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sábado, 23 de febrero de 2019

No diga gol, diga Bergoglio.


Pues la verdad, yo creía que Bergoglio había sido jugador del Milán de la época de Maldini, Pasolini y Fellini, pero resulta que no. Es más, si tuviera que jurar en vano, diría que había sido un gran regateador. ¡Qué fintas! Pero, no, repito: estaba equivocado. Mi memoria falla miserablemente. Bergoglio, es un argentino recauchutado en italiano, un actor de encíclicas, sicoanalista y pastor. Quizá de ahí mi equivocación. Tanto oficio me distrae. Y si el pobre no tuviera suficiente con tanto trabajo, ahora resulta que Bergoglio también se ha metido a cantante. Esperemos, pues, verlo en el próximo festival de Eurovisión deleitándonos unos sentidos latinajos en compañía de un coro de sores matrimoniadas con el mismísimo Dios. ¡Qué bien se casan las feas! Y, la verdad, yo me siento decepcionado. Primero El Vaticano me estafa afanándome el limbo, después ficha a un actor argentino para el papel de Papa de Roma y después en vez de escribir encíclicas, como cualquier  buen Papa que se precie, se dedica a dar el cante a base de declaraciones. Creerme, si no fuera porque acabo de publicar El caso Abelenda me pondría manos a la obra y escribiría El extraño caso del señor Bergoglio. Jekyll y Hyde a su lado de mierda no pasaba. Va a ser que tampoco. Todavía estoy tratando de entender sus palabras, y haciendo segundas y terceras interpretaciones de su última y enigmática frase. Porque, cuando Bergoglio dice: “Todo feminismo acaba siendo un machismo con falda”, ¿qué quiere decir? ¿Querrá decir que él es mujer? Porque él es usuario habitual de  falda, que yo sepa. Traje largo, por tanto de noche y encima blanco. Un contrasentido de elegancia para los puristas, si bien se mira. Causa suficiente para que ningún club del mundo lo admitiera entre sus miembros. Sin embargo, el pluriempleado Bergoglio goza de gran predicamento entre los enganchados a la religión, esos que ven en sus palabras al oráculo de Dios en la tierra. Es más, se sabe que habla ex cátedra, que es una cosa que queda muy bien y que además es irrebatible por la gracia del Señor. Así, que si razones tiene la Santa Madre Iglesia para ser como es, razón tendrá Bergoglio  para ser rebelde y voceras a la vez. No se hable más. Hay que comprenderlo: cambiar de club siempre requiere un tiempo de adaptación. Lo dicen 9 de cada diez futbolistas. Consulte su prospecto. Son tantos los esfuerzos que los afectados tienen que  asimilar, cambio de nombre incluido, que no es lo mismo ser futbolista, llamarte Bergoglio y jugar en tercera regional, que de repente ser Papa de Roma, llamarte Francisco y reinar allende esas canchas repletas de crucifijos. Es más, tanto cambio ha debido provocarle diarrea al pobre Bergoglio. Porque, o es eso o se ha tomado una sobredosis de laxantes. A saber.
Sea como fuere, oremos por su alma.

jueves, 14 de febrero de 2019

Confidencias entre artistas del alambre.


