El fútbol es como un
palíndromo que cuando se lee del derecho es metáfora y cuando se hace del revés
hipérbaton se vuelve.
Defensa y ataque,
derecho y revés, palíndromo son.
Pues bien, ayer vi un
palíndromo llamado Copa del Rey y recordé la primera vez que mi padre me trajo
a La Coruña a ver un partido de primera división, Deportivo-Zaragoza, y que
ganaron los maños por 0-1.
Tenía diez años.
Al terminar mi padre me
preguntó qué me había parecido el partido y le contesté que una mierda. Lo
recuerdo bien porque pensé que papá me daría un capón, cosa que nunca hizo, pero
no. Papá era demasiado cachondo para levantarle la mano a alguien, aún menos a
un niño. Además, aquel palíndromo tampoco había sido de su gusto.
El fútbol para nosotros
era otra cosa y no aquello.
Fútbol era lo que veíamos
jugar todos los domingos que el Cee o el
Porteño jugaba en casa y no aquel vodevil repleto de argumento y sobrado de
hipérbaton, pero falto de metáforas que
nos habían ofrecido, y en el que echamos a faltar espectáculo, ímpetu, cercanía
y nos sobró estrategia y pausa.
Después, en el coche de
regreso a casa, sucedió algo extraño: me hice mayor.
Cambié pueblo por ciudad,
aulas por futbolines y fue en aquellas universidades donde me doctoré en
palíndromos diversos.
¿Fuerza o técnica, cómo
jugamos?, nos preguntábamos en Ramel, juegos recreativos, sabedores de que si
elegías fuerza tenías que estar concentrado, mover las manijas rápido y jugar
todo el partido con furor; mientras que, si lo elegido era técnica, caso de que
ya estuvieras en cursos avanzados, la estrategia sería la dueña, y el dominio y
la precisión se harían imprescindibles. Y claro, no era lo mismo una cosa que
la otra por mucho que el palíndromo fuese el mismo y el resultado imprevisible.
Aunque eso sí, eligiéramos lo que eligiéramos siempre sufríamos alguno de mala
digestión.
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