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lunes, 8 de abril de 2019

Comida nutritiva


La mayoría de la gente  que va a ir por primera vez a un restaurante, a un hotel y en general a un viaje, suele buscar información en los portales especializados que hay en internet. Leen ávidos los comentarios y sacan sus conclusiones. Después, algunos aprovecharán la oportunidad y dejarán un comentario sobre la experiencia vivida.
A mí, que debo pertenecer a la mayoría de la gente, me pasa lo mismo, pero al revés. Porque, si bien es cierto que consultar consulto, tampoco es menos cierto que suelo sacar  dos conclusiones: una sobre el sitio y otra sobre el comentarista ocasional.
Y es que, básicamente, del sitio te vas a leer lo habitual: Excelente, muy bueno, bueno, regular, malo o una puta mierda. Lo normal. Llegado aquí es cuando me formo opinión del comentarista. Y ésta suele oscilar entre lo de siempre, genial o gilipollas que te cagas. Se nota tanto al que trata de ser ecuánime y transmitir información, como al que vive en cabreo perpetuo. Se palpa  al comentarista que ni chicha ni limoná, y al que se esfuerza por contar. Se nota un huevo. Llegado a este punto es 

cuando recurro a la experiencia. Cosas de la edad. Y recuerdo cosas y casos vividos, y me pregunto: 

¿cómo habría calificado uno de estos comentaristas el hecho de para la 

primera comida, cuando entré en la mili, alguien pusiera una cucaracha muerta como guinda del 

perol en el guiso que nos dieron de papeo? ¿Cómo, como una puta mierda?

Recuerdo la reacción que tuvieron mis tres desconocidos compañeros de mesa: ninguno comió. Sin 

embargo, yo aparté la cucaracha y ante el asombro de los presentes me zampé prácticamente todo lo 

que había en la tartera. Y es que, a veces, queridos todos, hay que ponerse en situación antes de 

juzgar: llevaba más de 24 horas sin comer. Estaba famélico. Por tanto, no exageraría si dijera que 

aquel guiso estaba buenísimo. Es más, si por aquellos entonces hubiera sabido lo que sé hoy, que las 

cucarachas son proteínicas, también me hubiera zampado la guinda del perol. Y es que, en habiendo 

hambre desatada...

Ser  escrupuloso cunde más bien poco, no sale a cuenta. Lo sé muy bien, de primera mano: tengo  

una hermana así. La pobre, cuando en casa había cosas ricas, no comía. Bastaba con 

que le contáramos el chiste de los tuberculosos para que, la pobre, se solidarizara con el hambre de 

sus hermanos. 

También recuerdo que mis compañeros de la mili al ver mi proceder sacaron la conclusión 

sumaria de que me faltaba un tornillo, y visto lo que me pasó después es posible que tuvieran razón 

aquellos chorvos. Porque— ahora viene otra batallita—, hace sólo un par de años, estando de viaje 

por Cracovia, fuimos a comer a un Bar de Leche, que son los antiguos comedores estalinistas, con 

los cubiertos amarrados a la mesa, y sitios donde la clase obrera comía baratísimo; aunque, advierto 

que a día de hoy, los cubiertos ya no están atados a un cordel, que los precios siguen siendo muy 

populares y que la comida es decente; pues bien, acababa de papearme unos fantásticos pirogis y 

procedía a hincarle el diente a un magnífico goulash, cuando noté en  la boca un cuerpo extraño. Lo 

saqué, lo miré y vi que era un tornillo. Lo prometo, ¡un tornillo! Me lo guardé en el bolsillo y le dije 

la lozana de mí novia: “Cáspita, creo que acabo de encontrar el tornillo que me faltaba”. 

Creedme, los Bares de Leche son cojonudos, si no eres tiquismiquis ni de la raza chisgarabís. Por 

poco dinero papeas y sacas la barriga de mal año. La lástima es que los cubiertos no estén amarrados 

ni que mi novia  no sea dentista, pero nada ni nadie es perfecto. Es un hecho empírico.




1 comentario:

  1. Y además, como se puede ver, el goulash en Cracovia tiene mucho hierro.

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