Cuando un conocido tuvo
a bien contarme su experiencia en el fabuloso mundo de la autoedición lo
escuché con atención.
Decía que, en compañía
de otra persona, de un músico ruso, había auto-publicado una canción y que,
para su sorpresa, después de un par de
meses a la venta, sólo habían vendido dos unidades.
Imaginé, y se lo dije,
que los compradores habían sido él y el ruso. Sonrió y contestó que,
efectivamente: así había sido. Pero, su queja no era esa. Su queja era por el
desprecio que él creía haber sufrido por parte de sus conocidos, de sus amigos
y de sus familiares. El público natural y objetivo de los productos editados de
tal forma.
Después de unos breves
instantes, decidí consolarlo. Para ello le confesé que yo también había pasado
por ese trance y que también me había ofuscado e incluso regodeado con ese tipo
de pensamientos. Se mostró sorprendido. No sabía que yo escribiese y aún menos
que tuviese tres libros publicados. Entonces, fue a lo práctico.
“¿Y tú, cuántos libros vendiste?” “Pocos”, contesté. “Del primero
44, del segundo 20 o 21 y del tercero Dios dirá, pero no serán muchos, cotizo a
la baja en la bolsa de nuevos valores”.
Evidentemente, y si
atendiera a las frías estadísticas, sería urgente para mí hacer dos cosas:
Dedicarme a otros quehaceres y aceptar que ni conocidos ni amigos ni familiares
están para que les dé la lata ni tampoco para que les dé un pingüe sablazo. Están
para otra cosa, aunque uno no sepa cuál sea esa otra cosa. Quizá para lo suyo.
De todas formas, comprendí a mi conocido e hice votos para que aceptara que, si
bien algunos hechos pueden parecer frustrantes lo inteligente es no sacar los
pies de tiesto. En definitiva, acepar que lo que es importante para uno no
tiene que serlo para los demás. Y que conste que en ningún momento he hablado
de calidad del producto, que esa sería otra cuestión. El tema es más simple. El
tema es que sin promoción, marketing y publicidad es prácticamente imposible
posicionar un producto en el mercado. No tienes visibilidad, nadie te conoce,
por tanto ¿cómo va a comprar la gente tú producto? Y, aunque es cierto que hay casos
excepcionales y personas que a base de construir tupidas redes de contactos en
redes sociales, dedicando a ello tiempo, paciencia y todo tipo de recursos,
consiguen vender unos cuantos cientos e incluso algunos miles de unidades de su
producto, también es cierto que estos casos son habas contadas y que la mayoría
de los artistas amateurs deben aceptar el hecho que nos ocupa y lidiar con la
frustración que esto les pueda producir. Y en esto es en donde yo soy un auténtico
fenómeno. Disculpen la sobrada. Debo ser uno de los pocos amateur, entre esta
plaga de artistas que nos asola, al que las ventas le importan un huevo y la
yema del otro. Así que, sin que sirva de precedente, pido comprensión ante mi chulería: no me he
pasado la vida vendiendo mierda en bote para ahora pelotearme con gente que no
es de mi interés a través de redes sociales y mandangas de ese tipo. En todo
caso, que lo hagan los demás. Yo prefiero estar ocupado en vez de preocupado.
Basta con acordarse de algo bien sencillo y que acota muy bien la cuestión: no
es lo mismo estar jodido que estar jodiendo. No hay color.
Por cierto, escuché la
canción compuesta por mi conocido y el desconocido ruso y sí, efectivamente,
cada vez está más cerca la Fiesta del Cocido de Lalín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario