En aquella ocasión habíamos ido a Betanzos
con la excusa de probar el vino nuevo.
Íbamos a entrar en la primera tasca, cuando vimos a Perico. Un viejo y querido
amigo. Estaba con su esposa Mercedes y con el padre de ésta. Nos empatamos. El
padre de Mercedes resultó ser un tipo dicharachero y un viejo tacero amigo de
la conversación. De repente, recordé la
historia. Contaba mi madre que estando ella, en cierta ocasión, de visita en
Coruña, en casa de su tío Ángel, éste la había llevado a visitar una finca en
Betanzos en la que había un parque maravilloso. Pensando que mi madre se estaba
inventado el cuento, le pregunté por qué
era maravilloso aquella finca o, en todo caso, qué tenía de especial para que
la calificara de maravillosa. Me respondió que en aquel sitio había cosas de
todos los puntos del planeta, que estaba repleta de estatuas y de múltiples representaciones
variopintas y que también había túneles horadados en la roca. Mi
madre apenas recordaba algo más. La historia había sucedido allá por los
años 30 del pasado siglo. Al parecer, creía recordar, la finca era privada,
pero como su tío Ángel era un hombre muy bien relacionado, que vestía trajes
hechos de encarga en Saville Road y poseedor de una tienda de ropa para hombres
en Coruña llamada Sportman, había conseguido enseñarle tal prodigio. Quizá por
eso, entre vino y vino, le pregunté a aquel señor mayor si a él le sonaba de
algo una finca allí, en Betanzos, que albergara aquellos prodigios. Por supuesto, me contestó que sí. Me dijo que la
finca se llamaba El Pasatiempo. Era privada, había sido propiedad de los
hermanos García Naveira quiénes se habían hecho inmensamente ricos en la
emigración y que posteriormente se habían convertido en grades
benefactores de la localidad. Como sitio
de esparcimiento se habían hecho construir en una gran finca, un parque
temático repleto de recuerdos de todos
los puntos del orbe. ¿Y se puede visitar?, pregunté. Claro, me respondió: La
entrada es libre y gratuita. Está justo enfrente del campo de fútbol, en la
carretera que lleva a Curtis. Creo
recordar que después de los vinos y del consiguiente tapeo regresamos a Coruña
en mi Poti Poti, el Renault 5 que tenía por entonces. Mis coches siempre han
tenido nombre propio. Por el camino, ya era de noche, formulé el deseo de
volver cuanto antes. Sin tardanza, al día siguiente visité aquella mítica,
para mí, finca. La sorpresa fue
mayúscula. El estado de abandono era notable. En el recinto, pese a ser
domingo, no había nadie. Fue la primera
vez que la recorrí entera dejándome sorprender por todas las maravillas
que veía. Mi madre no había exagerado en absoluto. Después de aquel día regresé unas cuantas
veces. Casi nunca había nadie y sólo de vez en cuando veía a algún operario de
jardinería haciendo pingües trabajos de mantenimiento. Recordé esta historia
hoy, porque en el periódico daban cuenta de una triste noticia: Los vándalos hacen de las suyas en el
parque del Pasatiempo. Pintadas, desconchones y mierda a mogollón (en la
parte más alta) son el pan nuestro de cada día en esta finca mítica conocida
por el hermoso nombre de Parque de El Pasatiempo. Una pena que las autoridades
responsables no practiquen lo que predican y que no pongan en valor, frase ésta
manida donde las haya, tal y como se merece, dicho espacio. Se podría decir sin
caer en la más mínima exageración, que El Pasatiempo representa el mal de los gallegos: no dar aprecio a lo
propio mientras se glosa la mierda ajena. Una auténtica pena. Por cierto, y sin
que venga a cuento de nada, mi coche actual se llama Gipsy. Signo del discurrir
de los tiempos.
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