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domingo, 29 de noviembre de 2020

Recuerdos de Egipto.

 

Unos amigos se marchan hoy a Egipto. Por supuesto, aproveché y le mandé recuerdos para Ramses II. Mi faraón ídolo. Tuvo 152 hijos, ganó batallas en las que ni siquiera estuvo presente, se proclamó hijo de dios (de aquellos fangos estos lodos) y construyó templos, algunos de ellos afanándoselos a papá, a lo largo y ancho de toda la ribera del Nilo, de norte a sur, acabando en Nubia con el maravilloso Abu Simbel, sitio en el que ordenó construir otro para su esposa.

Los jeroglíficos que adornan alguno de esos templos están dedicados a darle loa, boato, a contar lo grande que era su figura y a ensalzarle como guerrero.

Estoy empezando a poder descifrar jeroglíficos; no es tan difícil como pueda parecer, por lo de pronto ya tengo en mente el alfabeto que se identifica ideográficamente y a cada letra le corresponde un signo. Después hay asociaciones y la cosa se complica; incluso he leído alguna teoría, más bien absurda, que dice que Champollion sólo dio una versión aproximada de la interpretación, pero que el asunto no está cerrado. Todo el avance, o casi todo, que se produjo en el redescubrimiento de Egipto, como civilización antigua, se lo debemos a Napoleón, que por allí anduvo, en campaña contra los mamelucos, a los que venció, por número, por artillería y porque si a esas dos cosas, determinantes, le unimos su estrategia militar, la cosa no podía rematar de otra manera.

La batalla que determinó el curso de la guerra se produjo en Giza, muy cerca de las pirámides. Cuando el general francés llegó hasta ese lugar, las pirámides existían prácticamente cubiertas de arena, y de la esfinge sólo se veía la cabeza. Los soldados del pichicorto general se dedicaron a practicar la puntería en aquella testa que emergía de la arena y la llenaron de balazos que dejaron su cara llena del acné que deja la metralla. Dicen que, una vez desenterradas las pirámides, Napoleón tuvo el antojo de pasar una noche en el interior de la más grande, la de Keops. Cuenta la crónica, que al día siguiente salió lívido y demudado y que jamás a nadie dijo a nadie lo que estando en ese útero había experimentado. Sin embargo, cualquiera que se haya internado en ese averno sabe cuál es la explicación: la falta de oxígeno es asfixiante, mareante. Experiencia propia, bajé un 24 de diciembre, a primera hora de la mañana, y me costaba respirar. Imagínense pernoctar allí. Que yo sepa en el interior de Keops, aparte de Napoleón, han pasado noche Julio César y Alejandro Magno. Tres emperadores, tres grandes guerreros. Hay más, supongo, aunque lo desconozco; incluso de los dos últimos mencionados no hay más referencia que la tradición oral. O sea, que a lo mejor sí o a lo peor tampoco. No sé lo que ellos pudieron sentir, no sé lo que siente cada quien cuando baja, pero desde luego para mí fue una experiencia inolvidable. Si tienen claustrofobia ni lo intenten, y si se quedan  sin entrada, en Keops sólo venden 50 al día, siempre pueden intentar sobornar a algún vigilante. A nosotros nos funcionó. La gente es muy venal y por 50 € entramos ocho, creo recordar. Regateen, en Egipto está considerado deporte nacional, y tengan paciencia, que ellos no tienen ninguna prisa y ustedes están de vacaciones. No lo olviden.

Pero si lo que quieren es visitar a Ramses II tienen que ir a Londres. Está en el Museo Británico. Allí lo tienen expuesto como si souvenir fuera. Es un tipo alto, dotado de tocha prominente y con una muerte del loro digna de mascarón de proa. Gasta pelillo estilo beatle, por aquello de donde fueres haz lo que vieres, y a él se le aproximan algunas mujeres deseosas de quedar encinta por el sistema paranormal No sé, pero para mí que el sistema inventado por los ingleses no es tan efectivo como el de las famosas nueve olas de la playa de la Lanzada en Pontevedra, pero vayan ustedes a saber.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Se murió Maradona.

 

Se murió Maradona, ¡vaya por Dios! (descanse en paz), y sabéis qué, que a mí me importa un huevo. Exactamente, la yema del contrario que me importan las historias para no dormir de la Pantoja, las de Paquirrín y las del dios que los fundó a todos. Soy un descreído, lo sé, un ateo de los medios. Soy un tipo que no necesita dioses, amos o reyes, tampoco ídolos de hojalata para proceder en genuflexiones,  un tipo que prefiere disfrutar de la inopia. Tengo un cuaderno invisible que me libra de esos tormentos. Al igual que lo tiene todo el mundo, pero el mío es mucho más corto. Pues, en él mío figuran todos aquellos que, siendo importantes para el mundo, a mí importan un bledo. En mí cuaderno no se rinde pleitesía a ninguna de las tontunadas de las que la prensa felona parece estar cautiva. Esa prensa, que en vez de informar impone cátedra y misoginia de baratillo a sus lectores. Siempre a favor del amo, el que paga manda, del poder que emana del Ibex 35 y del que desprende el Boletín Oficial del Estado, auténtica crónica de vilipendios. Además, por si no fuera suficiente tamaño descreimiento, estoy escribiendo una novela. Otra más, la tercera, tal vez postrera. Aunque, nunca se sepa lo que depara el tiempo. En ello ando, avanzando que no es poco y distraído de lo lindo. Ya tengo título, después de darle mil vueltas, está por fin bien definido, y ahora estoy procediendo a la migración de datos lentamente. De cabeza a  portátil. La novedad es que no voy dan tumbos como en otras ocasiones, la recompensa es que me lo estoy pasando francamente bien, aun siga sin gustarme la palabra franco que suena a vade retro. Voy lento, pero seguro, que se dice. Al ralentí, al tran-tran, como quieran, despacito voy, y no sé cuándo acabaré ni siquiera si lo haré. No corre prisa, no tengo que devolver anticipos a nadie ni debo nada, al menos, eso creo; y pienso que a los veinte habituales que me leen no les importará mucho que acabe antes, después o incluso nunca. Además, se murió Maradona, un señor con iglesia propia, pero si, pese a todo, andan ustedes necesitados de capillitas o de disfrutar de más distracciones, siempre pueden sintonizar Tele Pantoja y hacerse adictos de tan folclóricos culebrones. En todo caso, recuerden los más viciosos que siempre pueden recurrir a la novela madre de todas las nivolas. Esa que escriben a diario, para todos nosotros, los amanuenses del Estado y que lleva por ilustrativo título: Boletín Oficial del Estado. En ella, escrita en jerga desatada, verán componendas sin igual y reparto de dineros tutiplén. Así que, olvídense de Maradonas, y de tram- Pantojas y sus chuminos, que lo del B.O.E sí que es un auténtico novelón, y por si fuera poco de tamaño de mayor cuantía es el novelón.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Cosas que me importan una mierda.

