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martes, 6 de abril de 2021

Qué harto estoy de estudiar, moño.


 

Todavía más, hasta los cataplines.

Pero antes de entrar en materia, aclaro algo. Si escribo moño y no coño es por influencia familiar. Si, verán ustedes, yo tuve una parienta de tendencia beata, presta siempre a escandalizarse y que sin pretenderlo tenía su gracia. Pues bien, una mañana llegó a casa toda escandalizada después de misa porque había oído decir al cura en el atrio moño. O sea, coño. Es un maleducado, aseguró. ¿Y no dijo ajo?, le preguntó su prima y tía mía sabedora que el traductor particular de su parienta convertía carajo en ajo con la misma facilidad que Jesucristo convertía el agua en vino.

Aclarado el tema, les aseguro que creo que tanto estudio exagerado fue el culpable de que me acordara de ella. Sí, porque si ya los españoles venimos al mundo licenciados en medicina y cirugía, el año pasado hasta el más lerdo de nuestros congéneres se hizo inmunólogo por el sistema ósmosis, que es un método como otro cualquiera. Y, como es natural, a partir de ahí nos envalentonamos y nos empezamos a atrever con todo. Fuimos afortunados, nuestra ansia de saber fue recogida por Tele 5 y fueron los próceres de esa cadena de wáter los que idearon un plan de estudios acorde a nuestras  necesidades. Porque, ¿de qué está  ahíto el pueblo español (mola esto de ahíto), pueblo culto donde los haya? Pues de sabiduría, claro. ¿Y qué trae aparejado consigo la sabiduría? Títulos y más títulos. Y así fue como empezaron las cosas, si queréis títulos, dos tazas. Podéis elegir entre:

Licenciatura en Pantojos, máster en Chabelitas o Grado, doctorado y curso de corte y confección por el acreditado sistema Rociíto-Picoleto. 

Lo que prefiráis, hay donde elegir y están trabajando en más.

Les advierto que este plan de estudios, del que yo manifiesto estar hasta la coronilla, tiene más actualizaciones que un móvil de última generación.

Así que, ¿entienden ahora lo de moño? Pues eso, moño, moño y moño y que se vayan todos al ajo.

domingo, 4 de abril de 2021

El juego preferido de la tribu.


 

El fútbol es como un palíndromo que cuando se lee del derecho es metáfora y cuando se hace del revés hipérbaton se vuelve.

Defensa y ataque, derecho y revés, palíndromo son.

Pues bien, ayer vi un palíndromo llamado Copa del Rey y recordé la primera vez que mi padre me trajo a La Coruña a ver un partido de primera división, Deportivo-Zaragoza, y que ganaron los maños por 0-1.

Tenía diez años.

Al terminar mi padre me preguntó qué me había parecido el partido y le contesté que una mierda. Lo recuerdo bien porque pensé que papá me daría un capón, cosa que nunca hizo, pero no. Papá era demasiado cachondo para levantarle la mano a alguien, aún menos a un niño. Además, aquel palíndromo tampoco había sido de su gusto.

El fútbol para nosotros era otra cosa y no aquello.

Fútbol era lo que veíamos jugar todos los domingos que el Cee  o el Porteño jugaba en casa y no aquel vodevil repleto de argumento y sobrado de hipérbaton,  pero falto de metáforas que nos habían ofrecido, y en el que echamos a faltar espectáculo, ímpetu, cercanía y nos sobró estrategia y pausa.

Después, en el coche de regreso a casa, sucedió algo extraño: me hice mayor.

Cambié pueblo por ciudad, aulas por futbolines y fue en aquellas universidades donde me doctoré en palíndromos diversos.

¿Fuerza o técnica, cómo jugamos?, nos preguntábamos en Ramel, juegos recreativos, sabedores de que si elegías fuerza tenías que estar concentrado, mover las manijas rápido y jugar todo el partido con furor; mientras que, si lo elegido era técnica, caso de que ya estuvieras en cursos avanzados, la estrategia sería la dueña, y el dominio y la precisión se harían imprescindibles. Y claro, no era lo mismo una cosa que la otra por mucho que el palíndromo fuese el mismo y el resultado imprevisible. Aunque eso sí, eligiéramos lo que eligiéramos siempre sufríamos alguno de mala digestión.