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domingo, 4 de abril de 2021

El juego preferido de la tribu.


 

El fútbol es como un palíndromo que cuando se lee del derecho es metáfora y cuando se hace del revés hipérbaton se vuelve.

Defensa y ataque, derecho y revés, palíndromo son.

Pues bien, ayer vi un palíndromo llamado Copa del Rey y recordé la primera vez que mi padre me trajo a La Coruña a ver un partido de primera división, Deportivo-Zaragoza, y que ganaron los maños por 0-1.

Tenía diez años.

Al terminar mi padre me preguntó qué me había parecido el partido y le contesté que una mierda. Lo recuerdo bien porque pensé que papá me daría un capón, cosa que nunca hizo, pero no. Papá era demasiado cachondo para levantarle la mano a alguien, aún menos a un niño. Además, aquel palíndromo tampoco había sido de su gusto.

El fútbol para nosotros era otra cosa y no aquello.

Fútbol era lo que veíamos jugar todos los domingos que el Cee  o el Porteño jugaba en casa y no aquel vodevil repleto de argumento y sobrado de hipérbaton,  pero falto de metáforas que nos habían ofrecido, y en el que echamos a faltar espectáculo, ímpetu, cercanía y nos sobró estrategia y pausa.

Después, en el coche de regreso a casa, sucedió algo extraño: me hice mayor.

Cambié pueblo por ciudad, aulas por futbolines y fue en aquellas universidades donde me doctoré en palíndromos diversos.

¿Fuerza o técnica, cómo jugamos?, nos preguntábamos en Ramel, juegos recreativos, sabedores de que si elegías fuerza tenías que estar concentrado, mover las manijas rápido y jugar todo el partido con furor; mientras que, si lo elegido era técnica, caso de que ya estuvieras en cursos avanzados, la estrategia sería la dueña, y el dominio y la precisión se harían imprescindibles. Y claro, no era lo mismo una cosa que la otra por mucho que el palíndromo fuese el mismo y el resultado imprevisible. Aunque eso sí, eligiéramos lo que eligiéramos siempre sufríamos alguno de mala digestión.

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