Dices resumen del día y el teléfono responde: Hola, Luis. Son las seis y veinte de la
mañana. En estos momentos hay -1º, llegaremos a 14 y habrá sol. Informado
apago el móvil y testo la temperatura ambiente sacando una canilla al aire. ¡Carallo! Me armo de valor y me levanto.
Un nuevo día da comienzo. Bajo las escaleras, preparo el desayuno e ingiero
todas esas cosas que tomo en busca de la vida eterna, aceite, ajos negros,
tostadas de tahini con mermelada de ciruela y una taza más que generosa de
café con una nube de leche. Cuando llego
a mí casa tomo las pastillas, contemplo las telarañas de la nevera y me siento
delante del ordenador para recuperarme del susto. Plan para hoy: el mismo de
siempre, escribir mí obra maestra. Pero antes de ponerme manos a la obra
menester es leer la prensa. Navego a todo trapo por La Voz de Galicia, El País,
El Confidencial, El diario.es y O.K diario (derrape habitual) para terminar
unos días en El Mundo o días raros como hoy ojeando A Bola y comprobar si es
cierto que lo que acabo de leer sobre Bolsonaro, que lo primero que ha hecho es
bajar el SMI, y salta la primera sorpresa: no es cierto. Sí es cierto, sin
embargo, que una de sus ministras dijo que las niñas tenían que vestir de rosa
y los niños de azul. Rendido ante tanta tontuna y clamando venganza comienzo a
escribir sobre Bolsonaro. Se va enterar el
menda ése y la mamarracha aquella. A las pocas frases me pregunto para qué, a quién le importa lo que opine yo
sobre Bolsonaro o sobre una ministra que dice tonterías, cómo si aquí no tuviéramos
abarrote de Bolsonaros. Para recuperarme me dirijo a mi asistente: asistente, cuéntame un chiste, y el
móvil responde: ¿Un chiste? Marchando.
¿Qué harían las gallinas si fueran a una convención? Montarían un pollo. Verídico,
mi asistente lo acaba de perpetrar. Patidifuso ante esta pandemia de memos,
ante lo que parece ser el avance imparable de las amebas y cabreado por ser
incapaz de escribir un post medio coherente, me arrimo todavía más a la estufa
y haciendo un intrépido movimiento con la mano, la enciendo. Pienso, a
veces pasa: Mejor me hago un colocao y mañana Dios dirá. Voy a la cocina
cantando por lo bajini: Colocao,
desayunos y meriendas; Colocao, desayunos y meriendas sin igual, me olvido de mi obra maestra y aparco mi proyecto de vida eterna. Calentito me
acelero y me voy a la compra. Al fin y al cabo, si cada quince días se publican
cuatro obras maestras para qué tomarme la molestia. Además, me dijo un pajarito
que en el súper habían recibido una remesa de ellas y que las regalaban haciendo
una compra de papel Elefante.
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