 

Ocurrió hace mil años, cuando todavía yo era joven. Una mañana, al subirme al autobús de la empresa para ir al aeropuerto de Barajas, donde trabajaba en aquella época, alguien me dijo ¿sabes qué ha ocurrido?, y sin necesidad de contestar yo nada el inquisidor o inquisidora, que no recuerdo el género, se contestó a  sí misma, o mismamente: “ha muerto Paquirri”.

Os lo prometo, la gente que iba en el autobús parecía en shock.

La cosa no era para menos. Todos guardamos fechas o recuerdos que marcaron época; y, sin lugar a dudas, el accidente laboral del torero marcó la suya y de paso la nuestra.

Pese a tamaña trascendencia, ni sé, ni recuerdo, el día ni el año en el que  murió el torero. Y, sin embargo, de la de Franco, otro celebérrimo matador, pero este su pueblo, guardo memoria exacta de año, de día, si me apuran incluso de hora: las vacaciones que nos dieron para celebrarlo las recuerdo antología del desparrame.  

Sin embargo, para dejar claro que todavía hay clases y óbitos, y que no es lo mismo la muerte de un torero que la de un matador, cuando palmó Paquirri no nos dieron vacaciones.

Y claro, no es lo mismo.

Para compensar el ninguneo, las revistas editadas en papel cuché, unidas a la caterva catódica del colorín, se hicieron custodias de ambos temas. Y llevadas del subidón que proporcionan las buenas ventas, nos informan a todas horas de las cosas que les ocurren a herederos transportados en helicóptero, a la folclórica viuda  y a sus niños cromañones.

En fin, que no me libro. Estoy sentenciado a morirme escuchando historias para no dormir.

 

martes, 17 de noviembre de 2020

Fernando Simón.

 

Es el hombre de moda y también el que está en solfa y en cuestión. Su popularidad crece día a día al igual que lo hacen sus detractores y seguidores. Unos hablan bien de él, otros prefieren sacarle la piel a tiras. Los pitos y las palmas, constante de lo público, últimamente lo es de su vida. Nos informa con mesura, con tecnicismos o en lenguaje llano y siempre calmo; de lo que hubo, de lo que hay y de lo que se supone que habrá. Siempre en funciones; al fin y al cabo, funcionario es. Se lo merece todo para algunos y nada para otros. Quizá por eso, yo que soy equidistante, incluso de mí mismo, desde aquí y desde ahora, reclamo para él banda sonora original. Bien la tiene merecida. Sus comparecencias serían más floridas, más vistosas, más amenas. Ya es como si lo viera, atándose los machos, ciñéndose la taleguilla de los folios y saliendo al ruedo de las preguntas con música compuesta ex profeso a su leyenda. Atención, rugido de clarines, retumbar de timbales; ya está aquí, por la puerta sale, ya suena: Fernando Simón, el pasodoble.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Perímetro no es nombre griego.

 

Perímetro me suena a griego, tal vez a hijo de Menelao, a sobrino de Agamenón, y también me suena a Ilíada, pues de Homero me trae recuerdo; sin embargo, no es griego ni siquiera nombre propio, por mucho que gustara de tal cosa; es sustantivo y masculino, latino y término hoy en día de lo más frecuente, de uso y abuso, en el cine, en el más de los onomatopéyicos, en ese que cursa en pin pan pun y recidiva en chas cras  pataplás, que vemos en las películas en las que salen esos héroes que ni despeinan sus flequillos llegada la hora de salvar al mundo.  Y, ay qué pena. Con lo bonito que sería que griego fueras; dios, titán, cíclope o todo a la vez, y que vivieras donde viven tus primos, los dioses griegos, allá en el Olimpo. Lástima que siendo sustantivo no te alcance el derecho para disfrutar de chalecito en tan afamado monte. Con lo bien que estarías, Perímetro, en el mismo jugo de tu salsa, haciendo el mal, masacrando y lleno de ira, vengativo a más no poder e incestuoso y violador como estilan los dioses de tu especie. Ya te imagino allí, Perímetro, a tus anchas, haciendo gala sustantiva de tu nombre, encerrado a cal canto para nunca más salir. Ay, Perímetro, piénsalo, que nombre propio no eres, por más sustantivo y latino que te creas,  ¡confínate allí!, en el Olimpo, a dar rienda suelta a tus humores y deja en paz de una vez a los que sólo somos simples mortales. Y si tal sitio no fuese de tú agrado, por el mucho folletín, me atrevo a ofrecerme otra alternativa, a ver qué te parece: ¿Por qué no tas con Hades al infierno?