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miércoles, 31 de julio de 2019

La banda del Trompicayo.


Fijaos en la primera foto. En la que aparece un anciano. Supuestamente soy yo con 40 años más. O sea, 101. Fijaos, es chachi. Ni os imagináis la alegría que me acabo de llevar.
Ahora fijaos en la segunda foto. La del cuenco de cenizas. Pues, así era como me imaginaba yo a los 101. Pero no, no voy a estar así. Voy a estar como en la primera. Viejo, decrépito y al parecer todavía de pie. Notición.
Así que, según esa aplicación que nos envejece a los 101 años podré mear de pie, bueno será así si ya me ha pasado esa manía que tengo de miccionar sentado. Para no salpicar, ya sabéis. Y siempre si me la encuentro, claro. Siempre la mejor de las eventualidades. Es más, si la aplicación que me ha envejecido está en lo cierto y la primera foto se  consuma, puedo prometer y prometo, que para celebrar haber llegado a tan anciano me haré atracador.
“Alto, soy Luis Germán. Que rulen vuestras pastillitas azules y aquí no pasará nada”. Sí, porque mi primer atraco lo daré en un geriátrico. No se me ocurre sitio mejor. Objetivo: hacerme con Enderezol suficiente para los siguientes 20 años. Al fin y al cabo, si según la aplicación (la fotografía sirve como prueba) voy a llegar a  los 101, tampoco sería descabellado pensar en llegar a los 120, ¿no? Ya puestos, dejemos volar la imaginación. Por mí que no quede. Así que, hay que conviene estar preparado. Que sepáis que estoy dispuesto a romper la hucha de la seguridad social. ¡Que estoy muy loco! Y que lo tengo todo pensado. Hay que prepararse ante la eventualidad que el cometa Halley pierda fuelle allá por donde su estela. ¡Qué atrocidad! Ay, prefiero no pensar  en desgracias. Así que, mejor pienso en atracos. Tengo que hacerme con un buen botín de  Enderezol y después marcharme a  alguna ignota playa de la Costa da Morte a relajarme con mi churri. Ya es como si me estuviera viendo. Quejándome de mis descoyuntes, paseando al chukel (perro en koruño) y comiendo papillas de percebes de sol. Amigas, amigos, la buena vida me espera. Nos espera. Lo dice una aplicación, así que si lo dice una aplicación no discutamos. Pongámonos el mundo por montera y planifiquemos los próximos atracos con cuidado. Hay tiempo para prepararse y hacer las cosas bien, y como nadie tiene porque salir herido porque La banda del Trompicayo no esté dispuesta a rendirse, ni tampoco a rendir la plaza, lo mejor sería que alguien desactivara este comando tan peligroso. Nada más fácil, que la Autoridad Incompetente legalice la maría y el cannabis, y que el Enderezol sea universal y gratuito para todo aquel que lo demande y La banda del Trompicayo depondrá su actitud.
Porque avisamos: o es eso o que se preparen para un sindiós de atracos. Va a ser un infierno.
Conste que el que avisa no es traidor. Vamos, eso dicen.

