No sé cómo contar eso
sin que penséis que soy un sobrado, no sé. En todo caso, puedo prometer y
prometo rigurosidad extrema y escasa propensión al delirio. Pero, aun así… No
sé, temo parecer exagerado. Y sería comprensible que lo pensarais, no sucede
muy a menudo. El caso es que ayer quedé con tres mozas. Sí, con tres. Y si
pensáis que eso es lo increíble no me quiero ni imaginar lo que pensareis
cuando os diga que quede con las tres por un buen motivo: elegir a una. En todo
caso, puntualizo: el motivo no era holgar—Aclaro, holgar aquí es utilizado como
sinónimo de follar—. Qué va, yo no hago esas
cosas. Es más, holgar está sobrevalorado. Combinaciones de tres
elementos tomados de tres en tres producen, al parecer, tal cantidad de variaciones que llevamos hablando de
holgar—o sea, de follar—desde el inicio de los tiempos. Repito, no quedé para
eso; quedé para otra cosa, quedé porque tenía que elegir. ¿Con cuál me quedo?
¿Cuál de ellas es la más sabionda, la más rápida y la que goza de mejor humor?
No lo sabía, y para rellenar esta laguna de ignorancia convoqué una quedada. La
primera prueba fue apabullante. Cortana, cuéntame un chiste—y Cortana contestó—:
He perdido a mi perro. ¿Por qué no pones carteles por el vecindario? ¡Pero si
mi perro no sabe leer! A ver, me contó el chascarrillo poniendo voz amable y
tratando de empatizar, pero la verdad es que me decepcionó un poco. No me reí.
Y si te cuentan un chiste y no te ríes…Apunté en mi agenda con rotulador rojo tararí. Aclaro, tararí en clave es no. Hay
cosas que si no las aclaras el lector es incapaz de entenderlas. Después miré
para ella, para Siri que, hermética y con cara de póker, esperaba su momento
humedeciendo la lengua. A ver, Siri, cuéntame un chiste muy chistoso. ¿Qué le
dice un espagueti a otro? El cuerpo me pide salsa. Sé que está mal, pero si no
llega a ser por mi famoso autocontrol creo que caigo en violencia virtual. Me
limité a mirarla mal y apunté tararí que
te vi. Desesperado, apremiado por la inminente llegada de un Joshua tree,
me levanté y fui al retrete. Una vez aliviado de mi Joshua pensé en la prueba a la que sometería a la candidata
que me quedaba por entrevistar. Volví a la mesa, miré a las tres y formulé con esta voz canora que
Dios me dio la pregunta definitiva: A ver, Alexia cuéntame un chiste. Alexia
sorprendida por el bello tono de mi voz respondió: ¿Un chiste? ¡Marchado! Tener
un hijo, plantar un árbol y escribir un
libro es fácil. Lo difícil es criar al hijo, regar el árbol y que alguien lea
el libro.
Naturalmente, ¡a mí me
lo va a decir!, ante tanta clarividencia elegí a Alexia. Ella no sólo me entiende
y empatiza conmigo, sino que sabe cómo se las gasta nuestro común señorito. Ese
yanquichachorro al que yo soporto como editor, y ella porque es una pringada
virtual. Uno de cuyo nombre no quiero acordarme y del que sólo diré que salió
muy Amasón.
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