Cuando un conocido tuvo a bien contarme su experiencia en el fabuloso mundo de la autoedición lo escuché con atención.
Decía que, en compañía de otra persona, de un músico ruso, había auto-publicado una canción y que, para su sorpresa, después de un par  de meses a la venta, sólo habían vendido dos unidades.
Imaginé, y se lo dije, que los compradores habían sido él y el ruso. Sonrió y contestó que, efectivamente: así había sido. Pero, su queja no era esa. Su queja era por el desprecio que él creía haber sufrido por parte de sus conocidos, de sus amigos y de sus familiares. El público natural y objetivo de los productos editados de tal forma.
Después de unos breves instantes, decidí consolarlo. Para ello le confesé que yo también había pasado por ese trance y que también me había ofuscado e incluso regodeado con ese tipo de pensamientos. Se mostró sorprendido. No sabía que yo escribiese y aún menos que tuviese tres libros publicados. Entonces, fue a lo práctico.
¿Y tú, cuántos libros vendiste?” “Pocos”, contesté. “Del primero 44, del segundo 20 o 21 y del tercero Dios dirá, pero no serán muchos, cotizo a la baja en la bolsa de nuevos valores”.
Evidentemente, y si atendiera a las frías estadísticas, sería urgente para mí hacer dos cosas: Dedicarme a otros quehaceres y aceptar que ni conocidos ni amigos ni familiares están para que les dé la lata ni tampoco para que les dé un pingüe sablazo. Están para otra cosa, aunque uno no sepa cuál sea esa otra cosa. Quizá para lo suyo. De todas formas, comprendí a mi conocido e hice votos para que aceptara que, si bien algunos hechos pueden parecer frustrantes lo inteligente es no sacar los pies de tiesto. En definitiva, acepar que lo que es importante para uno no tiene que serlo para los demás. Y que conste que en ningún momento he hablado de calidad del producto, que esa sería otra cuestión. El tema es más simple. El tema es que sin promoción, marketing y publicidad es prácticamente imposible posicionar un producto en el mercado. No tienes visibilidad, nadie te conoce, por tanto ¿cómo va a comprar la gente tú producto?  Y, aunque es cierto que hay casos excepcionales y personas que a base de construir tupidas redes de contactos en redes sociales, dedicando a ello tiempo, paciencia y todo tipo de recursos, consiguen vender unos cuantos cientos e incluso algunos miles de unidades de su producto, también es cierto que estos casos son habas contadas y que la mayoría de los artistas amateurs deben aceptar el hecho que nos ocupa y lidiar con la frustración que esto les pueda producir. Y en esto es en donde yo soy un auténtico fenómeno. Disculpen la sobrada. Debo ser uno de los pocos amateur, entre esta plaga de artistas que nos asola, al que las ventas le importan un huevo y la yema del otro. Así que, sin que sirva de precedente, pido comprensión ante mi chulería: no me he pasado la vida vendiendo mierda en bote para ahora pelotearme con gente que no es de mi interés a través de redes sociales y mandangas de ese tipo. En todo caso, que lo hagan los demás. Yo prefiero estar ocupado en vez de preocupado. Basta con acordarse de algo bien sencillo y que acota muy bien la cuestión: no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo. No hay color.
Por cierto, escuché la canción compuesta por mi conocido y el desconocido ruso y sí, efectivamente, cada vez está más cerca la Fiesta del Cocido de Lalín.

lunes, 11 de febrero de 2019

El caso Abelenda y los clásicos.


Viendo una serie basada en algo escrito por Émile Zola, caigo en la cuenta de los grandes cambios habidos en la narración del siglo XIX a nuestros días.
Zola construye su relato en función de grandes ideales. Lo bueno, lo excelso, lo correcto. Casi siempre previsible. El que es bueno, también tiene grandes valores; y el que es malo, pues malo es. Sin más, sin alharacas. Sin utilizar trucos ni virajes inverosímiles en la trama.
Sin embargo hoy en día, si un guionista no utiliza trucos a mansalva, cambios de ritmo desaforados y finales tan inesperados como insólitos, la ficción parece no ser del gusto del que lee y aún menos si es un espectador el destinatario del producto.
Hay  que aceptarlo: los gustos han cambiado. La sencillez se ha visto sustituida por el oropel y las plumas de marabú. El rigor pasa a un segundo plano, lo importante es el efecto, el continente, y en menor medida el contenido.
Pues bien, llegado a este punto he de decir que yo soy más del gusto de Zola que de los literatos actuales. Y que, con respecto al cine, donde esté un John Ford o un Willie Wilder se pueden quitar de en medio todos los Alfonso Cuaron que en este mundo hay. Y que conste, lo digo sin desprecio ni menoscabo alguno. Simplemente, hablo de mis gusto. Y maneras, añadiría si más tuviera que añadir. Es tan así, que yo como autor preferiría parecerme a la sombra de Zola a asemejarme, siquiera remotamente, al mentado Cuaron o al mismísimo David Linch, por poner otro ejemplo. Sin desprecio, sin acritud. Lo digo porque es una realidad, y porque sería un ideal para mí conseguir ese objetivo tan real.
Quizá por eso mis novelas son tan sencillas e incluso predecibles, y quizá por eso hablen de lo inevitable. De aquello que, por primario, siempre va a suceder.
El único truco, si a  tal licencia puede llamársele así, es que mi personaje central, Faustino Abelenda, es un amoral y al mismo tiempo un conformista. Tampoco nada nuevo bajo el sol. Es un individuo entregado a la fuerza del sino, con una ética particular e intransferible que le lleva a cometer actos poco juiciosos, aunque muy pensados, sin asomo alguno de conciencia. Es también un hedonista provinciano, por tanto universal porque provincianos somos todos, que fiel a sus ideas y principios no acepta ni consiente traición alguna a la palabra dada y esto lo acaba convirtiendo en juez y parte con aquellos conflictos que invaden su intimidad y violan su sacrosanta paz.
De tal manera que, vemos que mientras en El caso Abelenda todos los personajes han evolucionado con el lógico discurrir del tiempo, él, Faustino Abelenda , sigue fiel a los mismos principios y valores por los que rige su vida y que le llevaron a convertirse en asesino Alambique 28, la primera novela, y que mata, no por placer, ni por dinero, sino porque, simplemente, no lo puede evitar y porque cree que ese y no otro es su deber. Y es que, en el fondo, el hedonista provinciano, conformista y decimonónico que es el personaje, no concibe otra forma de solventar los problemas sino es brutal y expeditivo.
En todo caso, El caso Abelenda habla de lo inevitable, habla de las consecuencias que tiene faltar a la palabra dada y habla de ética. De la ética de un asesino en la Costa da Morte actual. Un asesino de provincias tan orgulloso como letal.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Estafado por el Papa de Roma