jueves, 25 de julio de 2019

Pandemia de gilipollas


El idiota común, también conocido por tonto, lelo, deficiente, morón, corto, bobo, simple, alelado o retrasado, ha evolucionado y ha incorporado palabras como youtuber, influencer o gamer al catálogo habitual de sinónimos. Con una diferencia: el nuevo idiota tiene seguidores. Por increíble que parezca. Y no pocos, algunos acumulan millones. Les llaman followers. Traducido al castellano, follower significa imbécil. O si lo preferís, ignorante, estúpido, ballesta, terco o rudo. Vamos, lo que se conoce como imbécil común de toda la vida. El vulgar y corriente Ese que, aun no siendo ninguna novedad, ahora visualizamos mejor gracias a las redes sociales.
En realidad, si tuviera que hablar con propiedad, tendría que reseñar que el nuevo idiota es en realidad, y en muchos casos, la forma que adoptan los ninis actuales (Nini, acrónimo del inglés Neet). Y como a algunos no les va bien, sino de maravilla, y ganan el parné cosa fina, al imbécil común no le queda más remedio que tirarse a la bartola (metafóricamente, aclaro) y hacerse follower de algún idiota si quiere estar a la moda.
El efecto mimético en la gente es un fenómeno que debería estudiarse más en profundidad.
Mientras tanto, y para mayor gloria de su mother bitch (copio lenguaje de los influencers que no dominan ningún idioma exceptuando el spanglish que no lo es), vemos como los esfuerzos de youtubers , de influencers y de gamers en general son recompensados.
No es para menos. Tened en cuenta que conseguir la atención de tantos followers requiere una dedicación rayana en la entrega más absoluta, en la obsesión. Y como esta tropa es proclive a la línea de pensamiento “por mi hija mato” (dixit: ameba del pueblo), practican deportes de riesgo como puede ser selfi de azotea o el baño en balsa tóxica, para acabar muertos, o lo que es peor: descalabrados y ocupando cama en algún hospital público.
Y, la verdad, no sé. No sé si los que sufren accidentes provocados por su arrogancia y por su estupidez deberían tener derecho a disponer de tales atenciones.
La verdad, si me pongo en influencer, o sea idiota como ellos, diría que no; pero como después reparo en que si la vida del escarabajo pelotudo es objeto de interés, también esta pandilla de idiotas y la recua de imbéciles a los que llaman followers, también merecen disfrutar de la misma protección de la que goza todo el mundo.
Aunque, también es verdad que no deberíamos proteger a esta especie al no estar en peligro de extinción. Ya que, la familia de influencers, youtubers y gamers es igual de numerosa que la de los ácaros. Y al igual que las carrachas mencionadas, están por todos partes.

martes, 23 de julio de 2019

El coche de Pombo.


Hay algunas cosas que se recuerdan vívidamente pese a no haberlas vivido. A mí me pasa con el coche de Pombo. No creo haberme subido nunca, sin embargo lo recuerdo perfectamente. Tenerlo tan presente en la memoria, quizá se deba a las historias que contaba mi padre de dicho coche y de su afable y por veces iracundo propietario. Allí, aseguraba, viajan en armonía personas y animales. Cuando se llenaba siempre quedaba para los viajeros más osados sitio en la baca, y no era infrecuente ver a aquella extraña diligencia motorizada rebosante de gente y animales hasta por los bordes. Viajar era una aventura no exenta de peligros. Se fumaba, se comía y se bebía, se rezaba y se maldecía. Todo ello controlado y vigilado por el señor Pombo.  El hombre al que nada escapaba a su control. Mi padre que a veces se dejaba llevar por la lírica, para mantenerme a raya en el Seat 600 en el que nos desplazábamos entre Cee y Cereixo, trataba de meterme el miedo en el cuerpo amenazándome conque Pombo reservaba para los niños díscolos los asientos más peligrosos y los más caros (a los que más costaba subir), los de la baca. Y ahí era donde mí padre se equivocaba. Bastaba que me dijera aquellas cosas, para que en mí se obrara el efecto contrario. Me portaba mal. Razón: me moría de ganas de viajar en la baca del señor Pombo. Lo malo es que, pese a mi mal comportamiento y la reincidencia, mi padre jamás cumplió su amenaza. Nunca me bajó del 600 en Vimianzo y jamás de los jamases me metió en el coche de Pombo para que continuara viaje hasta Puente del Puerto yo solito. Lástima que mi padre fuera tan buen tío. Y también, lástima que sus plan fuera otro. A papá le gustaba la música, le gustaba que cantáramos mientras él conducía. Debíamos sonar a familia Trapp motorizada o algo así. Mis hermanas, mi madre y yo cantando y papá conduciendo. Claro que, también recuerdo aquella vez que íbamos todos en el coche y que papá frenó de repente porque habíamos pinchado.  Otra vez. A siete u ocho kilómetros de llegar a Cereixo. Algo frecuentísimo en aquella época. Bajamos todos a ver, y cuando estuvimos fuera y empezamos a rodear el coche para localizar la rueda pinchada, mi padre que se había quedado al volante a la espera, arrancó el coche y se largó. Cuando estuvo a veinte metros de nosotros frenó otra vez, bajó la ventanilla y nos chilló: “Si queréis silencio, id y coger el coche de Pombo. Darle recuerdos a las gallinas. Que os medre”.
Así que, creo que es verdad: nunca cogí el coche de Pombo. Eso sí, me tengo dado unas caminatas muy agradables en compañía de mi familia. Porque aquella ni fue la primera ni  fue la única vez. Es más, yo creo que a veces no cantábamos a propósito.


