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viernes, 9 de julio de 2021

Estadísticas.

 



Puede ser un acercamiento a la verdad, puede ser la verdad y puede ser una verdad falsa. También puede servir para algo o para nada, ofrecer consuelo o dar desconsuelo. En todo caso, sirva para lo que sirva, a mí me gustan las estadísticas. Sobre todo las que no  sirven para nada. Las que recogen datos, los contraponen con otros, hacen proyecciones y obtienen resultados. Me gustan. A veces incluso aciertan, la aproximación ya se  vende como un éxito. Pero, de los fallos, mejor ni hablar. Es la estadística, amigos, que diría el otro. La asignatura más difícil del grado de Sociología. No es una ciencia exacta, pero es efectiva. Sirve de cajón de sastre. Para predecir tendencias, para saber lo que preocupa a la ciudadanía o para decirte cuál es la esperanza de vida que tienes si vives en no sé dónde. Admite la mentira como animal de compañía, juega con ella, la domestica y con un simple más menos de error la neutraliza. Así queda reflejado. Lo que no se contempla es que todo pudiera ser un error. Eso no, ni de broma. Admitir eso podría desbaratar el negocio. El business, amigo. Y no conviene. No conviene acabar con el negosi ni con las expectativas que semejante trato otorga. Al contrario, hay que poner en valor la estadística y considerarla como un pequeño paso para el hombre; un gran salto para la humanidad. Cualitativo, ¡quién lo duda! La estadística  ha sustituido a la videncia. El cientifismo se impone a la  ignorancia. Ya no hace falta suponer nada, lo sabemos todo. Pese a tan apabullante evidencia, no son pocos los que siguen prefiriendo el método ignorancia como animal de compañía frente a la sociología de los sociólogos. Esa gente, de nombres diversos, son todos empecinados negacionistas. Y si algo los caracteriza, es el atentado permanente a la razón  y la negación a ultranza de lo más obvio. Sin embargo, gracias a las bondades de la estadística, sabemos el censo exacto de personas, que gentes son, que hay en este país: 3.656.979.  Son de naturaleza semoviente, pero al contrario que sus congéneres las vacas, sus flatulencias son dañinas y potencialmente muy peligrosas.

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