Si fuera católico, que lo soy, aunque para el caso como si hubiera apostatado, pondría el grito en el cielo (nunca mejor dicho) y denunciaría al Papa Emérito I por estafa. Estoy seguro que Dios me comprendería y que incluso me daría la razón. Segurísimo. Aclaro algo a ignorantes, descreídos y gentes de mal proceder, Papa Emérito I no es una figura retórica, al contrario, es una figura concreta, que fue conocida por el nombre artístico de Benedicto XVI. Penedicto XVI según la chusma que trabaja en el chiste fácil. Pues bien, Joseph Aloisius Ratzinger, bávaro y cardenal, cuando ascendió al papado una de las primeras cosas que hizo fue publicar una encíclica. Y hasta ahí bien. Es lo que hacen todos, un clásico y por tanto disculpable. Máxime si tenemos en cuenta que la Encíclica es un género literario muy demandado entre adictos a los cilicios. Esa droga. El problema fue que, a mayor ocurrencia, y como el argumento se le resistía, tiró por la calle del medio y dejó volar su imaginación. Así, después de  ingentes sustantivos y de usar los adjetivos como sicotrópicos, rompió aguas y alumbró la encíclica madre de todas las encíclicas. La que lo cambió todo y la que motivó la intercesión de mi demanda ante el Altísimo. Josepn Aloisius, alias Penedicto XVI, ex artillero y todavía bávaro, eliminó el LIMBO. De un golpe. Con premeditación, alevosía y sin escalo porque el chorbo ya no andaba para trotes. Lo eliminó de un plumazo. Sin siquiera reparar en las consecuencias. Millones de almas quedaron desubicadas en tierra de nadie. Hasta entonces había cuatro destinos para los creyentes: Cielo, infierno, purgatorio y limbo. Ahora, sólo tres. ¡No hay derecho ¿Y qué hicieron los católicos, salieron a la calle, enarbolaron pancartas, protestaron, qué hicieron? Silencio.  Nadie protestó. No hay derecho. Me siento estafado. Resulta que llevo toda la vida viviendo en el Limbo y  que ahora viene un emérito y me dice que no existe. ¡Será cabrito! Perdón, estoy muy arrepentido. Cabrito no es la palabra adecuada al caso. Procedamos en contundencia: ¡Castrón, cabrón, draculón! Devuélveme el Limbo y quédate con todo lo demás. Incluido el rosario de mi madre.

martes, 5 de febrero de 2019

El caso Abelenda.

El caso Abelenda.
Acaba de salir a la venta (Amazon) mi nueva novela, El caso Abelenda.
Como siempre, la portada luce una foto hecha por Gloria López para la ocasión, mientras que la foto de contraportada y que ilustra mi currículum ad hoc, se hizo en Roma en octubre del año pasado.
Esta nueva novela, El caso Abelenda, podría ser considerada como la segunda parte de la debutante Alambique, 28, sin embargo no lo es.
La técnica empleada para escribirla también difiere totalmente, pues si en la primera utilizo a los tres personajes centrales como vehículo de la narración, en El caso Abelenda es un tempo narrativo clásico, cronológico e hilvanado el empleado en toda la novela.
Sólo me resta daros las gracias anticipadas a todas y a todos los que además de comprarla, después encontréis tiempo para leerla. Parece obvio que hablo de gente aventurera en lo literario, siempre a la caza y captura de nuevos autores que le sorprendan. Por eso mi deseo es que disfruteis de su lectura tanto como este humildísimo escribidor disfrutó con su escritura.
Por cierto, ¿sabéis que con la compra de la novela tenéis derecho a hacer una crítica en Amazon? Pues, animaros ¡y caña al mono!
Nada más, besos y abrazos, a ellos y a ellas.😘😘😘