viernes, 19 de julio de 2019

Chico ye yé.



Después de varios siglos de abandono, los de la Oficina del Papeleo se acordaron de mí y me mandaron un burofax conminándome a acudir a una entrevista en tal fecha y a tal hora con el apercibimiento de que si no lo hacía caería sobre mí el peso de la justicia. Ante tal amenaza, acudí. Me puse camisa la camisa de chorreras que guardo para estas ocasiones, me calcé las zapatillas fluorescentes que había comprado en Comezón y me  duché. Y así, después del consabido respingo que produce verse uno tan limpio llegué a la Oficina del Papeleo.  Iba dispuesto a todo. A darles  la razón en  todo lo que hiciera falta, y atento a sortear todos los peligros que algo tan inaudito podía acarrear en mi incierta vida.
Cuando me llamaron al box vi de un vistazo que Margarita Buenrollo, había una plaquita con su nombre, tenía debajo de la nariz una sombra más frondosa que el mostacho de mi amigo Julio; al que, por cierto y si lee esto digo que, a ver si te llamo uno de estos  años, brother (bueno, tú ya sabes).
Creo que, teniendo en cuenta mis antecedentes, a mí me gustan mucho las mujeres de pelo en pecho, me habría enamorado de ella si no hubiera sido por lo que me dijo. Pues, no fue la Buenrollo y me ofreció un trabajo. ¿Os lo podéis creer? ¿De la Oficina del Papeleo? ¿De verdad? Pues yo, la verdad, pensé que alguien me estaba gastando una broma de mal gusto o que era víctima de un programa de cámara oculta o alguna majadería de ese tipo. Es que, ¡hombre, no me jodas!, si la Oficina del Papeleo JAMÁS llama a nadie (al menos que yo sepa) para ofrecerle  nada porque  tenían  que llamarme a mí. ¿Por qué? ¿Para discriminarme? ¿Más? Menos mal, ya digo, que estaba firmemente  convencido que todo aquello se trataba de una broma, macabra, y que alguien en cualquier momento diría ¡sorpresa!, sonríe, somos los de la Tele Gaita y estamos haciendo un programa o algo así. Sin embargo, no sucedió eso. Al contrario, la oferta era en firme. Totalmente seria. Ofrecían sueldo fijo, vestuario y dietas.
Al parecer, la semana pasada a los de la orquesta Zurich de Camariñas se  les había muerto de repente el cantante, Josito Coxis, y tenían que sustituirlo a la mayor brevedad posible; y claro, como yo, gozo de buena presencia, estoy en muy buena edad  y practico el gorgorito en ducha, pensaron en mí.
Ahora, me dijo la Buenrollo con mirada zalamera, sólo tienes que memorizar las letras de las canciones del repertorio, contonear las caderas y enseñar tus hermosas caries  por todas las parroquias, lugares y aldeas  en las que tenéis “bolos” contratados. Nada más.
Así que, ya sabéis amigos nativos y mesetarios, si en vuestra agenda está acudir este año a bañaros en la balsa de residuos de Monte Neme, recordad  que después podéis acudir a alguna de las verbenas  que haya por las inmediaciones y verme en vivo y en directo. También firmo libros. Es más, os recomiendo encarecidamente que no os perdáis ninguna de las actuaciones de la orquesta Zurich de Camariñas. Su nuevo cantante melódico, un tal Luis Germán, es la sensación de este año.
Es más, nuestro éxito está siendo tan arrollador, el de la orquesta Zurich de Camariñas, que los de la Xunta de Galicia ya nos han pedido que protagonicemos su nueva campaña publicitaria para atraer mesetarios.
Así que, visto el éxito que obtuvieron promocionando Monte Neme, sitio ahora muy visitado, y donde recomiendo encarecidamente lavarse los piños a todos los mesetarios que nos visiten, no creo exagerado pensar que los de la orquesta Zurich de Camariñas vamos a tener más éxito este año que los Rolling Stones esos de los cojoncios.
Qué no. Mirar mi foto, mi look de cantante melódico está causando furor entre las féminas. Y, por favor, que alguien me saque a la Buenrollo de encima porque esa sombra tan frondosa…
En fin, a ver cómo acaba la cosa.


