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miércoles, 2 de enero de 2019

25 millones de robots (Corea del Norte).


Ayer estuve viendo Corea del Norte con Michael Palin (dos capítulos) y la verdad es que la cosa estremece.
La gente parece idiotizada, robotizada, recluida en sí misma por propio convencimiento. Las calles se presentan ausentes de gente, apenas hay ruido y el tráfico lo regulan hermosas chicas que se mueven como autómatas, tal como se les supone que harían los robots, y emanando sensualidad a raudales.  Todo comedido, sin embargo. Todo medido. Me entero que la población no vive precisamente en la opulencia.  Al contrario, pasan hambre y necesitan y reciben ayuda del exterior, y aunque ahora estén relativamente bien, en los años 90 murieron alrededor de un millón de personas (de una población actual de 25 millones) a causa de las hambrunas.
Michael Palin y su equipo son autorizados  a entrar en el país a realizar un reportaje, viajan a la capital, a Pionyang, y allí les asignan a un chico y a una chica en calidad de guardas y custodios que lo acompañarán adónde quiera que vaya, siempre y cuando esté autorizado a ir, y que  vigilarán todo lo que diga y que, al tiempo harán de censores.
Los chicos son agradables, todos empatizan y el viaje transcurre de forma agradable, aunque una sensación de cierta inquietud flota en el ambiente, sensación ésta que se traslada hasta el espectador.
Simplemente, no das crédito a lo que ves. Es como si estuvieras contemplando una película de ciencia ficción con escenario cutre o viendo los horrores que provocan el aislamiento, la ausencia de crítica y la alienación del ser humano.
La devoción al líder es tan desmesurada, el bien común es tan exagerado y el seguidismo en todos los órdenes de la vida es tan brutal que son capaces de construir enormes calles repletas de rascacielos en el intervalo de año.
También autorizaron a Palin a salir de la capital y viajar a Wonsan donde están construyendo una especie de Benidorm bestial al objeto de atraer a turistas, sobre todo chinos. 2019 es el año en que se supone que estará todo rematado.
Entra en un aeropuerto fantasmal, sin actividad, donde pese a no haber nadie están los dependientes/as de los bares y comercios firmes e hieráticos en sus puestos. Tienes la sensación de estar viendo un Blade Runner a la inversa donde no hay carteles publicitarios, no hay gente y donde el silencio es letal.
Palin regresa al día siguiente para coger un vuelo, uno al día  los días que  hay, y después de un gran retraso a causa de la niebla, se sube a un avión Antonov fabricado en 1967 y se larga con la música a otra parte.
Por cierto, y hablando de música, en Pionyang suena en toda la ciudad a partir de las 5 de la madrugada una música lejana, metálica y extraña, que Palin decía no saber de dónde procedía; y que a mí, sólo viéndolo, me pareció estremecedor y motivo suficiente para la locura.
La verdad, ver humanos robotizados eriza los vellos y pone los pelos como escarpias al más pintado. Tan es así, que todavía me dura el acojone.


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