Es el hombre de moda y
también el que está en solfa y en cuestión. Su popularidad crece día a día al
igual que lo hacen sus detractores y seguidores. Unos hablan bien de él, otros
prefieren sacarle la piel a tiras. Los pitos y las palmas, constante de lo público,
últimamente lo es de su vida. Nos informa con mesura, con tecnicismos o en lenguaje llano y siempre
calmo; de lo que hubo, de lo que hay y de lo que se supone que habrá. Siempre
en funciones; al fin y al cabo, funcionario es. Se lo merece todo para algunos
y nada para otros. Quizá por eso, yo que soy equidistante, incluso de mí mismo,
desde aquí y desde ahora, reclamo para él banda sonora original. Bien la tiene merecida. Sus
comparecencias serían más floridas, más vistosas, más amenas. Ya es como si lo viera, atándose los machos, ciñéndose la taleguilla de los folios y saliendo
al ruedo de las preguntas con música compuesta ex profeso a su leyenda. Atención, rugido
de clarines, retumbar de timbales; ya está aquí, por la puerta sale, ya suena:
Fernando Simón, el pasodoble.
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