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domingo, 31 de marzo de 2019

Cómo quieres que no camine.


Jesucristo Superstar (ópera), los Rolling`s, Amy Winehouse, Aretha, Bee Gees, Canned Heat, Carole King, Cream, la Credence, Crosby…, Bowie, los Deep Purple, la ELO, Clapton, Fleetwood Mac, Zappa, Grand Funk, Joplin, el fenómeno Jef Beck, Jethro, Crimson, los Zepelines, Reed&Velvet, el gran Otis, los Pink, Queen, Rainbow, Sam&Dave, Santana, Slade, T. Rex, Beach Boys, Eagles, Hollies, Kinks, Mamas&The Papas, los Wilburys, Traffic y el increíble Wilson Pickett, y, por supuesto, todo lo de los Beatles. ¿Y me preguntas que por qué camino? Pues, camino para oír música. Creía que había quedado claro. Más concretamente, para escuchar a esos artistas y alguno más que todavía no me he bajado. De todos ellos tengo, en el celular, algún Lp. De todos, excepto de los Beatles, que de esos mendas lo tengo todo. Salgo de casa, pongo el mancontro en aleatorio y caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y así hora y media, cuando menos. Siempre cuando hace sol y no aprieta la caló. En todo caso, los días que no llueve —últimamente casi todos—. En otro mundo, repensando la nueva novela, Cosas que nos pasan a los guapos* (*copyright), y tomando decisiones, por esos caminos, acerca del proceso a seguir. ¿En primera o en tercera persona, para el pueblo que usaré de escenario pongo el nombre real o uno inventado, nombre de los ríos, de las montañas, de los secundarios, parentescos, edades, cuáles son los apellidos cordobeses más comunes, qué estudios, y dónde los cursa un aspirante a oficial de la Guardia Civil…? Y así hasta el infinito o, lo que es casi lo mismo, hasta el final. Primero hay que tomar decisiones y después elegir estilos, formas, adjetivos, adverbios, y sustantivos que se adecúen a los intereses de cada momento. O, al menos, intentarlo. Y eso que parece tan complicado, y que posiblemente lo sea, yo lo vivo con la misma intensidad que aquel que se interna por un sendero machete en ristre expectante, con precaución, pero disfrutando de la aventura. Estando en ese estado las horas se me vuelven imprecisas y las extremidades se me abotargan. Y para remediar eso, ando. Y, aprovechado como soy, escucho música. Esa música que me da vidilla para andar, que anima y que acelera. Tan es así, que si me dieran a elegir entre música o literatura como motivo único para mis distracciones, creo que elegiría la pintura. Y es que, creo que no imagino cosa que podría ser más de mi gusto que pintar una novela y que se escuchara música. Eso o quizás llegar a casa y poner la 5ª sinfonía de Mahler, celebérrima porque la utilizó Visconti en su famosísima película Muerte en Venecia, y emocionarte cuando llega el último movimiento, el adagietto. Una obra maestra.


sábado, 23 de marzo de 2019

Cosas que se dan por supuesto...



… y que son una auténtica gilipollez. Uf, disculpad la expresión: ¡gilipollez! Porque gilipollez viene de gilipollas y tampoco conviene generalizar. Al menos, en este caso. Maticemos, y para que comprendáis. Si tonto es el que dice tonterías, gilipollas es el que dice gilipolleces. Así que, declinar conmigo el presente indicativo del verbo gilipollear: yo gilipollas, tú gilipollas, él gilipollas… ¿Lo vais cogiendo? Pues, empecemos por el principio, y en el principio no está el Verbo; qué va; en el principio están los que enseñan, y están por aquella regla que dice: el que sabe sabe, y el que no, enseña. Pues dicen esos, los que no son Verbo ni intentándolo, los mismos que tienen a bien gastarse los dineros en perpetrar estadísticas chorras, que los finlandeses son los ciudadanos más felices que hay sobre  la tierra. Sííí…, como lo oís. ¿Cómo se os queda el cuerpo? Claro, a lo mejor pensabais que éramos nosotros los felices, con nuestras hipotecas, nuestros fines de semana y nuestros coches. Pues, no. Son ellos, los fineses. Y es la segunda vez, además, que nos dicen  tal cosa. Repiten, por tanto, en felicidad por segundo año consecutivo. Llegado a este punto, y sabiendo que no soy yo de tirar la piedra y esconder la mano, os amplio la información. Merece la pena conocerla. Esta estadística antes mentada está perpetrada por Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible. En serio. Y es un organismo de investigación multidisciplinar vinculado a la ONU. Ya sabéis, la ONU es un edificio que está en Nueva York, uno con apariencia de enorme caja de zapatos, y capaz de albergar a más personas que funcionarios tiene la Diputación de Orense. ¡Que ya es decir! Para que os deis cuenta de lo importante que es el tema solo os diré otra cosa: un funcionario de la ONU cobra cinco veces más que un funcionario de la Diputación de Orense por hacer lo mismo: nada. Por tanto, deduzco que hablamos de gente lista, además de preparada. ¿Y qué hacen los listos? Pues, informes. Una cosa muy de listos. Y si dicen que los finlandeses son los más felices, lo dicen teniendo en cuenta factores como producto interior bruto, ayudas sociales, esperanza de vida, libertad, percepción de la generosidad o la corrupción y la calidad de vida. Vale. Dicha una cosa procedo con la contraria: yo estuve allí, en Finlandia me refiero, y sí muy bonito. Es más, sería de mi agrado volver a contemplar unas auroras boreales y al día siguiente largarme con la felicidad a otra parte. Porque, hace tanto frío que no sé si tendría un buen proceder si, por un casual, me encontrara de repente con  Papá Noel; y como yo no soy de discutir, que cuando engordo es por lo contrario y no por lo que pueda comer, preferible  es marchar y  dejarlos disfrutar de tanta felicidad. Además, tanta felicidad no debe ser buena. A las pruebas me remito. Los finlandeses son la nación de Europa con la tasa más alta de suicidios. Así que, mejor no, no vaya a ser. Que les aprovece a los fineses  y un sentido hip hip hurra por los funcionarios de la ONU, gente de valía y de gran preparación.

