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miércoles, 6 de febrero de 2019

Estafado por el Papa de Roma


Si fuera católico, que lo soy, aunque para el caso como si hubiera apostatado, pondría el grito en el cielo (nunca mejor dicho) y denunciaría al Papa Emérito I por estafa. Estoy seguro que Dios me comprendería y que incluso me daría la razón. Segurísimo. Aclaro algo a ignorantes, descreídos y gentes de mal proceder, Papa Emérito I no es una figura retórica, al contrario, es una figura concreta, que fue conocida por el nombre artístico de Benedicto XVI. Penedicto XVI según la chusma que trabaja en el chiste fácil. Pues bien, Joseph Aloisius Ratzinger, bávaro y cardenal, cuando ascendió al papado una de las primeras cosas que hizo fue publicar una encíclica. Y hasta ahí bien. Es lo que hacen todos, un clásico y por tanto disculpable. Máxime si tenemos en cuenta que la Encíclica es un género literario muy demandado entre adictos a los cilicios. Esa droga. El problema fue que, a mayor ocurrencia, y como el argumento se le resistía, tiró por la calle del medio y dejó volar su imaginación. Así, después de  ingentes sustantivos y de usar los adjetivos como sicotrópicos, rompió aguas y alumbró la encíclica madre de todas las encíclicas. La que lo cambió todo y la que motivó la intercesión de mi demanda ante el Altísimo. Josepn Aloisius, alias Penedicto XVI, ex artillero y todavía bávaro, eliminó el LIMBO. De un golpe. Con premeditación, alevosía y sin escalo porque el chorbo ya no andaba para trotes. Lo eliminó de un plumazo. Sin siquiera reparar en las consecuencias. Millones de almas quedaron desubicadas en tierra de nadie. Hasta entonces había cuatro destinos para los creyentes: Cielo, infierno, purgatorio y limbo. Ahora, sólo tres. ¡No hay derecho ¿Y qué hicieron los católicos, salieron a la calle, enarbolaron pancartas, protestaron, qué hicieron? Silencio.  Nadie protestó. No hay derecho. Me siento estafado. Resulta que llevo toda la vida viviendo en el Limbo y  que ahora viene un emérito y me dice que no existe. ¡Será cabrito! Perdón, estoy muy arrepentido. Cabrito no es la palabra adecuada al caso. Procedamos en contundencia: ¡Castrón, cabrón, draculón! Devuélveme el Limbo y quédate con todo lo demás. Incluido el rosario de mi madre.

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