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domingo, 6 de enero de 2019

O Apalpador.


Hace ya más de una década, dos tal vez, cuando leí por primera vez algo acerca de O Apalpador, la cosa me hizo ilusión.
O Apalpador, también conocido por el nombre de Pandigueiro en la comarca de Trives (Orense) representa la figura de un carbonero que baja las noches del 24 y del 31 de diciembre a tocar el vientre de los niños para ver si han comido lo suficiente durante el año, dejando  un montón de castañas, ocasionalmente algún regalo y deseándoles que tengan un año nuevo lleno de felicidad y de comida.
Posteriormente, en 1994, fue recogida una cancioncilla en Romeor de Caurel (Lugo, sierra del Caurel) que probaría la existencia de dicho personaje.
Preso por la curiosidad, recuerdo haber preguntado a nativos de las zonas antes mentadas con los que trataba habitualmente por los recuerdos que tenían de ésta figura para mí desconocida, y para mí sorpresa todos coincidieron en las respuestas: jamás nadie había oído hablar de semejante cosa. Ante lo cual repreguntaba: ¿Entonces, O Apalpador no existe? La respuesta volvía a ser unánime y en forma de pregunta tal y como es tradicional por nuestros lares: ¿Si existen los Reyes Magos, por qué no va a existir O Apalpador?
Vale. El “depende” siempre explicó muy bien las cosas en nuestra querida tierra.
Además, la creación de mitos, tradiciones y leyendas siempre tiene un comienzo, ¿no? Claro que, otra cosa es el uso que algunos quieren hacer de esos mitos, tradiciones y leyendas, de  nueva creación, ya que tengo la impresión de que la  figura de de O Apalpador parece enmarcada en una gran operación de marketing nacionalista que dé ínfula y realce a algo que jamás había existido hasta ese momento. Esa tradición donde lo importante no es la certeza sino cubrir un vacío. Y para ello, para tapar ese hueco, nada mejor que vender una figura que se preocupa de alimentar el hambre de los niños porque sabido es que el hambre con ilusión mejora la expectativa.
En fin…
Por tanto, y sin que sirva de precedente: ¡Viva O Apalpador!
Ya está bien de importar fiestas ajenas, cuando aquí tenemos capacidad más que suficiente para seguirle el juego a ciertos señoritos, dar pábulo a sus invenciones, mientras sacamos el paraguas que nos proteja de los meados que estoicamente soportamos.


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