lunes, 1 de julio de 2019

El kayak que no tenía nombre

Todas las cosas tienen nombre propio y aquellas que no lo tuvieren quedarían condenadas a ser llamadas por su genérico.
Así sucedía hasta ahora con nuestro kayak. Lo llamábamos Kayak. Sin embargo, el sábado nuestro kayak fue bautizado de forma interpuesta.
Creo que conviene explicación.
El sábado empezó indeciso. ¿Qué hacemos, vamos aquí, vamos allá, vamos a…? A quién no le ha pasado. Pues eso. Optamos por explorar. Localización de exteriores, que dicen los de las películas. Nos pusimos en marcha y llegamos casi a mediodía a Alto do Xestoso. De ahí pusimos rumbo al lugar de Rebordochao. Por el camino paramos, un momento, para preguntar si íbamos bien (Google Maps a veces…) a un pastor que  descansaba al lado de sus ovejas. Aprovechamos para estirar las piernas, bajamos y le preguntamos por un sitio dónde comer. Mantuvimos una conversación con él plagada de “retranca” y de ingenio que nos hizo reír y que nos alegró la mañana. Según el flemático pastor había un sitio en las inmediaciones al que había que ir de pajarita, o camisa blanca, en el que daban muy buenas “larpeiradas”. Todo esto con sonrisa irónica y cómplice a más no poder. Después había otro, al parecer más de su gusto, en el que hacían el bacalao y el churrasco con mucho sentimiento. Por supuesto, acabamos yendo al de mucho sentimiento. Sin duda, una garantía. ¡Acertamos! Pero, primero fuimos a Rebordochao a ver cómo era el tema.
En el lugar de Rebordochao sólo viven ellos: Pili, Manecho y sus dos hijas. Irene, una pizpireta y guapa niña de ocho años y otra de quince que no llegamos a ver. Para llegar al río Eume hay que bajar por sus tierras. Ellos, que se dedican a la agricultura, han conseguido después de lidiar  con los millones de papeles que la burocracia exige, tener siete kayak que alquilan por 10 euros al día. Para llegar a la orilla del río hay que bajar un par de kilómetros en coche, después seguir andando hasta llegar a una improvisada bajada que hace de pantalán. No sé cómo es el Paraíso, nunca he estado allí, pero os aseguro que si nos regimos por las ideas preconcebidas que todos tenemos en la cabeza, ésta debe ser su  antesala. Después  del percance habitual, culada y numerito para subirme al kayak, pusimos proa hacia una catarata de la que nos habían hablado. A “fervenza” da mexada da vella (la  catarata de la meada de la vieja). En un momento dado que mi compañera, “a miña compañeira”, se puso a hacer fotos y vídeos, quedé solo remando y empecé a hacer eses con la embarcación. Hay que disculparme, todavía  estoy en Pipiolos 1en las cuestiones de remo. Gracias a eso, y quizá por aquello de hacer bueno que no hay mal que por bien no venga, lo que esperaba a tener nombre, nuestro kayak, al fin alcanzó a tener nombre propio:
El Piripi.
Gracias, río Eume, y gracia a Pili y Manecho por su amabilidad.
Sin dúbida, xente que se viste polo pés.