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lunes, 7 de enero de 2019

Resumen del día.


Dices resumen del día y el teléfono responde: Hola, Luis. Son las seis y veinte de la mañana. En estos momentos hay -1º, llegaremos a 14 y habrá sol. Informado apago el móvil y testo la temperatura ambiente sacando una canilla al aire. ¡Carallo! Me armo de valor y me levanto. Un nuevo día da comienzo. Bajo las escaleras, preparo el desayuno e ingiero todas esas cosas que tomo en busca de la vida eterna, aceite, ajos negros, tostadas de tahini con mermelada de ciruela y una taza más que generosa de café  con una nube de leche. Cuando llego a mí casa tomo las pastillas, contemplo las telarañas de la nevera y me siento delante del ordenador para recuperarme del susto. Plan para hoy: el mismo de siempre, escribir mí obra maestra. Pero antes de ponerme manos a la obra menester es leer la prensa. Navego a todo trapo por La Voz de Galicia, El País, El Confidencial, El diario.es y O.K diario (derrape habitual) para terminar unos días en El Mundo o días raros como hoy ojeando A Bola y comprobar si es cierto que lo que acabo de leer sobre Bolsonaro, que lo primero que ha hecho es bajar el SMI, y salta la primera sorpresa: no es cierto. Sí es cierto, sin embargo, que una de sus ministras dijo que las niñas tenían que vestir de rosa y los niños de azul. Rendido ante tanta tontuna y clamando venganza comienzo a escribir sobre Bolsonaro. Se va enterar el  menda ése y la mamarracha aquella. A las pocas frases me pregunto para qué, a quién le importa lo que opine yo sobre Bolsonaro o sobre una ministra que dice tonterías, cómo si aquí no tuviéramos abarrote de Bolsonaros. Para recuperarme me dirijo a mi asistente: asistente, cuéntame un chiste, y el móvil responde: ¿Un chiste? Marchando. ¿Qué harían las gallinas si fueran a una convención? Montarían un pollo. Verídico, mi asistente lo acaba de perpetrar. Patidifuso ante esta pandemia de memos, ante lo que parece ser el avance imparable de las amebas y cabreado por ser incapaz de escribir un post medio coherente, me arrimo todavía más a la estufa y haciendo un intrépido movimiento con la mano, la enciendo. Pienso, a veces  pasa: Mejor me hago un colocao y mañana Dios dirá. Voy a la cocina cantando por lo bajini: Colocao, desayunos y meriendas; Colocao, desayunos y meriendas sin igual,  me olvido de mi obra maestra y aparco mi proyecto de vida eterna. Calentito me acelero y me voy a la compra. Al fin y al cabo, si cada quince días se publican cuatro obras maestras para qué tomarme la molestia. Además, me dijo un pajarito que en el súper habían recibido una remesa de ellas y que las regalaban haciendo una compra de papel Elefante.

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