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viernes, 12 de octubre de 2018

El Pasatiempo.


   En aquella ocasión habíamos ido a Betanzos con la excusa  de probar el vino nuevo. Íbamos a entrar en la primera tasca, cuando vimos a Perico. Un viejo y querido amigo. Estaba con su esposa Mercedes y con el padre de ésta. Nos empatamos. El padre de Mercedes resultó ser un tipo dicharachero y un viejo tacero amigo de la conversación. De  repente, recordé la historia. Contaba mi madre que estando ella, en cierta ocasión, de visita en Coruña, en casa de su tío Ángel, éste la había llevado a visitar una finca en Betanzos en la que había un parque maravilloso. Pensando que mi madre se estaba inventado el cuento,  le pregunté por qué era maravilloso aquella finca o, en todo caso, qué tenía de especial para que la calificara de maravillosa. Me respondió que en aquel sitio había cosas de todos los puntos del planeta, que estaba repleta  de estatuas y de múltiples representaciones variopintas y que también había túneles horadados en la roca.  Mi  madre apenas recordaba algo más. La historia había sucedido allá por los años 30 del pasado siglo. Al parecer, creía recordar, la finca era privada, pero como su tío Ángel era un hombre muy bien relacionado, que vestía trajes hechos de encarga en Saville Road y poseedor de una tienda de ropa para hombres en Coruña llamada Sportman, había conseguido enseñarle tal prodigio. Quizá por eso, entre vino y vino, le pregunté a aquel señor mayor si a él le sonaba de algo una finca allí, en Betanzos, que albergara aquellos prodigios. Por  supuesto, me contestó que sí. Me dijo que la finca se llamaba El Pasatiempo. Era privada, había sido propiedad de los hermanos García Naveira quiénes se habían hecho inmensamente ricos en la emigración y que posteriormente se habían convertido en grades benefactores  de la localidad. Como sitio de esparcimiento se habían hecho construir en una gran finca, un parque temático repleto  de recuerdos de todos los puntos del orbe. ¿Y se puede visitar?, pregunté. Claro, me respondió: La entrada es  libre y gratuita. Está  justo enfrente del campo de fútbol, en la carretera  que lleva a Curtis. Creo recordar que después de los vinos y del consiguiente tapeo regresamos a Coruña en mi Poti Poti, el Renault 5 que tenía por entonces. Mis coches siempre han tenido nombre propio. Por el camino, ya era de noche, formulé el deseo de volver cuanto antes. Sin tardanza, al día siguiente visité aquella mítica, para  mí, finca. La sorpresa fue mayúscula. El estado de abandono era notable. En el recinto, pese a ser domingo, no había nadie. Fue la primera  vez que la recorrí entera dejándome sorprender por todas las maravillas que veía. Mi madre no había exagerado en absoluto.  Después de aquel día regresé unas cuantas veces. Casi nunca había nadie y sólo de vez en cuando veía a algún operario de jardinería haciendo pingües trabajos de mantenimiento. Recordé esta historia hoy, porque en el periódico daban cuenta de una triste noticia: Los vándalos hacen de las suyas en el parque del Pasatiempo. Pintadas, desconchones y mierda a mogollón (en la parte más alta) son el pan nuestro de cada día en esta finca mítica conocida por el hermoso nombre de Parque de El Pasatiempo. Una pena que las autoridades responsables no practiquen lo que predican y que no pongan en valor, frase ésta manida donde las haya, tal y como se merece, dicho espacio. Se podría decir sin caer en la más mínima exageración, que El Pasatiempo representa  el mal de los gallegos: no dar aprecio a lo propio mientras se glosa la mierda ajena. Una auténtica pena. Por cierto, y sin que venga a cuento de nada, mi coche actual se llama Gipsy. Signo del discurrir de los tiempos.


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