“Ni gitanos ni
murcianos ni gente de mal vivir quiero en mis ejércitos” (Carlos III).
Según la RAE el término
murcio quiere decir ladrón o ratero, y según tengo entendido en España hay
murcios empeñados en murciar lo que pueden.
Es de imaginar que en
Murcia no tendrán mucho aprecio por
Carlos III, y es de suponer que al ínclito Carlos, que III fue, se la traerá
al pairo allá donde reposen sus nobles huesos.
Sin embargo, en Murcia
adoran a los murcios. Los quieren tanto que los han puesto en la peana del
Gobierno. Los murcios, agradecidos ellos, les corresponden haciendo las cosas
que se supone hacen los murcios. Eso sí, con desparpajo, bien vestiditos con
sus corbatitas o su canesús, con sus sonrisas almibaradas y traicioneras.
Vean si no y
contraríenme si no llevo la razón.
Teodoro García Egea,
murcio nacido en Murcia.
Este prohombre, 2º in péctore en ese partido de batracios llamado PP, llamó al colega López Miras, Presidente de los murcianos, y solicitó sus servicios de buen murcio. Quería, el tal García Egea, que le adelantasen a un familiar en la lista de espera para operarse. Lo consiguió. Se supo que las gestiones de López Miras tuvieron éxito cuando envió un wasap a Egea en el que le decía: “está hecho, tronco”.
(Lo de
tronco, aclaro, lo añado yo).
Bien, ¿no? Es un claro
ejemplo de lo ejemplar murcios que son este par de murcianos.
Pero, la cosa no acaba
ahí. Hay más.
Sí, también está el
caso de María Isabel Campuzano, ¿les suena? A mí tampoco. Pues bien, la señora
mentada ha sido nombrada recientemente Consejera de Educación de Murcia y para
celebrar tan magno acontecimiento su partido, Vox, la expulsó de sus filas. La
acusaron de no sé qué, acusación gravísima en Fachaland, y la echaron con cajas
destempladas. Pero la señora no es célebre por su expulsión de la ciénaga
subvencionada. No. Es celebérrima por la ortografía tan exageradamente creativa
que exhibió a propósito de una redacción y en las que las faltas ortográficas
fueron tan colosales como murcios son los señoritos que tiene por jefes. Lean. No
darán crédito.
Y ahí siguen todos,
murcios y murcianos, mirando con envidia a ese prohombre de la política, actor
de entremeses, el desgraciado no llega ni a primer plato, y recientemente
nombrado adalid del español, que no castellano, en ese poblachón de la Mancha
llamado Madrid; hablo del inefable Toni Cantó, que no es de Murcia, es
valenciano, aunque murcio sea. Murcio e ignorante de ortografía no en vano se la
pasa por el orto.
Es el cargo, amigos.
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