sobra. Y si no, fíjese, en el cuenta kilómetros, marca 5.200. Así que, no me sea tiquismiquis y olvídese de que me he pasado de frenada 5.000 kilómetros; y ya que estoy aquí, compórtese como un buen cristiano y hágame el favor de darme el papelorio ese. Tampoco le estoy pidiendo que me lo envuelva; cosa que, sin duda, requeriría de esfuerzo ímprobo” Pues nada, ni así, ni argumentado. ¡Cabrón! Que si las normas son las normas, que si el que tiene pase pasa y que el que no lo tiene no pasa y que si el Pisuerga pasa por Valladolid. Un lío. Total, que no hubo manera. Resignado a mí mala suerte, cogí la bici, que por cierto pesaba un quintal, y cuando me dirigía al coche que había dejado en triple fila en medio de una algarabía de cláxones de gente que protestaba por alguna idiotez, me di la vuelta y le pregunté al funcionario de los cojones de la Oficina del Peregrino:
   “Disculpe, ¿me podría decir usted, inflexible funcionario, en qué contenedor se tiran las bicis en esta ciudad? A lo que el muy conacho* contestó:
   “Hombre, si la va a tirar me la quedó yo. Mi señora hace tiempo que desea tener una de esas” Y  como a pesar de ser un peregrino incomprendido, soy un hombre sin rencor, le regalé al conacho del funcionario la dichosa bici estática.

*El término conacho procede de Ferrol. El ferrolano, Guillermo Fernández tiene una novela publicada con ese título “Conacho” y este otro libro: “EL FERROLANO UN ESTUDIO DEL HABLA LOCAL. FORMA DE HABLAR EN FERROL IDIOMA PROPIO DE FERROL PALABRAS FERROLANAS LOCALES”




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