martes, 19 de marzo de 2019

Diario de un español emprendedor.


Lunes. No me ha tocado la Bonoloto.
Martes. Hoy tampoco me ha  tocado la dichosa Bonoloto, en la Quiniela he acertado ocho y para colmo el Euromillón ha ido para algún pérfido inglés.
Miércoles. La Bonoloto se me sigue resistiendo. ¡Cago en diez!
Jueves. Ni Bonoloto, ni Primitiva, pero, eso sí, en la Lotería Nacional me han caído tres euritos. ¡Vamos, que nos vamos!
Viernes. Esto es un sindiós: ni Bonoloto, ni Primitiva, ni el puñetero Euromillón, que ahora fue a manos de un portugués. Habrá que insistir y no perder la esperanza, pues es lo último que se pierde.
Sábado, sabadete. Hoy tampoco hubo suerte, pues ni la Bonoloto ni la Primitiva ni la Lotería Nacional estaban para mí.
Domingo, antes día del Señor ahora de las tapas de callos. ¡Y tampoco! El Gordo no llevaba mis números.
Nota a pie de página: acordarme de que mañana tengo que ir a sellar el paro. Menudo día de trajín el que me espera.


miércoles, 13 de marzo de 2019

Por la Ribeira Sacra.


Algunos urbanitas son seres que en un momento dado de su vida tuvieron que cambiar la placidez de sus remansos por mor de la falta de expectativas.
Los más afortunados de entre estos seres regresan los fines de semana por sus antiguos predios prestos siempre a la desconexión.
La llenada del bandullo se hace  obligatoria estando allí, y la carga compulsiva del maletero con productos del lugar se vuelve indispensable.
Regresan después, posiblemente en domingo, al nicho en el que  moran y vuelven a retomar sus quehaceres con bríos renovados. Y así hasta que el futuro se oscurece y toca hacer el último viaje  hasta ese otro nicho que en propiedad en la aldea cada cual  tuviere.
Testimonio doy de ello. A mí tal prodigio me ocurrió durante años. Soy, por tanto, uno de los innumerables afectados. Sé de lo que hablo.
Después perdí la fe, quizá también el norte, me volví descreído y por razones que no vienen al caso, sólo regresé a la  parroquia que me vio marchar con ocasión de entierros de gentes a las quise y que siempre viajarán  conmigo, aunque  de  sus caras ya no guarde ni memoria.
También es verdad que a mí me gusta viajar. ¡Qué le voy a hacer, nací así! Con ese mal. Quizá sea, aunque tampoco mucho sepa, porque los  que nacimos en un coche nacemos vacunados contra el mareo. Acaso fuere. En todo caso, viajo. No lo que yo quisiera, cierto es, y aunque siempre estoy yendo a algún sitio, o lo que es lo mismo,  soñando con ir a algún lugar, quizás sea por ver si me encuentro, me aclaro y por ver si tengo un buen día y me saludo.
Me pasa también cuando con el mismo propósito entro en los bares a ver si estoy, y por increíble que parezca a veces hasta me veo e incluso me saludo. Allí sentado en una mesa, acodado en una barra, departiendo con el camarero. Siempre  atento  a las historias  de  los más viejos, de esos que te hablan de mujeres, de vinos ensoñados, de uvas de Mencía y de selecto Merenzao.
Sí, estuve  en la  Ribeira Sacra. Otra vez. Tierra de eremitas, de afiladores, tierra siempre de la chispa. Donde hay castros, donde hay mámoas neolíticas y monjes que antaño gozaron de piscina repleta de pescados.
Sí, estuve en Santo Estevo. Allá por aquellos lares, y fui feliz durante tres días paseando entre robles y castaños, disfrutando de madroños, de espino albares, de la fragancia de sus jaras y del suave discurrir de sus ríos. Del Sil que desemboca en el Miño allá por los Peares y que sirve de bandera a nuestra Galicia. A nuestra Gaia que, extasiada en sí misma, practica la viticultura llamada heroica por aquellos riscos, que sobrevive entre bosques animados de castañas, entre brumas, entre brezos y verdes prados.
Fue como regresar al pasado. A los olores de las flores, a los efluvios de los figones, al dulce trinar de los pájaros, a la visión de un tejón y a la huella del jabalí.
Todo ello sirvió de acicate para el recuerdo de mi infancia perdida y de mí aldea olvidada. De aquel sitio del que salí siendo aún un niño porque sí, porque el futuro no pasaba por allí y porque tenía que salir al encuentro de la más hermosa de entre las flores que de jara vienen siendo.