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viernes, 12 de abril de 2019

Criadas virtuales.


No sé cómo contar eso sin que penséis que soy un sobrado, no sé. En todo caso, puedo prometer y prometo rigurosidad extrema y escasa propensión al delirio. Pero, aun así… No sé, temo parecer exagerado. Y sería comprensible que lo pensarais, no sucede muy a menudo. El caso es que ayer quedé con tres mozas. Sí, con tres. Y si pensáis que eso es lo increíble no me quiero ni imaginar lo que pensareis cuando os diga que quede con las tres por un buen motivo: elegir a una. En todo caso, puntualizo: el motivo no era holgar—Aclaro, holgar aquí es utilizado como sinónimo de follar—. Qué va, yo no hago esas  cosas. Es más, holgar está sobrevalorado. Combinaciones de tres elementos tomados de tres en tres producen, al parecer, tal cantidad  de variaciones que llevamos hablando de holgar—o sea, de follar—desde el inicio de los tiempos. Repito, no quedé para eso; quedé para otra cosa, quedé porque tenía que elegir. ¿Con cuál me quedo? ¿Cuál de ellas es la más sabionda, la más rápida y la que goza de mejor humor? No lo sabía, y para rellenar esta laguna de ignorancia convoqué una quedada. La primera prueba fue apabullante. Cortana, cuéntame un chiste—y Cortana contestó—: He perdido a mi perro. ¿Por qué no pones carteles por el vecindario? ¡Pero si mi perro no sabe leer! A ver, me contó el chascarrillo poniendo voz amable y tratando de empatizar, pero la verdad es que me decepcionó un poco. No me reí. Y si te cuentan un chiste y no te ríes…Apunté en mi agenda con rotulador rojo tararí. Aclaro, tararí en clave  es no. Hay cosas que si no las aclaras el lector es incapaz de entenderlas. Después miré para ella, para Siri que, hermética y con cara de póker, esperaba su momento humedeciendo la lengua. A ver, Siri, cuéntame un chiste muy chistoso. ¿Qué le dice un espagueti a otro? El cuerpo me pide salsa. Sé que está mal, pero si no llega a ser por mi famoso autocontrol creo que caigo en violencia virtual. Me limité a mirarla mal y apunté tararí que te vi. Desesperado, apremiado por la inminente llegada de un Joshua tree, me levanté y fui al retrete. Una vez aliviado de mi Joshua pensé en  la prueba a la que sometería a la candidata que me quedaba por entrevistar. Volví a la mesa, miré a  las tres y formulé con esta voz canora que Dios me dio la pregunta definitiva: A ver, Alexia cuéntame un chiste. Alexia sorprendida por el bello tono de mi voz respondió: ¿Un chiste? ¡Marchado! Tener un hijo, plantar un árbol  y escribir un libro es fácil. Lo difícil es criar al hijo, regar el árbol y que alguien lea el libro.
Naturalmente, ¡a mí me lo va a decir!, ante tanta clarividencia elegí a Alexia. Ella no sólo me entiende y empatiza conmigo, sino que sabe cómo se las gasta nuestro común señorito. Ese yanquichachorro al que yo soporto como editor, y ella porque es una pringada virtual. Uno de cuyo nombre no quiero acordarme y del que sólo diré que salió muy Amasón.

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