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miércoles, 13 de enero de 2021

La medalla del suertudo.

 

Cuando nací, ya estaba en casa. Hablo de un libro, Geografía Universal. En él venían algunas fotos  de lugares del mundo que se quedarían grabados por siempre en mi retina. Después, cuando acabé  2º de bachillerato con excelentes notas, aparte  de aquel Scalextric y de la escopeta de balines que me acompañaría toda mi adolescencia, mi tío Enrique, que no era mi padrino, pero al que todos llamábamos así, me regaló un libro que se convertiría en libro de cabecera: Maravillas del Mundo. Han pasado años, y aunque ninguno de estos dos libros sean ya de referencia para mí, fundamentalmente porque  me los sé de  memoria, engrosan mi imaginario de cosas inconclusas y de sitios a los que tengo que ir, o a los que me gustaría ir, antes de que sea evidente mi fecha de caducidad. También creo que si a ese par de libros uno el hecho de haber nacido en un taxi, que se estrenaba ese día, estoy ante la auténtica clave de bóveda  de mi vida: viajar. De hecho, me he pasado la vida de viaje. Y aunque, casi siempre, lo hiciera por los mismos sitios, como hacen todos los viajantes, nunca me he cansado de hacerlo ni tampoco nunca he dejado de disfrutarlo. Soy un tipo afortunado. He disfrutado de cosas y he estado en sitios con los que siempre había soñado. He sido aceptablemente feliz. Soy uno de esos suertudos que  se levantan casi siempre de buen humor. Siempre más que ayer y menos que mañana. La medalla del suertudo. En fin, cosas del humor, del  buen humor.

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