Ayer estuve viendo Corea del Norte con Michael Palin (dos
capítulos) y la verdad es que la cosa estremece.
La gente parece
idiotizada, robotizada, recluida en sí misma por propio convencimiento. Las
calles se presentan ausentes de gente, apenas hay ruido y el tráfico lo regulan
hermosas chicas que se mueven como autómatas, tal como se les supone que harían
los robots, y emanando sensualidad a raudales.
Todo comedido, sin embargo. Todo medido. Me entero que la población no
vive precisamente en la opulencia. Al
contrario, pasan hambre y necesitan y reciben ayuda del exterior, y aunque
ahora estén relativamente bien, en los años 90 murieron alrededor de un millón
de personas (de una población actual de 25 millones) a causa de las hambrunas.
Michael Palin y su
equipo son autorizados a entrar en el país
a realizar un reportaje, viajan a la capital, a Pionyang, y allí les asignan a
un chico y a una chica en calidad de guardas y custodios que lo acompañarán adónde
quiera que vaya, siempre y cuando esté autorizado a ir, y que vigilarán todo lo que diga y que, al tiempo
harán de censores.
Los chicos son
agradables, todos empatizan y el viaje transcurre de forma agradable, aunque
una sensación de cierta inquietud flota en el ambiente, sensación ésta que se
traslada hasta el espectador.
Simplemente, no das
crédito a lo que ves. Es como si estuvieras contemplando una película de
ciencia ficción con escenario cutre o viendo los horrores que provocan el
aislamiento, la ausencia de crítica y la alienación del ser humano.
La devoción al líder es
tan desmesurada, el bien común es tan exagerado y el seguidismo en todos los
órdenes de la vida es tan brutal que son capaces de construir enormes calles
repletas de rascacielos en el intervalo de año.
También autorizaron a
Palin a salir de la capital y viajar a Wonsan donde están construyendo una
especie de Benidorm bestial al objeto de atraer a turistas, sobre todo chinos.
2019 es el año en que se supone que estará todo rematado.
Entra en un aeropuerto
fantasmal, sin actividad, donde pese a no haber nadie están los dependientes/as
de los bares y comercios firmes e hieráticos en sus puestos. Tienes la
sensación de estar viendo un Blade Runner a la inversa donde no hay carteles
publicitarios, no hay gente y donde el silencio es letal.
Palin regresa al día
siguiente para coger un vuelo, uno al día
los días que hay, y después de un
gran retraso a causa de la niebla, se sube a un avión Antonov fabricado en 1967
y se larga con la música a otra parte.
Por cierto, y hablando
de música, en Pionyang suena en toda la ciudad a partir de las 5 de la
madrugada una música lejana, metálica y extraña, que Palin decía no saber de dónde
procedía; y que a mí, sólo viéndolo, me pareció estremecedor y motivo
suficiente para la locura.
La verdad, ver humanos
robotizados eriza los vellos y pone los pelos como escarpias al más pintado.
Tan es así, que todavía me dura el acojone.
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